«A ver, ¿cuánto son las “birras”?». «Un euro». «¿Estas dos por un euro?». «No, cada una». «Anda, te doy 1,5 y me das un par, que necesito la “pasta” para volver a casa».
No hay trato. Los jóvenes, ya en avanzado estado de embriaguez, que intentan que el comerciante chino les haga una rebaja a pie de calle de Fuencarral lo llevan claro. Aquí no se fía.
Estos vendedores ilegales de cervezas, refrescos, tallarines, bocadillos, chocolatinas y lo que haga falta se saben bien el negocio. Hay tantos como esquinas tiene la Gran Vía.
En una acera y en la otra. Y no hay quien les mueva de allí. Porque, si la imagen de asiáticos con el tenderete improvisado sobre una caja de cartón y unas bolsas con todo tipo de «alimentos» es típica en el centro, desde hace tiempo, ahora es inevitable.
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