Era un bocazas. Pero uno de esos simpáticos, de los que se mete en charcos por bonachón, siempre dispuesto a pararse a charlar, a conceder un saludo amable, a regalar una sonrisa o provocarla. Sus rizos al viento, no especialmente bien peinados, salvo cuando se los sujetaba con un gran turbante, y sus andares desgarbados, los de un tipo alto y grande, eran una metáfora perfecta de sus maneras a la hora de desenvolverse en la pista y en la calle …
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