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Pedro Sánchez acaba de poner en el escaparate los Lamborghinis.
El presidente del Gobierno es único a la hora de sacar temas que, hasta la fecha, en nada preocupaban a la población.
El inquilino de La Moncloa, empeñado en perseguir a los ricos, le ha cogido ojeriza a los propietarios de esos coches de alta gama como si fuesen vehículos al alcance de todos los bolsillos.
Alfonso Ussía, siempre al hilo de la actualidad, le mete un troleo colosal desde su tribuna en ‘El Debate’:
Jamás he conocido a nadie en España que tenga un Lamborghini. Un Lamborghini ante todo, es una horterada, y el mero hecho de mencionarlo solivianta el concepto de la armonía. El odio al Lamborghini es consecuencia de una muy avanzada infección de la envidia, que sólo experimentan los supremos horteras. Según el gran Luis Ventoso, mi compañero en ‘El Debate’, en España se vendieron el pasado año 46 Lamborghinis, lo que da a entender que España no está del todo perdida.
Está convencido de que Sánchez ambiciona tener un Lamborghini:
Pero Perico Lamborghini, el esposo de Begoña Fundraising, ha arremetido contra 46 españoles, los dueños de los 46 Lamborghinis, para justificar la subida de impuestos a los ricos. «Más autobuses públicos y menos Lamborghinis». En el fondo, le han traicionado simultáneamente la mente y la lengua. Porque si de él dependiera – y depende, porque la familia con su ayuda ha hecho bastantes negocios en los últimos años-, sería el propietario 47 del parque de Lamborghinis en España. Me figuro la escena, en el lecho conyugal, con Lady Fundraising preguntándole cada noche.
– Perico, ¿ Para cuándo el Lamborghini?
Y él dándole tiempo al tiempo.
– Nos lo compraremos cuando todos los ricos paguen más impuestos y su dinero sirva para distribuirlo entre los necesitados, los refugiados, los inmigrantes, Barrabés y nosotros.
Y se mofa de esa envidia mal disimulada del presidente del Gobierno:
Porque Perico, por mucho que lo insulten, desprecien, silben y le digan de todo en la calle –de ahí que no salga a la calle- es un español que desea que todos sus compatriotas puedan comprar un Lamborghini en los próximos años. Pienso en su tesón y sacrificio, y se me ponen los pelos como escarpias. Literalmente.
En el elogio o la crítica, en la advertencia o la amenaza, en la ilusión o la melancolía, a un solemne hortera siempre se le escapa la causa de su envidia. Pero fastidiar a 40 millones de españoles por culpa de 46 propietarios de un Lamborghini se me antoja excesivamente caprichoso.
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