José María Marco (La Razón) parece en su columna de hoy portavoz de la canciller alemana Angela Merkel, que ha asegurado que el islam es parte de la historia de Alemania y que los malos son los ciudadanos que se manifiestan contra la discriminación positiva a favor del islam.
Estos mismos días, en algunos países de la Unión están teniendo lugar otras manifestaciones, como las del partido Pegida en Alemania, que representan lo contrario: el intento de restaurar unas sociedades europeas homogéneas, en las que reinaba la unanimidad moral, cultural, religiosa y de costumbres.
Vivimos en un mundo distinto. Hay a quien no le gusta la palabra multiculturalismo, porque parece llevar la diversidad a terrenos en los que no debería existir: no debería haber jurisdicciones especiales, ni guetos, ni excepciones, ni privilegios, y es deber del Estado asegurar que las puertas de salida (sobre todo de salida) de los diversos grupos estén siempre abiertas. Tampoco debe haber actitudes racistas o, como se dice ahora, xenófobas.
El islam y la religión musulmana son parte definitiva de nuestras democracias liberales. En otras palabras, el islam es Occidente y sus problemas son los nuestros.
¡Y yo que creía que Occidente se había construido contra el islam en las batallas de Covadonga, Poitiers, o Lepanto!, ¡en las cruzadas!, ¡en la defensa de la Viena sitiada dos veces por los turcos!, ¡en la independencia de Grecia!
Luis María Anson (El Mundo) aparca por un día su matraca de la reforma constitucional y sostiene que el Corán es una maravilla de libro, rebosante de espiritualidad y que la mala es Marine Le Pen.
Es verdad que la mujer queda relegada y en la azora IV hay frases especialmente duras. Pero estamos en la Edad Media y en los libros sagrados de las grandes religiones monoteístas -cristianismo, judaísmo, hinduismo, islamismo- se pueden encontrar afirmaciones que colisionan con la mentalidad contemporánea. También contradicciones que se extienden políticamente y en plena Edad Moderna incluso a Estados Unidos. Se olvida a veces que la democracia estadounidense convivió durante ochenta años con la esclavitud impuesta por los blancos sobre los negros.
Cualquier persona que lea El Corán sin legañas en los ojos y sin prejuicios preconcebidos estará en contra de las declaraciones de Marine Le Pen, la dirigente ultraderechista de Francia, que ha extendido la atrocidad de Charlie a todo el islam. No se puede generalizar ni trasvasar el fundamentalismo de unos pocos a toda una colectividad religiosa pacífica y espiritualizada. Eso es un despropósito. En las grandes religiones monoteístas ha habido históricamente y hay fanáticos.
EL MUNDO DE ROSA MONTERO: PROGRES Y CARCAS
Rosa Montero (El País) resume todo el conflicto entre el islam y Occidente, entre laicismo y religiosidad, entre musulmanes pacíficos y fanáticos, entre cristianos, judíos y musulmanes, entre inmigración y multiculturalidad… a una lucha entre progresistas y fachas. Los progresistas, bando al que ella se asocia, son, claro, los buenos.
Sí, yo también me indigno cuando escucho a los imanes y a los musulmanes conservadores decir esas barbaridades retrógradas que dicen. E igualmente me indigno cuando se las oigo a los obispos españoles y a los reaccionarios que les apoyan, como el obispo de Alcalá hablando de las feministas demoníacas y del loby gay que ha «infectado» al PP. Son opiniones con consecuencias a veces muy graves (la oposición católica al condón fomenta el sida, el machismo islámico esclaviza a las mujeres…), pero en ningún momento me creo que ni siquiera ese disparatado obispo de Alcalá esté a favor de coger un kalashnikov y ejecutar a una docena de personas. Pues bien, lo mismo sucede con los musulmanes conservadores: no son terroristas. Eso sí, los conservadores son mayoría en el islam; los progresistas son una amplia minoría, quizá el 30%, y son las primeras víctimas de los fundamentalistas.
Hace 60 años, también España era terriblemente machista y reaccionaria: los emigrantes que llegaban a Europa eran como las familias árabes tradicionales de hoy. Hay que apoyar no ya a los musulmanes progresistas, sino a la mayoría moderada, para que anden su camino hacia el respeto a unos derechos humanos que son el patrimonio de todos.
O sea que los emigrantes españoles de los años 60 a Europa, ¿obligaban a sus hijas a ponerse velo, a no asistir al colegio, a aceptar matrimonios concertados, a no conducir coches, a no relacionarse con muchachos suizos o alemanes, a no beber alcohol…? ¿Pero qué historia idiota nos cuenta Rosa Montero? Y luego nos quejamos de que la secretaria de Podemos Sevilla, Begoña Gutiérrez, partidaria se sacar a referéndum la celebración de la Semana Santa. ¡Si han crecido leyendo tebeos como el de Rosa Montero!
Para llenar esta trinchera, se recurre incluso a extranjeros. El País publica una columna de un filósofo iraní llamado Ramin Jahanbegloo, cuyo mérito debe de consistir en vivir en Canadá.
¿Hay alguna manera de construir un mundo de diversidad y diálogo intercultural enfrentados a esta nueva política de odio universal que niega el reconocimiento del prójimo? ¿Por qué se está produciendo este alejamiento de la tolerancia en un mundo de multiculturalismo e integración mundial?
¿Por qué esta división cada vez mayor de la aldea global en bandos fundamentalistas que se gritan y matan entre ellos?
¿Pero qué bandos fundamentalistas hay en pugna?, ¿cuántos terroristas matan a sus vecinos al grito de «¡El Papa tiene razón!» o «¡Viva Lutero!»?
En La Vanguardia, Rafael Poch publica sus soflamas como información, en vez de como columna de opinión, que sería lo ético con el lector, ya que Màrius Carol ha decidido intoxicarlo sin aceptar análisis opuestos. En la de hoy aplaude la exclusión del Frente Nacional de la manifestación de París porque es descendiente de la Francia de Vichy. ¡Toma análisis ecuánime! Además, Hollande se convierte en estadista.
Mas allá de politiquerías de corto alcance, la gestión del presidente Hollande, directa y personal, ha sido correcta. La unidad nacional se hizo sin el Frente Nacional, algo que Sarkozy y el diario Le Figaro lamentaban ayer. No había lugar para los herederos del régimen de Vichy, de la Francia parda, que relacionan los atentados de la semana pasada con «el fracaso de la política de inmigración» y con el «laxismo», como recordaba ayer mismo Marine Le Pen
TERTSCH: EL SOCIALISMO DEL PENSAMIENTO DESTRUYE LA VERDAD
Sólo rompe esta llamativa unidad de los distintos, el ABC, más una sorpresa de la que luego me ocupo. En la que es para mí la mejor columna del día, Ignacio Ruiz Quintano (ABC) asegura que Europa está dominada desde el final de la Segunda Guerra Mundial por el consenso socialdemócrata, que ya no cree en nada, salvo el dinero.
Una vez limpia de tropos de cáscara crujiente con que nos la venden, la manifestación de Francia es todo cuanto la socialdemocracia europea (régimen impuesto por el ejército de ocupación que venció a los fascismos) puede hacer por nosotros: cogernos de la mano de Moragas e improvisar una Marsellesa en París, como Rick en su café de Casablanca.
La socialdemocracia europea es una cultura fácil, pues va de un único dogma (el de que todo es relativo) a una única creencia (la de que sólo el dinero cuenta). Su máxima expresión es el consenso.
Nuestra sociedad es ésa que, ante la muerte, no pudiendo explicarse nada, aplaude al muerto que va en su ataúd a hombros, y también ésa que en París, muerta de miedo, no sabiendo qué decir, se arranca con la Marsellesa (las estrofas menos violentas, tampoco vaya a ser qué), que es la psicología del que marcha solo por una calle oscura y canta ruidosamente para hacerse la ilusión de llevar compañía.
Y concluye con un párrafo que me hace dejar el café para aplaudir.
Pero la inexistencia de Dios está por demostrar, mientras que la inexistencia de la libertad de expresión es consagrada por todos los delitos de opinión introducidos por minorías en el Código Penal.
También Hermann Tertsch (ABC) se ocupa del consenso de la posguerra, que se ha reforzado con la corrección política. La consecuencia es que ya no existe la verdad.
Tras la guerra, con el enemigo de la democracia y rival comunista como sistema social allende el Telón de Acero, la socialdemocracia se impuso como doctrina del sistema en Europa Occidental. A todos los partidos. Pero aun existían fuerzas liberales y músculo moral para denunciar y cuestionar el rodillo igualitario. Y sobre todo para defender el imperio de la ley. Hoy, con la introducción del componente ideológico de la corrección política, grotesco invento totalitario surgido de las universidades norteamericanas, las fuerzas antiliberales se han hecho con el control ideológico de todo el sistema en Europa.
Desde una izquierda siempre totalitaria hasta la derecha acomodaticia, sin principios, cobarde o reaccionaria, todos se han unido bajo el paraguas ideológico de esa corrección con la que aplastan las expresiones independientes de denuncia.
Asistimos, con el socialismo del pensamiento, al final de la verdad. Que es perseguida con saña. Y con la verdad, se destruyen todos los fundamentos morales. Por eso esta sociedad no tiene ni músculo ni sus líderes criterio. Y es hoy incapaz de reaccionar, más allá del lamento y la cataplasma, ante las grandes amenazas que se ciernen sobre ella.
La sorpresa anunciada es la columna de Pilar Rahola (La Vanguardia), que se burla del concepto de islamofobia puesto en circulación por esta socialdemocracia de dos partidos.
Si me permiten, es bastante cansino. Especialmente para quienes, como servidora, llevan muchos años defendiendo a hombres y mujeres musulmanes que son víctimas del totalitarismo islamista y cuya voz es silenciada en aras de la corrección política. Por supuesto que existe la islamofobia, y la que se cuece en el fuego de la extrema derecha es indiscutible. Pero también existe una tontería supina de izquierdas que no acepta ninguna crítica al islamismo, y menos al islam, que todo lo necesita leer con las gafas del antiamericanismo -y del furibundo antiisraelismo- y que usa la palabra islamofobia como si fuera agua corriente.
Esa tontería pijoprogre hace mucho daño a un análisis crítico de lo que está ocurriendo, y es miel sobre hojuelas para los ideólogos integristas, encantados del buenismo que encuentran por estos lares. Así lo definió Ayaan Hirsi Ali: «Quienes, desde la izquierda, defienden a los agentes del islam en nombre de la tolerancia y la cultura, hacen un discurso de derechas. O aún peor, lo hacen de extrema derecha». ¿Será islamófoba?
Edurne Uriarte enumera ocho diferencias entre la reacción a los atentados en España y en Francia. Yo recojo la segunda.
Once años entre uno y otro atentado y diferencias enormes en las reacciones. En buena medida porque esa década le ha demostrado a Europa que Bush tenía razón, o que el yihadismo está en guerra contra Occidente, una obviedad negada hasta ahora por los intelectuales y políticos del progresismo europeo. Su comprensión de lo que consideraron «militarismo» y «excusas de los neoconservadores para la guerra » explica parte de las ocho diferencias esenciales entre el 11-M y el 7-E:
Nadie ha inculpado al Gobierno tras el 7- E. Ni los medios conservadores franceses ni el principal partido de la oposición, la UMP, han salido a recordar las posibles responsabilidades del Gobierno en la « provocación » del atentado por su participación en varias operaciones militares internacionales contra el terrorismo islamista. Y a pesar de las amenazas del yihadismo a Francia por tales operaciones. Como sí lo hicieron los medios progresistas españoles con el Gobierno de Aznar por su apoyo la guerra de Irak.
Para contradecir el arrepentimiento de la progresía, Miguel Ángel Aguilar usa su columna de La Vanguardia para recordar qué mal se comportó Aznar después del 11-M.
Aquí, Aznar quiso erigirse en único convocante de la manifestación del viernes 12, bajo el lema «Con las víctimas, con la Constitución y contra el terrorismo», impuesto sin debate ni discusión. En París, se pierde la cuenta de los primeros ministros agarrados ayer a la pancarta deHollande, confeccionada según la anchura del callejero parisino. En Madrid, casi diez años antes, habían muerto 192 personas, un número casi catorce veces mayor que el de París, pero sólo tuvimos al italiano Berlusconi, al francés Raffarin y al portugués Durão Barroso. Aquí se mentía; en Francia, no. Ahora salimos a la calle para vencer el miedo, pero los grandes consensos también asustan.
«Aquí se mentía», dice Aguilar. ¡Pero si los primeros que mintieron fueron Iñaki Gabilondo y la alegre muchachada de la SER, con el suicida de los calzoncillos hallado entre los muertos del 11-M! La SER en la que Aguilar era tertuliano.
Ignacio Vidal-Foch (El País) lamenta el 68 y sus consecuencais en la cultura popular, que en cambio Gabriel Albiac elogia hasta la sensiblería.
Francia era aún la douce France. Cabu retrataba eso desde las revistas de cómics convencionales, desde Pilote, que era la mejor.
Entonces llegó Mayo 68, también a los tebeos -a diferencia de España u otros países, en Francia son toda una industria que forma parte de su «excepción cultural»-. Los mejores profesionales se rebelaron contra la autoridad apolínea de los editores tradicionales y montaron sus revistas alternativas y autogestionarias: L’Écho des Savanes, Fluide Glacial, Charlie, etcétera. Después, desde la nueva etapa de Charlie Hebdo, Cabu, ya profesional senior, se convirtió en comentarista hipercrítico de la actualidad política. Así se perdió al poeta gráfico y a cambio se obtuvo un comentarista de urgencia de la política. No salimos ganando con el cambio.
EL GENDARME QUE PUSO EN SU SITIO A ARTUR MAS
La presencia de Artur Mas en la manifestación de París es tema para algunos columnistas. Empiezo con Arcadi Espada (El Mundo), serio y confuso.
Desde joven tengo por norma no meterme en la piel de nadie, pero creo que el presidente Mas debió de volver tocado de París. Debió de ser duro comprobar en directo lo que es un pueblo, por utilizar la terminología de su academia. No sólo es una cuestión de números. Desde luego, los ciudadanos que tomaron el domingo las calles de Francia fueron millones: millones veraces, muy distintos a los que pone en circulación el monopoly catalán. Pero mucho más importante que los números fue la gravedad. Una gravedad que no sólo fue consecuencia del duelo, sino del rigor democrático.
Cuando en una democracia los ciudadanos toman políticamente la calle la gravedad importa. La defensa de la civilización no es una fiesta. Del mismo modo, romper un Estado democrático, acabar con quinientos años de historia compartida, aislarse de Europa e hipotecar el bienestar de, al menos, una generación de ciudadanos no son objetivos que se puedan alcanzar con humo de costellada. Se exige una cierta gravedad del músculo. De ahí que yo comprenda perfectamente a un Strubell, sociolingüista e independentista de solera, que ayer se preguntaba en su cuenta de Twitter para escándalo de pusilánimes florecillas esteladas: «¿Hay alguien que votaría como yo por la independencia, aunque el que la liderara fuera un asesino, un pedófilo o un corrupto?». Está muy bien dicho. Cuando uno quiere utilizar a un pueblo para quebrar la ley ha de contar con el pueblo, seria y globalmente considerado.
Alfonso Ussía (La Razón) sueña con un gendarme que puso en su sitio a Mas.
Hubo un momento de tensión que se solucionó con una somera intervención policial. Fue cuando Artur Mas se adelantó a Trías y demás alcaldes y exigió ser incluido en la primera fila de la manifestación, distante dos mil metros de donde se hallaba, amparando su exigencia en su condición de «estadista». «Soy un estadista», y aceleró el paso hasta que un gendarme le ordenó: «Vuelva inmediatamente a su sitio». Y Mas, que fuera de España es bastante más obediente que dentro de ella, refunfuñó un poco y retomó su lugar junto a los alcaldes de la fundamental comarca de Domignon.
Y Pablo Planas (Libertaddigital.com) ve a Mas comprando unos segundos de micro hasta en la Super Bowl.
Para el nacionalismo catalán cualquier excusa es buena, hasta una matanza terrorista en Europa, para vender el histórico mojón de la independencia. A este paso, Mas acabará haciendo declaraciones sobre el pueblo catalán oprimido a las puertas de la Super Bowl rodeado de periodistas de TV3. Sólo el MHP (Molt Honorable President) puede caer más bajo.
PABLO IGLESIAS, COMO FRANCO Y EL CARDENAL ROUCO
Como miembro de la casta periodística de la Transición, Fernando González Urbaneja (Republica.com) parece muy molesto por Podemos, tanto que asocia a Pablo Iglesias con otros dos personajes que no creo que sean de su agrado: Franco y Rouco.
Llenar la Puerta del Sol recordará a algunos las ocupaciones de la Plaza de Oriente (que era el escenario del franquismo para actos de afirmación), o la plaza de Colón que ha sido el espacio del cardenal Rouco para demostrar el poder popular de su iglesia. Podemos no quiere parecerse a ninguna de esas referencias pero discurre por el mismo proceso de ganar la calle como tarjeta de visita para otros objetivos.
Pablo Iglesias, cabeza de fila de Podemos ha demostrado intuición para conectar con la gente, utiliza la televisión y el debate como ningún otro político en ejercicio, y ha sabido dosificar sus apariciones y matizar sus propuestas a medida que gana en experiencia e información. Para llenar la Puerta del Sol no va a proponer otro lema y objetivo que el del cambio, presentándose como lo nuevo frente a todo los demás, para captar el apoyo de los decepcionados de todos los partidos, en concreto de la base socialista y de Izquierda Unida que no se siente representada por ambas siglas.
Los sociólogos Ignacio Urquizu y José Pablo Ferrándiz publican una tribuna en El País en la que analizan los éxitos en las encuestas de Podemos y Ciudadanos.
Hay, por tanto, numerosas incertidumbres por despejar en los próximos meses y no puede saberse cómo influirán en el voto a la formación de Pablo Iglesias o a la del propio Rivera. Pero si la principal motivación que está detrás de estos apoyos es propiciar el fin del bipartidismo, es muy probable que el sistema de partidos pueda cambiar en nuestro país este 2015. La pregunta que se vuelve cada vez más pertinente es: ¿aguantarán el embate el PP y el PSOE?
El premio a la columna ridícula del día lo gana Miquel Roca, redactor de la Constitución Española, aliado del corrupto Jordi Pujol y defensor de la infanta Cristina de Borbón, por escribir en La Vanguardia esta frase:
Que la defensa de la libertad no se separe nunca de las exigencias del Estado de derecho.
Y esto lo afirma un tipo que apoya a Mas cuando convoca su seudo-referéndum vulnerando las órdenes del Tribunal Constitucional.
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