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LA TRIBUNA DEL COLUMNISTA

Ignacio Camacho sobre el encuentro Iglesias y Obama: «Sería un momento estelar de la Humanidad, la verdadera conjunción astral que soñó Leire Pajín»

Salvador Sostres despelleja a Pedro Sánchez: "Los españoles le desprecian cada día un poco más"

Juan Velarde 09 Jul 2016 - 07:49 CET
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Pedro Sánchez y sus empeños en seguir bloqueando el panorama político, la visita de Barack Obama, presidente de los Estados Unidos a España y como Pablo Iglesias pretende querer ser el niño del bautizo, el novio en la boda y el muerto en el entierro ante tamaño acontecimiento son los temas que podrán encontrar este 9 de julio de 2016 en las tribunas de opinión de la prensa de papel.

Arrancamos en ABC y lo hacemos con Salvador Sostres que le ‘regala’ varios epítetos a Pedro Sánchez, quien sigue sin enterarse quién ganó las elecciones y quién tiene la legitimidad para gobernar en España:

El PSOE es el partido tóxico de España y siempre toma la decisión que puede hacernos más daño. Con todos sus defectos, Felipe fue una flor insólita, que naturalmente no hizo verano.

Es temerario dar por descontado el sentido de Estado de los socialistas, y más con un líder de la inconsistencia y la frivolidad de Pedro Sánchez, que lleva meses demostrando que prefiere insistir en sus prejuicios que proteger nuestros intereses más elementales.

Expone que:

Si hemos tenido que celebrar unas segundas elecciones ha sido para que este chico se dé cuenta de que los españoles le desprecian cada día un poco más, pero ni así ha aprendido la lección, y es más que probable que continúe bloqueando nuestra vida pública pese a haber sido, hasta dos veces seguidas, el socialista menos votado de nuestra historia.

Miquel Iceta le ha sugerido que intente la investidura con el apoyo de Podemos y los independentistas, tal como en 2003 convenció a Maragall, que había sido derrotado por Mas, de que pactara con Esquerra y así llegó a presidente de la Generalitat. Lo que pareció ser un logro, tras veintitrés años de pujolismo, resultó el principio de la demolición del PSC, de CiU y de la centralidad de la política catalana.

Los socialistas, arrastrados por ERC con la reforma del Estatut, se alejaron dramáticamente de sus votantes y se hicieron tal lío con el «derecho a decidir» -que todo el mundo sabe que no existe- que quedaron partidos por la mitad y dejaron de ser la fuerza hegemónica de la izquierda catalana.

El pacto con Podemos y los independentistas que Iceta propone a Sánchez es la misma argucia que nos trajo el tripartito y tendría, de aplicarse, el mismo y estrepitoso desenlace. Pero los socialistas no pierden ninguna oportunidad de perder una oportunidad y de ellos podemos esperar cualquier barrabasada. A fin de cuentas, si vivimos bajo la amenaza del populismo totalitario de Podemos es porque el PSOE ha sido tan irresponsable que ha animado a buena parte de sus votantes a dejarse seducir por los de la irresponsabilidad total.

Ramón Pérez-Maura no está para nada de acuerdo con la aseveración del ‘informe Chilcot’ de que en Irak no hubiese armas de destrucción masiva:

Los medios que estos días han recordado las declaraciones de Aznar, Bush y Blair diciendo en 2002-03 que en Irak había armas de destrucción masiva han preferido no enseñarnos esas mismas declaraciones en boca de otros dirigentes de la época como Gerhard Schröder o Jacques Chirac -también conocido como «Chirak»-. Porque no había un dirigente político de la época que negara la existencia de esas armas. Lo que se discutía era cómo destruirlas. Probablemente el error fue centrar toda la atención en ellas ante la evidencia de que a la mayor parte de Occidente le importaba una higa la dictadura de Sadam y los miles de muertos que generaba cada año lejos de la atención mediática. A esas personas para las que los dictadores que asesinan fuera de cámara son mejores que los intentos de instaurar un régimen democrático, les ha generado una gran alegría el informe Chilcot. Porque ese informe también dice otras cosas que ellos quieren oír. Como que frente a su maldad, Sadam tenía la virtud de asesinar terroristas. ¿Y a quien le habíamos oído decir eso esta semana? ¡Cielos! Es exactamente lo mismo que dijo la víspera de la publicación del informe… ¡Donald Trump! No paramos de mejorar…

Apunta que:

Se intenta presentar la invasión de Irak -en la que por cierto, España no participó, por más que lo diga «La Sexta»- como algo que se hizo de mala fe. Pero actuar con mala fe es algo muy distinto a actuar con mala información. La víspera del desembarco de Normandía, el general Eisenhower escribió en su diario: «Mi decisión de atacar en esta hora y en este lugar se funda en la mejor información de la que dispongo». Toda decisión militar se funda en una inteligencia generalmente difícil de lograr. Sadam fue derrocado en tres semanas. Y después se cometieron errores evidentes de planificación y gestión. Pero de ahí a pretender inculcar a Bush y Blair (y Aznar) la responsabilidad del caos en el que está sumido Irak en la hora presente es hacerse trampas al solitario.

En 2007, ante los problemas para completar la campaña de Irak, el presidente Bush puso en marcha un auge de la presencia militar allí que permitió pacificar y normalizar la vida en Irak hasta el punto de que en 2008 se celebraron las elecciones más limpias que jamás han tenido lugar en Oriente Medio -con la excepción de Israel-. El objetivo de instaurar una democracia estuvo más cerca que nunca de lograrse. Y si no se consiguió después de tantos muertos, vayan a buscar al responsable mañana paseando por los Reales Alcázares de Sevilla. Porque cuando él decidió retirar precipitadamente a sus tropas en 2011 permitió el surgimiento de Daesh y todo el caos que ha venido después.

Y recuerda que:

Quienes dicen que a Sadam habría que haberle contestado con la fuerza del Consejo de Seguridad de la ONU pueden mirar lo que ese organismo ha logrado frente a Bashar al-Assad en Siria desde 2011 hasta ahora. Dónde está Siria hoy y qué problema de refugiados tenemos nosotros. Y si la dinastía Al-Assad nos ha generado esto, imaginen lo que podría haber sido un Sadam que en 25 años invadió Kuwait después de haber provocado una guerra con Irán, gaseó a miles de kurdos en 1991, año en que diezmó a los árabes del delta mesopotámico, entre el Tigris y el Eúfrates. Por no hablar de los misiles scud con los que iluminaba las noches de Israel. Porque sí, en Irak había un arma de destrucción masiva. Se llamaba Sadam Hussein al-Tikrit. Y algunos están muy contentos porque el informe Chilcot sostiene que no era necesario acabar con él. Era preferible que siguiese asesinando y nosotros mirando para otro lado.

Ignacio Camacho se troncha de las ganas que tiene Pablo Iglesias de reunirse como Barack Obama y lo compara con cierto acontecimiento planetario:

A Pablo Iglesias, que divide sus opiniones en «me gusta» y «no me gusta», como en Facebook, le gustaría hablar de política con Obama. Así, en plan colegas, sin fotos (sic) ni corbatas, sin el coñazo de los brindis y la cena de gala: mano a mano, arremangados los dos ante sendos gintonics y charlando para romper el hielo sobre «The Wire», la serie que les mola a ambos. Y ya en confianza le diría al presidente que no le acaba de convencer -no le gusta, vaya- eso de la OTAN, y que según su prestigioso militar de cabecera en Europa no deberían mandar los generales americanos; pero que no haga mucho caso de esos amigos suyos comunistas, un poco cenizos, que van a protestarle en Rota con la matraca del «yankees go home» y todo ese folclore de izquierdismo trasnochado. Sería un momento estelar de la Humanidad, la verdadera conjunción astral que soñó Leire Pajín: una plática franca y de tú a tú entre los dos grandes líderes del progresismo contemporáneo.

Subraya que:

Una pena que ese encuentro galáctico no esté previsto en los términos deseados por culpa del estrecho protocolo que trae secuestrado al hombre de la Casa Blanca, uncido a la plúmbea etiqueta institucional y a la vacua hipocresía de los discursos de Estado. Pesados formulismos aviesamente destinados a privar a Obama de profundizar en el diálogo con su alter ego hispano. Quién sabe si la verdadera razón de su visita a España era en realidad la de conocer a ese icónico joven-revelación de fama transoceánica, surgido como él mismo de los laboratorios académicos y los movimientos universitarios. Departir de sus series favoritas, de la ciberpolítica, de la crisis posindustrial, de los nuevos sujetos democráticos, del deshielo castrista, del rumbo de Latinoamérica bajo el populismo bolivariano. O del proceso iraní, del que sin duda el líder de Podemos tiene, Hispan TV mediante, información de primera mano. De todos esos temas de auténtico interés que quedan fuera de las encorsetadas alocuciones oficiales, inflamadas de la sobada retórica de los lazos entre aliados.

La expectación por tan fecundo intercambio tropieza sin embargo con el obstáculo deliberado de una agenda cerrada y angosta en la que el único interlocutor medio versátil será, aparte del Rey Felipe, el ministro Margallo; de qué podrá hablar el ilustre huésped con un tipo como Rajoy, que acaso la última serie que vio fuera «Bonanza». Todo sería distinto, mecachis, si Iglesias hubiese ganado las elecciones. Pero no cabe subestimar su capacidad de ganarse espacios: nada tendría de raro que encontrase el modo de endilgarle a Obama una de sus humildes soflamas, en un aparte de esos suyos, tan improvisados y ajenos siempre al marketing y al protagonismo mediático. Las oportunidades están para aprovecharlas, y a saber cuándo se vuelven a cuadrar los astros para propiciar una confluencia entre tan singulares fenómenos planetarios.

En La Razón, Alfonso Ussía considera que Mariano Rajoy no tenía que rebajarse a hablar con dos elementos como Rufián y Tardá, dos protoseparatistas de tomo y lomo:

He escrito en diversas ocasiones de la excesiva prudencia de Rajoy, que en algunas coyunturas se ha podido confundir con la cobardía. Pero en la última semana ha mostrado un alarde de valor semejante al del difunto domador Ángel Cristo cuando se encerraba con sus leones, que eran los leones peor educados del mundo. Pretendieron comerse a su domador en una veintena de sus actuaciones.

Rajoy recibió y se encerró sin jaula de por medio con dos de los políticos más raros de la fauna nacional. Tardá y Rufián, al que llamaré Rufi para suavizarle su apellido del Maresme. Los tenía sentados a menos de dos metros, y no cayó en los abismos del pánico. He escrito que me sucede con Tardá lo mismo que a Curro Romero con los toros de Miura. Que me domina el susto. «Siento tanto pavor cuando pienso en un toro de Miura que hasta me da miedo saludar a don Eduardo», reconoció el genio. Se refería a don Eduardo Miura, como es de suponer. Parecido terror me asalta cuando sueño con Tardá. Se trata de un sueño recurrente, que se repite de cuando en cuando. Siempre me lo encuentro de noche en una calle, viene hacía mí, me suelta un sopapo y posteriormente me arroja a un lago. Ignoro de dónde surge el lago, pero los sueños son así de caprichosos.

Rufi me instala más en la tranquilidad, pero desde la distancia. Me lo decía mi inolvidado maestro, Santiago Amón: «Desconfía de los pelirrojos que no tengan ancestros irlandeses, escoceses o galeses. Y sobre todo, de los que hablan muy despacio». Rufi no es pelirrojo, pero habla como si cada palabra emitida fuera consecuencia de un esfuerzo sobrehumano. Rufi, hijo de andaluces o extremeños que buscaron en Cataluña un futuro mejor, es más separatista que Karmele Marchante, la inteligente intelectual catalana. No se parecen en sus dotes homilíacas. A Rufi le cuesta la prédica y la Marchante habla por los codos, con perdón de los codos que no tienen la culpa de nada. Pero estos que hablan tan piano, con tanta parsimonia y denodada angustia, cuando no encuentran la palabra precisa se lanzan al cuello del interlocutor. O le propinan una patada en las espinillas.

Explica que:

Como Rufi es, además de separatista, antisistema de superficie, acudió a visitar al presidente del Gobierno en funciones vestido de antisistema de superficie. De superficie de Decathlon, me refiero. Llevaba unas zapatillas de deporte. Unas «Nike», cuyo precio en el mercado se acerca peligrosamente a los cien euros. Por cien euros se podría haber comprado un par de zapatos más adecuados para una visita protocolaria, pero eligió las «Nike», lo mejor de lo mejor. Y con suela muy mullida, lo que tranquilizó a Rajoy. Coincidió con Tardá en el color de su indumentaria. De negro. Muy italiano, muy progre y hace unos años, muy de estrellas de la SER. Les fascina a los retroprogres de hoy la estética del fascismo italiano, fascinación que respeto porque los gustos y preferencias en los atavíos no merecen crítica alguna. Mi amigo Eduardo Escalada se viste en los veranos con unos pantalones naranjas con las vueltas verdes y sigue siendo mi amigo. Yo mismo, cuando la juventud se hallaba inmersa en mi organismo, me lanzaba del trampolín de la piscina del Real Club de Tenis de San Sebastián, con un traje de baño color mandarina que adquirí en Biarritz, y más barato que las zapas de Rufi.

Y remacha:

¿Por qué me detengo tanto en las sedas negras de Tardá y en las zapas de Rufi exhibidas durante su visita a Rajoy? Por respeto a la realidad. No se puede sacar más jugo a esa entrevista que el zumo a la vista. Ellos fueron a darle a Rajoy un «no» rotundo, y Rajoy los recibió por cortesía, porque no les solicitó ni el «sí» ni la abstención. Fue una reunión absurda y completamente innecesaria. Fue como la visita de aquel escritor homenajeado por Las Lentejas de Mona Jiménez que se presentó en casa de Mona Jiménez un día que no había lentejas. Es decir, una pérdida de tiempo. Para mí, que Rajoy estuvo excesivamente cortés con estos proyectistas de la ruptura de España. El Rey está obligado a recibir a estos individuos tan raros, pero Rajoy no. No se les cita, no acuden y se usa el tiempo perdido en tiempo ganado.

En El Mundo, Lucía Méndez le recuerda a Mariano Rajoy que tras el éxito del 26-J, la calculadora le dice que con 137 escaños sólo puede estarse otros 200 días como presidente en funciones:

Cuatro años acostumbrado a que 186 diputados pulsen el sí de forma automática, 200 días como presidente en funciones y un éxito electoral atribuido a su maestría estratégica y táctica acaban por cegar a cualquiera. Mariano Rajoy ha alcanzado sus objetivos políticos cómodamente instalado en la quietud, la templanza y el aguante. Puede que piense que así sucederá eternamente y por eso está aplicando su plantilla vital y política al escenario poselectoral del 26-J. Necesita ser elegido presidente, pero aún no sabe cómo. Quiere someterse a la investidura en menos de 20 días y después irse de vacaciones en agosto una vez que haya jurado su Gobierno delante del Rey. Todo a cuerpo gentil. Sin despeinarse. A base de aplicar la fórmula mágica de la paciencia.

Conforme pasan los días y se desvanecen los fogosos vapores de la noche electoral, aparece la calculadora parlamentaria. La misma que se le olvidó consultar a Pedro Sánchez cuando los vapores le afectaron a él allá por marzo. 137 escaños no dan más que para seguir siendo presidente en funciones otros 200 días si fuera menester.

Rememora que:

Después de las elecciones del 20-D, Rajoy esperó al Comité Federal por si los barones y la baronesa tumbaban a Pedro Sánchez. No sucedió. Fiel a sus costumbres, ahora ha vuelto a hacer lo mismo. Y el resultado será idéntico. Rajoy se empeña en sacar a bailar a la chica socialista que nunca bailará con él. Se estrellará una y otra vez contra el muro porque su análisis parte de un error de apreciación.

Y afea a Rajoy que:

El líder del PP cree que el PSOE es como el PP. Piensa que es un partido con un líder indiscutible al que todos obedecen y una cohesión interna lindante con el 100% de los votos. No sabe -porque no quiere saberlo- que el PSOE es una formación tumbada en el diván del psicoanalista y enfrascada en una batalla orgánica en la que quien baile con el PP quedará automáticamente descalificado. Los socialistas no están preocupados por el Presupuesto, ni por la multa de la UE, ni por el techo de gasto. No obedecen a Felipe González, ni a Juan Luis Cebrián, ni a Borrell, ni a Fernández Vara, ni a Susana Díaz. Cada dirigente socialista se obedece a sí mismo y con dificultades.

Además, si Rajoy quería algo del Comité Federal por lo menos habría podido mandar unas flores con una tarjeta. Aunque se resista a creerlo, el PSOE no le debe nada.

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