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Los gurús de La Moncloa transmiten en sus argumentarios para la Brunete Pedrete periodística que no habrá ruptura y que la legislatura no está en peligro.
Dicen, casi con desesperación, que Junts se ha quedado en tierra de nadie y no se atreverá a ir a una moción de censura, en la que tendría que votar exactamente igual que VOX.
Veremos.
La relación entre Carles Puigdemont y Pedro Sánchez siempre se ha caracterizado por una compleja danza de intereses.
El que negociaba con el golpista fugado por parte del Gobierno Frankenstein, Santos Cerdán, está ya en la cárcel haciendo sitio a unos colegas con los que tiene alguna cuenta pendiente.
Le ha sustituido como ‘hombre bueno‘ el inefable José Luis Rodríguez Zapatero, el engrasador de la banda, amigo de los caudillos farloperos de América y del Partido Comunista de China.
Pero no llega y separatista exige que Sánchez se ponga a cuatro patas y peregrine a verle.
Desde aquel primer encuentro entre ambos en Barcelona en 2016, cuando el independentista ocupaba la presidencia de la Generalitat y el socialista lideraba la oposición, ambos comprendieron que su alianza era funcional: valiosa mientras durara y prescindible cuando dejara de ser beneficiosa.
Nueve años después, el desenlace parece inminente. Puigdemont ha llegado a la conclusión de que Sánchez ya no solo es un lastre, sino que representa un problema interno para Junts, donde la presión procedente de cargos territoriales y el desvío de votos hacia la ultraderecha catalana exigen un cambio drástico.
Este lunes, en Perpiñán, los líderes de Junts se reunirán para debatir si rompen definitivamente con el PSOE. La decisión final recaerá sobre los 6.000 militantes del partido, en una consulta que evoca a aquella que precedió su salida del gobierno de coalición con ERC hace tres años.
El guion se repite: creciente malestar, amenazas públicas que no llegan a materializarse y, finalmente, una escenificación solemne que justifique un cambio de rumbo. Sin embargo, esta vez hay un factor adicional: el temor a ser vistos ante el electorado catalán como quienes facilitaron un gobierno del PP y Vox. La dirección de Junts es consciente de que esa imagen sería devastadora en Cataluña.
El fiasco de la amnistía y el descontento interno
Uno de los principales agravios que expone Puigdemont es el fracaso de la amnistía en su objetivo original: permitir su regreso a España sin temor a ser detenido. A pesar del visto bueno del Tribunal Constitucional a la ley en junio, el fiscal ha decidido no levantar la orden contra el expresidente catalán. Esta situación ha generado un profundo descontento en Junts, que observa cómo una promesa esencial del pacto con Sánchez se desvanece. Para muchos independentistas este incumplimiento se suma a una larga lista de traiciones.
La amnistía no solo representaba una cuestión personal para Puigdemont; también era un mensaje político dirigido al electorado independentista, que anhelaba ver normalizada su situación tras años marcados por la judicialización del conflicto. El bloqueo judicial ha dejado a Junts en una posición incómoda: no puede capitalizar un triunfo simbólico ni convencer a sus bases de que la vía del diálogo con Madrid produce frutos concretos.
Salvador Illa afianza su liderazgo mientras Junts se desgasta
Mientras Puigdemont enfrenta su crisis interna, Salvador Illa ha logrado consolidarse como presidente de la Generalitat. Investido hace poco más de un año con el respaldo de ERC y los Comuns, Illa ha apostado por normalizar las relaciones con el Estado y centrarse en una gestión orientada hacia infraestructuras y servicios públicos. Aunque no ha conseguido aprobar los presupuestos para 2025 —un revés significativo— ha anunciado inversiones históricas para 2026 e impulsado proyectos largamente paralizados como el traspaso de Rodalies y la ampliación del aeropuerto de El Prat.
Illa ha intentado establecer puentes con Junts, especialmente en lo relacionado con financiación autonómica, pero sin éxito. Su discurso institucional durante la Diada subrayó la necesidad de “fortalecer la convivencia” y ejercer el autogobierno “con los recursos que le corresponden”, aunque dejó claro que no hay espacio para grandes concesiones identitarias. El presidente socialista ha logrado algo inédito desde 2012: gobernar Cataluña sin depender del independentismo tradicional, aunque su estabilidad parlamentaria sigue siendo precaria.
Promesas incumplidas: competencias, oficialidad y financiación
La lista de agravios que Junts presenta contra Sánchez es extensa y detallada. Además del bloqueo judicial sobre la amnistía, destacan tres incumplimientos cruciales:
- Traspaso de competencias en inmigración: Junts exigió este traspaso hace casi un año para evitar una ruptura similar a la actual. Aunque el Gobierno central aceptó inicialmente, el anuncio por parte de Podemos sobre no apoyar esta medida frustró dicha promesa.
- Oficialidad del catalán en Europa: A pesar de que Sánchez logró recientemente que Alemania accediera a negociar —una jugada astuta en medio del ultimátum independentista— Berlín ya advirtió sobre su inviabilidad a corto plazo vinculado al desarrollo tecnológico.
- Nueva financiación autonómica: El acuerdo entre PSC y ERC para facilitar la investidura de Illa incluía avanzar hacia un nuevo modelo fiscal; sin embargo, las negociaciones están estancadas y los republicanos han presentado por su cuenta una ley para proteger la Agencia Tributaria catalana.
Para Puigdemont y su círculo más cercano —Jordi Turull y Míriam Nogueras— estos incumplimientos son “engaños” que justifican un cambio estratégico. Pero persisten las dudas sobre si esta ruptura será total o controlada: ¿dejará Junts a Sánchez en evidencia permitiéndole continuar unos meses más en La Moncloa? En Ferraz confían en que no habrá moción de censura con Vox —“sería cavar su tumba en Cataluña”— e intuyen que Puigdemont también tiene interés en extender la legislatura hasta resolver definitivamente su situación judicial.
La amenaza interna: Aliança Catalana y el tsunami electoral
Tan relevante como los agravios hacia Sánchez es el temor interno en Junts respecto al crecimiento imparable de Aliança Catalana, liderada por Sílvia Orriols. Este partido ultranacionalista —con vínculos con la ultraderecha europea y retórica trumpista— está aprovechando el desencanto independentista generado por años llenos de promesas incumplidas. Aliança está aumentando rápidamente su presencia en las encuestas gracias al desvío de votos desde Junts y otros sectores independentistas decepcionados.
El discurso de Aliança mezcla xenofobia —especialmente contra quienes hablan castellano— con críticas antisistema hacia las dinámicas globales y los “viejos partidos” nacionalistas. Para muchos alcaldes y cargos territoriales dentro de Junts, este fenómeno representa una amenaza existencial. Si Puigdemont no corta amarras con Sánchez ahora —y se presenta como cómplice del “régimen”— Aliança podría seguir creciendo a expensas del partido.
¿Ruptura total o táctica controlada?
Todo indica que Junts pondrá sobre la mesa una ruptura solemne este lunes en Perpiñán. Sin embargo, queda por determinar si será definitiva o simplemente un ultimátum para forzar nuevas concesiones. El clan bruselense —Puigdemont, Turull y Nogueras— controla todo el proceso e impondrá las condiciones del divorcio a las bases. La consulta a los militantes es una herramienta habitual utilizada para dar soporte a decisiones ya tomadas.
En cualquier caso, Sánchez está moviendo sus piezas: justo cuando Junts amenaza con romper relaciones logra que Alemania acepte negociar sobre el catalán en Europa —un gesto simbólico pero significativo—. El presidente socialista es consciente de que necesita tiempo; si consigue extender la legislatura hasta resolver definitivamente lo relacionado con la amnistía podría renegociar algún acuerdo.
Curiosidades y datos sobre el caso
- Perpiñán se está consolidando como capital política alternativa para Junts: allí se tomarán decisiones clave esta semana.
- La consulta a los militantes recuerda momentos críticos anteriores del partido: ya fue utilizada para salir del gobierno con ERC y ratificar pactos previos.
- La aparición pública de Puigdemont en Perpiñán —y no en Bruselas— simboliza un guiño hacia sus bases más radicales.
- Mientras tanto, Illa continúa gobernando sin presupuestos aprobados pero anunciando inversiones récord para 2026; algo insólito dentro del panorama político catalán reciente.
- El temor ante un posible gobierno PP-Vox inquieta tanto al PSOE como a Junts; ambos tienen motivos tácticos para evitar ese escenario.
- Aliança Catalana ya supera el 10% en algunas encuestas autonómicas; su crecimiento representa uno de los fenómenos políticos más disruptivos actualmente.
- La reunión entre Illa y Puigdemont en Bruselas fue cordial pero infructuosa; ambos son conscientes de que sus intereses son incompatibles a corto plazo.
- La decisión final del Tribunal Constitucional será clave: su pronunciamiento sobre la amnistía podría alterar completamente las reglas del juego.
La política catalana nunca fue monótona; hoy menos aún. Mientras Puigdemont planea salir por todo lo alto —o quizás por detrás— Sánchez intenta sortear las tormentas mediante gestos simbólicos e Illa refuerza su liderazgo gestionando lo cotidiano. En medio aparece Aliança Catalana esperando su oportunidad para hacer estallar lo poco que queda del tablero nacionalista tradicional. Ahora queda ver si esta vez las amenazas se concretan o si todo acaba siendo —una vez más— otra representación teatral digna del mejor drama político mediterráneo.
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