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Más falso que un euro de madera.
El feminismo que Pedro Sánchez izó como gran bandera en 2018 se ha convertido en un polvorín dentro del PSOE.
En una bomba de relojería.
Lo que empezó como una promesa de igualdad real y de “sororidad” absoluta se ha transformado, para muchas militantes históricas, en un relato lleno de contradicciones, silencios cómplices y decisiones que duelen.
Y el caso de Paco Salazar –exasesor de Moncloa y uno de los hombres de máxima confianza del presidente– ha sido la gota que ha colmado el vaso.
Un escándalo que no es aislado
Dos trabajadoras denunciaron a Salazar por acoso sexual. Lo hicieron a través del canal interno del partido porque, según ellas mismas contaron, temían represalias si usaban el protocolo oficial del Gobierno. ¿Resultado? Meses de silencio absoluto por parte de Ferraz. Solo cuando el escándalo estalló en prensa, la dirección socialista reaccionó… con tibieza. Para muchas compañeras, esa respuesta ha sido insultante.
Y no es la primera vez. Recordemos:
- Los audios machistas de José Luis Ábalos.
- El caso del Tito Berni y la trama de prostitución pagada con fondos públicos.
- La gestión opaca de otros casos internos que nunca llegaron a la Fiscalía.
La propia ministra de Igualdad, Ana Redondo, reconoció hace semanas que las políticas feministas del Gobierno han fracasado en su objetivo principal: reducir la violencia machista. Los datos son demoledores: una de cada tres mujeres en España ha sufrido violencia a lo largo de su vida y las violaciones y abusos sexuales han aumentado durante los siete años de gobiernos socialistas.
«Solo nos escuchan si callamos»
Dentro del PSOE, la rebelión ya no se disimula. Las feministas clásicas del partido –esas mujeres que llevan décadas peleando por la igualdad desde las bases– están hartas. Exigen que el caso Salazar vaya directamente a la Fiscalía y que se deje de proteger a los “amigos del presidente”. Porque Salazar no era cualquiera: fue uno de los tres hombres (junto a Santos Cerdán y Koldo García) en los que Sánchez confió ciegamente para recoger sus avales en el congreso que lo coronó secretario general.
Muchas militantes resumen el sentimiento así: “Nos utilizan como escudo contra la ultraderecha, pero cuando somos nosotras las agredidas, miran para otro lado”. Y no es una percepción: las mujeres representan cerca del 60 % del voto socialista. Sin ellas, el PSOE no gana elecciones. Con ellas enfadadas… la cosa se complica.
La secretaria de Igualdad del partido, Pilar Bernabé, pidió perdón a las denunciantes. Pero ese gesto ha llegado tarde y suena a poco. Las secretarias territoriales de Igualdad y decenas de portavoces feministas han exigido explicaciones urgentes. El malestar ya trasciende Ferraz y se extiende por todo el movimiento.
Curiosamente, las únicas mujeres que parecen salir beneficiadas en este sanchismo son las que callan o las que pertenecen al sector más afín al presidente (o al antiguo Podemos integrado). Las demás ven cómo sus denuncias duermen el sueño de los justos en cajones internos que nunca se abren.
El dato que quema
Mientras el PSOE intenta apagar el incendio con comunicados tibios, el Ministerio de Igualdad publica una cifra que debería hacer sonrojar a cualquiera: las denuncias por acoso sexual en entornos políticos han subido un 30 % en los últimos dos años. Y lo más grave: el 70 % de las víctimas prefiere canales internos antes que ir a la justicia… por miedo a represalias.
Ese miedo tiene nombre y apellidos. Y hoy, dentro del PSOE, muchas mujeres están diciendo basta.
Lo que queda es una lucha interna: la de unas militantes que no están dispuestas a que su partido siga utilizando la igualdad como simple eslogan mientras, en la práctica, protege a los suyos.
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