En la sociedad de ahora la dimensión placentera y utilitarista de la vida predomina claramente sobre la dimensión ética. Valores de moda: el individualismo (cada uno a lo suyo) el deseo, el placer sensible, el dinero, el bienestar material. Valores olvidados: la verdad, el bien, la belleza, la honradez, la honestidad, el esfuerzo, la disciplina, la responsabilidad, el servicio. No hacen falta grandes investigaciones para probarlo; basta leer la página de sucesos de un diario, por ejemplo la de Periodista Digital de hoy mismo. Leo: “Los okupas, que se fueron de veraneo tras cuatro años disfrutando del piso ajeno, denuncian al propietario por cambiar la cerradura”. El mundo al revés.
Los padres que educan a sus hijos sólo “de puertas hacia adentro” suelen llevarse una desagradable sorpresa: los valores que habían fomentado en la familia durante años son desplazados en poco tiempo por pseudo-valores del ambiente social. Así surgen las falsas amistades, las adicciones al alcohol, los coqueteos con la droga, etc. Un ejemplo: los jóvenes que no renuncian al botellón en plena pandemia. El vino peleón es historia pasada. Se liga más con ron y vodka.
Los padres de estos jóvenes que han perdido el rumbo suelen ser muy culpabilizados, sin tener en cuenta que los cambios sociales han dificultado mucho la educación de sus hijos. Cristine Collange, una periodista francesa con varios hijos en edad adolescente, ha escrito un libro en defensa de los padres de hoy con este título: Yo, tu madre. Selecciono un fragmento:
“Estoy harta de oír hablar en cada momento de adolescentes que sufren debido a la incomprensión de sus padres; lo contrario también existe: padres que se sienten rechazados por sus hijos. De esto nunca se habla. ¡Tened piedad de los padres de hoy! Se nos acusa de todos sus defectos, lo que sirve a los hijos como coartada para sus errores. No hemos sido unos padres tan malos; no era fácil llevar el timón educativo en una sociedad en completa transformación, en la que todos los valores han envejecido de repente”.
Está de moda plantear la relación entre padres e hijos como una relación entre iguales (“somos colegas”), por creer –erróneamente- que así se evitan muchos problemas. ¿Qué hay detrás de ese igualitarismo? En mi opinión suele responder al complejo de ejercer la autoridad, porque sería propio de padres obsoletos. Se olvida que la autoridad (no el autoritarismo) es una influencia necesaria para educar.
La experiencia dice que el comportamiento espontáneo de los chicos y chicas no es suficiente para que lleguen a ser lo que deben ser: es necesario intervenir en su vida. Sin autoridad no llegarían a adquirir buenos hábitos: de autocontrol, autodisciplina, orden, respeto, fortaleza. La autoridad es una forma de amor, ya que con su ejercicio se desea al bien de los hijos y alumnos. Los padres que no ejercen la autoridad han dimitido ya como padres, y sus hijos –con palabras de Juan Pablo II -son “huérfanos de padres vivos”.
El abandono de la autoridad ha desembocado en el permisivismo educativo (no exigir, no controlar, no prohibir, no corregir, no sancionar…). Como consecuencia, no se ejercita la voluntad. La falta de entrenamiento en afrontar dificultades por sí mismos está generando hijos inseguros, no preparados para la vida. La vida es problema y exige hábito de lucha personal.
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