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OPINIÓN

Victor Entrialgo de Castro: «El general en su laberinto (II)»

Victor Entrialgo de Castro 21 Ene 2025 - 16:35 CET
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Durante la siesta de aquella tarde el general, que dormitaba colgado de la hamaca del porche con el traje de figurín puesto, dió media vuelta a su levedad y mientras estiraba su superficialidad aún somnolienta, por fin suspiró: ¡Cómo voy a salir de este laberinto!

Al salir del coche oficial durante sus desplazamientos por el país a actos inútiles, la inquina del pueblo contra su tiranía, lejos de desanimarle le ponía, y aquella tarde dibujó de nuevo en su rostro la sonrisa de hiena que demostraba la enfermedad de su personalidad.

Fue entonces mientras salía del palacio de Moncloa cuando por primera vez vió la verdad: el colchón que tendría que llevarse, el espejo que no le volvería a repetir, el jabón para otras manos y la prisa sin razón del cronógrafo deportivo, desbocado hacia la cita inevitable del desalojo de aquellos jardines por donde había trotado cochineramente disfrazado de corredor para la televisión nacional el primer día que llegó. ¡Cómo voy a salir del laberinto!

¿Quiere usted decir cuándo, Sr.  presidente? preguntó el jardinero, el único que en aquel recinto de Moncloa se atrevía a decirle verdad. Muy sencillo, «cuando le den paiporta» y el pueblo se decida a gritarle: ¡Viva la libertad carajo!

Esa noche el general mascullaba aquella frase del jardinero mientras Begoña le contaba los pormenores de otra jornada judicial borrascosa y sus ministros esbirros intentaban borrar de los muros del palacio un letrero escrito con carbón: «ni se va ni se muere». El general exhaló entonces un suspiro: «Muy mal deben andar las cosas dijo, y yo peor que las cosas, para que todo esto haya ocurrido a una cuadra de aquí y me hayan hecho creer que era una fiesta.»

Despues de dormirse dando vueltas a aquella premonición, a la mañana siguiente el general se dirigió al empleado que con un rastrillo limpiaba las hojas caídas por si podía precisarle de algún modo lo del cuando. El empleado, al oír pasos hundirse en la gravilla del camino se volvió, se apoyó con el antebrazo en el rastrillo y suelta la lengua ante su inminente jubilación, se tomó la libertad de dirigirse al general: -Lo que a mi modo de ver le impide salir de su laberinto, Sr presidente, es su narcisismo, que le tiene acorralado y más agarrado al poder que a una mujer «de esas del partido», o del ministerio.

El presidente, con su traje raquítico de no haber comido caliente en mucho tiempo, dió media vuelta sin contestar ni despedirse y el empleado de mantenimiento, durante el receso del café, comentó con los compañeros: Este hombre no terminará bien. Porque aunque parezca muy tieso y echao palante está huyendo desde que llegó. Huyendo hacia adelante. Y cuanto más miedo y más cobardía, más desafío y más chulería.

Hasta que, como sucedió en Paiporta, en un momento dado su chulería cederá su lugar al miedo y atrapado en el laberinto de su narcisismo dirá al último de sus esbirros:  ¡Vamonós volando, que aquí no nos quiere nadie!.

Víctor Entrialgo

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