Periodistadigital América Home
3 segundos 3 segundos
Coronavirus Coronavirus La segunda dosis La segunda dosis Noticias Blogs Videos Temas Personajes Organismos Lugares Autores hemeroteca Enlaces Medios Más servicios Aviso legal Política de Privacidad Política de cookies
-

OPINIÓN

Pedro Manuel Hernández López: «Pantaleón, Koldo y las «visitadoras»: la realidad imita a la sátira»

Pedro Manuel Hernández López 05 May 2025 - 21:04 CET
Archivado en:

El peruano Mario Vargas Llosa escribió «Pantaleón y las visitadoras» en 1973, como una sátira feroz sobre la burocracia militar, la hipocresía sexual y los delirios de un determinado orden institucional en América Latina. En la novela, el capitán Pantaleón Pantoja es requerido y comisionado por el Ejercito peruano para montar un super burdel itinerante en la selva amazónica que satisfaga las necesidades sexuales de la tropa. Fiel al encargo, realiza su misión con una precisión y eficacia suiza, escribiendo informes detallados con eufemismos castrenses y montando una red de expertas «visitadoras» cuya existencia es, oficialmente, inexistente.

Lo trágicocómico del relato no está solo en sus premisas, sino en cómo la estructura misma del poder se degrada por su intento de moralizar lo inmoral y de justificar lo injustificable desde las alturas del escritorio.

Décadas después, la realidad actual de la política española parece haberse inspirado — con menos talento literario y más descaro– en la ficción. El llamado «caso Koldo», esa ramificación del escándalo de corrupción que ha salpicado al entorno del exministro José Luis Ábalos, incluye, entre otros muchos, un episodio surrealista y esperpéntico : varias señoritas, identificadas como «acompañantes» o «scorts de lujo» –«visitadoras» en el argot de Pantaleón– fueron transportadas desde Torrent, recibidas y alojadas el 15 de septiembre de 2020 en el Parador Nacional de Teruel –en pleno y vigente confinamiento por la pandemia del Covid– con motivo de un viaje institucional de Ábalos para supervisar unas obras ferroviarias y, que finalmente, derivó en una noche de excesos, alcohol y sexo. Su coste –una vez más y según los mentideros oficiales– fue sufragado por empresas adjudicatarias de contratos públicos millonarios y relacionadas con la «trama Koldo».

Lo que en Vargas Llosa es comedia con fondo trágico, aquí se presenta como tragedia con ribetes comicos, dignos de un guión de Berlanga pasados por el filtro de los fondos europeos «next generation». La comparación entre ambos episodios no es caprichosa. En Pantaleón, el protagonista es un hombre honesto atrapado en un sistema corrupto que le obliga a corromperse en nombre de la eficiencia del Ejército .

Koldo García, en cambio, representa el perfil inverso: un individuo que llega al poder no por mérito técnico sino por lealtad política, y que utiliza presuntamente su acceso para tener una tupída e imbricada red de favores, comisiones y lujos de dudosa justificación . Mientras Pantaleón llora por dentro al ver en qué se ha convertido, Koldo se pasea en coches de alta gama y hoteles de lujo, sin mostrar ningún remordimiento.

Pero lo más preocupante no es la existencia ni la presencia de Koldos –porque ya los ha habido y los habrá siempre en todas esas democracias social-comunistas corruptas e imperfectas– sino el silencio institucional y la normalización mediática de lo indecente e inmoral. Así como en la novela, donde el Ejército prefería mirar hacia otro lado mientras sus hombres se quedaban «satisfechos» en nombre del orden y la moral castrense, hoy muchas voces políticas– sobre todo de izquierdas– parecen restarle importancia a este tipo de trama, escudándose en tecnicismos judiciales y/o minimizando su alcance. El mensaje es meridianamente claro: la inmoralidad y la corrupción no molestan si sirven a los espurios fines del partido que ostenta el poder.

La novela del peruano y Premio Nobel de Literatura, Vargas Llosa, nos alerta –en clave de sátira– sobre el peligro de una burocracia autarquica que ha perdido el sentido de lo justo y ético bajo la excusa de lo util. En el caso español no es preciso recurrir a la ficción : basta solo con leer los autos judiciales y las crónicas periodísticas. Allí están los informes de pagos por habitaciones dobles, comidas privadas y mujeres que no figuraban ni en registros ni en ningún listado oficial. No se trata del tipico moralismo trasnochado, sino de algo más grave: el uso impune del dinero público para sostener una red de beneficios privados.

Quizá Vargas Llosa , si hubiera sido testigo presencial de este caso, habría considerado innecesaria su novela. Tanto en la España de Koldo como en el Perú de Pantaleón, los burdeles oficiales ya no necesitan disfrazarse: ahora se alojan en hoteles de cinco estrellas y Paradores Nacionales, se pagan con comisiones infladas y se gestionan con móviles oficiales desde los propios Ministerios. La comedia se ha vuelto documental.

Termina siendo irónico, que una historia novelada concebida como crítica al autoritarismo y a la represión sexual en una dictadura, acabe sirviendo de espejo a las corruptelas de una moderna democracia europea del siglo XXI. Pero tal vez ahí reside la vigencia de la buena literatura: en mostrarnos a través del absurdo, los mecanismos del poder cuando este se disfraza de servicio público, mientras , en realidad, se sirve a si mismo.
En tiempos, donde lo grotesco se ha vuelto cotidiano y hasta casi familiar, releer «Pantaleón y las visitadoras» no es solo un placer literario , sino todo un necesario ejercicio de lucidez cívica .

Pedro Manuel Hernández López, médico jubilado, lcdo. en Periodismo y ex senador autonómico del PP por Murcia.
 

 

 

Más en Columnistas

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

CONTRIBUYE

Mobile Version Powered by