¿Quién necesita a Maquiavelo cuando tiene a Pedro Sánchez con un móvil en la mano llamando «petardos» — entre otras lindezas– a la mayoría de sus barones y presidentes autonomicos?. Al parecer, el presidente del Gobierno no se limita solo a gobernar, sino a repartir estopa a troche y moche –cual cabo furriel– a sus ministros, barones y conmilitones, con calificativos dignos y merecedores de figurar en un guión de su tocayo, el castellanomanchego Almodóvar: ¿»Pájara» y «Malasaña»…? a Margarita Robles, la ministra de Defensa. ¿ El «Tocacojones politico»…? al presidente Emiliano Page. ¿El «Petardo»…? al expresidente Vara. ¿El «Hipócrita»…? al expresidente Lambán . ¿»Maltratador», «malvado» y «estulto»…? –¡Ahí es ná!– al ex coletas, ex vicepresidente 1º y ex señor de Galapagar, Pablo Iglesias. ¿JODIDA con mayúsculas y al cuadrado»..? a la ex presidenta Susana Díaz, y estoy seguro que su larga lista de amistosos epítetos solo acaba de empezar.
Ante la variedad y exquisitez de los piropos de Sánchez a los «suyos», uno solo acierta a exclamar: ¡Qué gran estilo literario! ¡Qué altura de mira dialéctica! ¡Qué ética del salón! ¡Qué gran derroche de generosidad y poesía! Dentro de este cómico esperpento –que para si muy bien lo quisiera el ilustre pontevedrés Ramón María del Valle-Inclán– resulta, aparte de perplejo y cínico, profundamente enternecedor comprobar cómo el jefe del Ejecutivo de España se refiere a sus ministros y colaboradores más directos con ese tan… afectuoso y delicado desprecio.
Su ironía le hubiera sido muy útil y valiosa al madrileño Quevedo y, tal vez hubiera convertido el contenido de los ya famosos «guasaps» de Sánchez a Ábalos en unos irónicos y poéticos versos endecasílabos. Es probable que, en su fuero interno, se engañe así mismo y piense que lo hace por el bien de la patria, del partido o porque el estrés personal e institucional de sus múltiples cuitas y causas en las que anda «molt embolicat»-como le dirían sus íntimos y socios catalanosparlantes de Junts-le exigen un saludable e intimo desahogo emocional. Pero lo cierto es que, si esto es lo que piensa y dice de los suyos, uno se pregunta ¿qué no dirá del resto de ciudadanos de a pie o de los adversarios políticos…?
Estos insultos, lejos de ser simples desahogos personales, revelan una actitud de intenso y patológico desprecio hacia quienes no comulgan con sus ideas ni comparten su
egocéntrica visión politica, evidenciando una falta de respeto y de ética muy cuestionada y cuestionable en el ejercicio de lo que él entiende por liderazgo.
Sánchez, ese que ha construido su imagen pública sobre la base de la «regeneración» y la «ética» política, se ve ahora retratado como un dirigente de tercera, carente de la más mínima empatía y, que en la intimidad, desprecia a aquellos que deberían ser sus aliados más cercanos. Esta clara dicotomía –entre su grandilocuente y público discurso oficial y, sus cicateras opiniones privadas– pone en grave entredicho su catadura moral, su ética personal y su rectitud de conciencia al dejar constancia de su total incapacidad para liderar con integridad un partido político y, aún mucho más, para presidir un Gobierno democratico.
Hablar así de quienes siempre te apoyan, rodean, obedecen y sirven –aunque solo sea por pura conveniencia– no es solo un ejercicio del más puro y corrosivo cinismo, sino una palmaria muestra más de cómo él entiende el liderazgo en la Moncloa. El problema no es solo el tono, sino la concepción del poder absoluto –no olviden que «L’Etat c’est lui»–que se desprenden de sus casi «franciscanas» homilías en forma de mensajes. Es una visión fría, megalómana, despectiva, narcisista y, sobre todo, «utilitarista» del otro. Quizá en su subconsciente y fuero interno aún le late la cínica frase del filósofo existencialista Jean Paul Sartre, cuando decía que: ¡El infierno son los otros!.
¿Ética? ¿ Generosidad…? quizás Sánchez las guarda en el mismo cajón donde, hace ya tiempo, dejó su coherencia jurídica antes de pactar con aquellos, cuando juró — y no en la histórica iglesia burgalesa de Santa Gadea– no acercarse nunca más a ellos, para que así, él ( el burrico delante pá que no se espante) y España entera pudieran dormir tranquilos. ¿Moralidad…?Es posible, pero solo si es compatible con su política personalista, su voluble voluntad y con esa peculiar y característica realidad social, la llamada de «los lunes al sol».
En definitiva, tenemos un presidente que insulta en privado mientras te palmea la espalda a la vista de todos, exige fidelidad en público, mientras clama por la privacidad , pero solo, cuando le sacan los colores. La imagen no es la de un estadista, sino la de un capataz autoritario y prisionero de su propia contradicción, de sus mentiras y que predica un falso respeto, mientras siembra el desprecio hacia todos.
La reacción del Gobierno ante la filtración ha sido centrarse en la violación de la privacidad, calificándola de «grave vulneración de la intimidad» y advirtiendo sobre posibles acciones legales . Sin embargo, esta estrategia es –más un nuevo intento de desviar la atención del meollo que se desprende del contenido de los mensajes–que una verdadera preocupación por la ética, la moralidad y la transparencia politica.
Además, la filtración de estos mensajes se produce en un contexto de creciente tensión dentro del PSOE, donde figuras como Emiliano García-Page y Javier Lambán han expresado su malestar por las alianzas del Gobierno con esos partidos cuyo banderín de enganche es la separación, la independencia y el golpe de Estado para destruir España.
Da la impresión que el affaire de los «guasaps» a dos bandas –entre Sánchez y Ábalos– es un corto-remake de una «mala secuela» del famoso film de 1983, «Entre pillos anda el juego», dirigido por John Landis e interpretado en los papeles estelares por Eddie Murphy y Dan Aykroyd y, a quien no la haya visto, se la aconsejo. Aquel juego era mucho mejor y más divertido que el de este duo de pillos , pero eso sí, con mucho menos morbo.
Pedro Manuel Hernández López, es médico jubilado, Lcdo. en Periodismo y ex senador autonómico del PP por Murcia.
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