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Alejandro Blasco Miquele: «La rebeldía secuestrada»

20 Ene 2022 - 09:57 CET
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Siguen sorprendiendo las sobreestimaciones que aún seguimos profesando hacia nuestras clases políticas y quienes las habitan en sus diferentes estadios, cronologías y costumbres. En las madrigueras de los hemiciclos lo mismo se encuentra uno a un señor de Murcia hibernando eternamente que a una vedette afrancesadita y descarada incapaz de parar quieta en el escaño, dependiendo del avanzado estado de sus narcolepsias o hiperactivismos, según se dé el caso.

Cuesta trabajo rendirse a las evidencias y saber diagnosticar llegado el momento, porque el miedo a constatar una enfermedad terminal se combate mejor a través de los presentimientos que de las certezas, no vaya a ser que nos terminemos de derrumbar del todo; mejor sospechar que uno puede estar muriendo a saber fehacientemente que lo está haciendo. Y en semejantes compases de espera, lo más oportuno suele ser autoprescribirse para seguir resucitando eternamente.

Pero el problema es otro. En una España hace ya tanto tiempo secuestrada, la ciudadanía se maneja ahora con la indolencia propia de quien ha comenzado a experimentar los más rocambolescos síndromes de Estocolmo y extrañas variaciones sobre el tema. De las corruptelas, los saqueos y los excesos, únicamente hemos aprendido que en estas latitudes tan nuestras lo que acaba primando son las altitudes y los escalafonarios, y que en el mundillo de los facinerosos reconvertidos a delincuentes de alto standing aquí se han producido los ascensos más fulgurantes.

Hubiera sido conveniente almacenar con más esmero nuestros rencores, a la vista de que aquí tanta propensión manifestamos hacia el olvido. A fuerza de tan poca memoria, ciertas actitudes no necesariamente congénitas acaban convirtiéndose en algo que consideramos consustancial a algunas de nuestras castas políticas, condescendencia peligrosísima a la par que injusta, en tanto que generalizadora. Y en la creencia de ciertas instrucciones genéticas que todo político lleva debajo del brazo como un hermoso pan blanco recién horneado, el español, como no podía ser de otra manera, ha caído preso del desengaño, que es la más pasiva de todas las rebeldías.

En España, más que por nuestros políticos, nos hemos dejado gobernar por nuestros pálpitos, que, aunque no necesariamente malos, siempre han terminado siendo algo inconcretos y temerarios. Desde la pasividad de nuestras resignaciones, una vez llegado el momento de las urnas y los cortejos, hemos aprendido a regalar la virginidad y las enamoradas esperanzas al menos malo de nuestros pretendientes, casi por descarte, que es tanto como dejarse amar a cualquier precio.

Quizás lo más sensato hubiera sido ejercer la rebeldía de quien no regala su corazón tan fácilmente y aprender a no renunciar tan pronto a los idealismos y juventudes de nuestros romanticismos más depurados.

Alejandro Blasco Miquele
(Escritor, autor de las novelas “Resucitando sombras” y “A ras de suelo”)

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