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La Marea de Pérez Henares

Viaje a los Cañones de USA y4) De la película de Ford al Posadero del Angel

Antonio Pérez Henares 26 Abr 2010 - 18:32 CET
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El siguiente destino es, más que un lugar, un escenario. Soy un enamorado del cine de Jhon Ford y alli estan los miticos espacios donde el rodo las más famosas de sus películas , entre ella “Centauros del Desierto” que tengo entre las mejores. Ahora el Monument Valley es territorio navajo y con ello comparto un buen rato y la contemplación extasiada. Al final, claro, acabo comprándoles una buena sarta de collares y baratijas. Me encanta su símbolo , el “atrapador de sueños”. Y me traigo alguno con cierta intención risueña.
Aunque las palizas empiezan a hacer cierta mella en realidad Dale y Yo sabemos que a prueba cuando nos vamos a poner es en el paso siguiente.

Porque pasamos una noche en Cameron (Arizona) y al día siguiente estamos ya dando vistas al Gran Cañon del Colorado. La impresión es similar a la experimentada en el “Caballo Muerto”. Pero esta vez vamos a bajar y luego a subir, que esa es la faena, porque es como hacerse una montaña de 2000 metros pero al reves. O sea que cuando llegas es cuando después te espera lo peor. En un día da para alcanzar Plateau Point y regresar. Que son seis horas y sin pararse . Arriba hay nieve y la estrecha senda el “Bright Angel Trail” (Camino del Angel Resplandeciente) esta en tramos con una gruesa capa de hielo. Hay que andar con ojo de donde se ponen los pies hasta que se van alcanzando cotas inferiores y se empieza a divisar el pequeño oasis de abajo que marca el verdor de los árboles y una hermosas flores moradas que los hermosean. Bajo silbando alegre, aunque no dejo de pensar a cada trecho que luego me tocará ascender y no será silbar lo que hago. Veo subir vaqueros con reatas de mulas y pienso que es toda una tentación hacerse con una para la subida. Pero no caigo.Pero hay que disfrutar del momento y gozo cada paso. Como cuando reposo al lado del riachuelo, comiéndome unas manzanas y , sí, echándome un cigarrillo ya casi en el tramo final antes de alcanzar el promotorio de Plateau. Allí espero a Dale que viene a su propio ritmo un poco más retrasado.
La subida se la imaginan, pero es de agotar las fuerzas, cada julio los helicópteros sacan a 250 musculosos jóvenes que no han sabido aplicarse aquello que para conseguir llegar como un joven hay que empezar a caminar y subir como un viejo. Las enseñanzas de Miguel de la Quadra y Jesús Luna en la Quetzal me son en verdad muy útiles. Racionando bien mi agua, manteniendo un ritmo constante y apelando , sobre todo y ante todo, al orgullo lo consigo. Arriba me golpea el frío y me abrigo bien. A poco ya lo logra también Dale y nos vamos los dos más contentos que unas pascuas. Es, sin duda, el momento que guardo como más feliz de todo el viaje.
Aunque voy a sentirme igualmente bien cuando en la siguiente expedición, al parque Nacional de Zoins consigo escalar el “Angel`s Landign” o “Posadero del Angel” o mejor “despeñadero del Angel” que es como debían haberle puesto a aquel lugar donde si uno padece el más mínimo vértigo o mal de altura lo mejor es que ni le se le ocurra asomarse.

La cosa no empieza mal, la subida desde el río es amena en los primeros tramos, pero ya para alcanzar la primera cornisa hay que exprimirse un poco y luego tras buscarle la espalda a la montaña ya hay que echar el resto. Cuando parece que lo hemos echado y al fin llegado, aparece la trampa. El “angelito” se paro primero en un sitio, que diría destino final, pero luego dio otro vuelecillo y se fue más alto , allá a las nubes. Y para llegar allí es ya la prueba definitiva. Menos mal que han puesto cadenas y apoyos porque hay algunos pasillos de piedra con los precipicios a ambos lados de no pararse a mirar. Con la piedra mojada o nieve aquello es imposible- de hecho cada año mueren una media de tres personas despeñadas- pero por fortuna el día es esplendido y cuando llego me olvido al contemplar desde allí el panorama de la fatiga y cierto miedo. Con esa cima hemos completado lo que en cierta manera era una prueba personal. Algún kilo y no me sobran ahora he perdido en estos muchos kilómetros, cerca de cien que me he metido, cuesta arriba y cuesta abajo en las piernas.
Pero a la vuelta, ahora bajando placenteramente me detengo en las orillas del río, que tras todos estos caminos de ángeles porque no he salido de ellos, el Negro, el Resplandeciente y el aficionado a posarse Posadero, se llama y me gusta, de la Virgen. Le cuento a Dale lo que nos pasa a los españoles con la Virgen y me acerco a su orilla. Un viejo rito: empapar el sombrero con su agua. La del ultimo río americano por cuyas orillas voy a caminar por ahora. Porque me da que si bien lo que ya me queda es poco más que la vuelta a casa no será difícil que me vuelvan a ver estos parajes.

El viejo sombrero de lona sudafricano está de nuevo colgado pero me ha dicho un par de cosas. La primera que no tarde tanto tiempo como he tardado en descolgarlo y que en el camino los dos nos hemos sentido renovados y si , es verdad, el alma se le lava a uno y el sudor por estas montañas también le sirven para drenar el corazón y que este sonría ahora al recordar sus nieblas.

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