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Santiago López Castillo

Reina por un día

Santiago López Castillo 15 Mar 2016 - 19:39 CET
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Vaya por delante que con motivo de su matrimonio con Don Felipe -conviene matizar- , y al escribir un artículo titulado «No quiero», la Casa Real me dejó de invitar a los actos que programaba y lo venía haciendo con la máxima frecuencia. La Zarzuela sabía, eso sí, de mi admiración y respeto hacia Don Juan Carlos y Doña Sofía, de ahí que posea en un rincón preferente de mi casa el retrato de Sus Majestades, orlado en plata, con dedicatoria a puño y letra para este humilde servidor.

Pero lo que está ocurriendo, un día sí y otro también, con Doña Leticia (con ce, esnobismos ninguno), es de traca por no decir alarmante. Lo último ha sido -ha corrido a galope tendido por la Red- un «tuiteo», o como se diga, apoyando a un amigo de los monarcas pringado en eso de las tarjetas «black», las de Rato y Cía., calificando de «mierda» la publicación que lo difundió, que, al parecer, pertenece a «El Mundo», vuelve Pedrojota, vuelve, prefiero a un liberal antes que a un gilipollas y egocéntrico, por no decir Sánchez en cambio de tercio. Y preceden a esta noticia de la consorte, los garbeos nocturnos de la Rocasolano, con múltiples escándolos de su familia, paterno-filiales, ensoberbecidos y no me vengan justificando los hechos con el ocurrente argumento de que eso ocurre en las mejores familias, y en las peores, agrego yo.

A Leticia (siempre con ce), Ortiz Rocasolano, se la conocía en TVE como «la trepa». También, por su delgadez, la flaca. Siempre escalando posiciones junto a sus jefes próximos. No, no tuve relación alguna con ella, salvo la somera profesional. Hasta que, cuentan, Pedro Erquicia se la presentó al entonces príncipe Felipe y el hijo del monarca dijo «sí quiero» cuando la mocita y no tan mocita era la antítesis de una reina española: republicana, divorciada, abortista según un primo, agnóstica y va y se casa por la Iglesia, lo que hace el peso del manto de armiño, tía. El que después se vaya «de marcha» por el Madrid de la movida, que ya huele a caca de la vaca, pues, mire, como si se opera o se pone ciega a chupitos o se va a ver una peli en el palacio de las pipas, que por los sesenta era el Montija o vulgarmente el Tijilla, pajilleras a peseta.

No, con todos mis respetos, no, Señora, ése no es el papel de una reina, además de mostrar una soberbia exponencial sin límites. Y luego decían de Eva Sannun, poco menos que una furcia, o Isabel Sartorius por ser hija de padres separados. Las vueltas que da la vida. Se dice que el amor es ciego o que tienes los ojos en el cogote. Doña Leticia, el tratamiento así me obliga, por imperativo legal, debería fijarse, a mi parecer, en su suegra que es Doña Sofía, a años luz de su advenediza nuera.

– ¿Sólo por un día…?
– Y ya es bastante.

Giacomo Casanova, que era un golfo, decía que el amor no es más que una curiosidad. O el peso dorado de una Corona. Usted, en algunos casos de su vida, apuesta por un clinex. Papelera con brillantes.

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