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Había un hombre que todos los días –al rezar- le decía a Dios: “¿Cómo permites, Señor, que haya tanta injusticia y maldad en el Mundo, sin hacer nada por remediarlo? Y un día Dios le respondió: – «El mal, como el bien, nace de la propia libertad de elección del hombre. Y sí que hago por remediarlo: Te he enviado a ti y a otros muchos como tú, siglo tras siglo, para que despertéis la conciencia de los hombres, luchéis contra la injusticia, y defendáis al oprimido. ¿Y tú? ¿Qué has hecho tú?».
Para un servidor, la felicidad es más un camino que una meta. Una vez que aceptemos y seamos capaces de dar sentido a los sinsabores de la vida, es entonces cuando realmente podremos llegar a alcanzar la estrella inalcanzable; un estado de paz con nosotros mismos que nos liberará de todo miedo y ansiedad. Y si eso aún no fuera la felicidad, lo cierto es que comienza a asemejársele.
No es lo mismo amar que querer. Amar es generosidad y entrega incondicional. El verbo querer es activamente posesivo, y así podemos llegar a creer – equivocadamente – que la felicidad estriba en la posesión particular de personas o cosas, cuando – realmente – la posesión en sí misma, no el amor, lleva la espina de la amargura en su esencia; el miedo a la pérdida de lo poseído.
No, no es eso. La felicidad no estriba en tener, sino en dar; en dar y darse; desinteresadamente; con generosidad y sin condiciones.
En esta vida podemos luchar contra el dolor, o sufrirlo. Nosotros, con nuestros actos u omisiones, somos los que elegimos entre ayudar o ser objeto de ayuda. Entre dar, o tener que pedir.
La primera elección, la de ´ayudar´, es consciente y voluntaria; la segunda, la de ´ser objeto de ayuda´, es involuntaria, y va de serie para los egoístas, al acabar ´siendo objeto de ayuda´, precisamente todos aquellos que desde siempre, y en su insolidaridad, intentan escurrir el bulto frente a la desgracia ajena; cuando no enriquecerse, como se han enriquecido algunos canallas durante la pasada pandemia, mientras la gente moría a su alrededor.
Y por cierto, nunca es tarde para cambiar. Para pedir perdón, y perdonar.
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