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NOS TOMAN POR IMBÉCILES

“¡Campeones de Europa!”

¡Y lo que costaba echar a algunos!

Luis González 21 Jul 2024 - 07:28 CET
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Para empezar, debo dejar claro que tan honroso título lo hemos conseguido en la modalidad de fútbol. Nada más que en fútbol hemos sido los mejores de Europa.

En otros aspectos, siento decirlo, España ocupa el furgón de cola continental, o casi; y, aún en el mejor de los casos, en la lista de los vagones que llevan la mejor marcha, es difícil encontrarnos.

Los números no dejan mucho espacio para la duda; los números de verdad, no los trucados que nos quieren colar a cada momento.

Hace cincuenta años éramos la octava potencia industrial del mundo; dado que actualmente ocupamos el lugar quince, es evidente que unos cuántos países nos han adelantado. O sea, lo han hecho mejor que nosotros. Si fueron tantos, será porque no se lo pusimos muy difícil.

Pero en fútbol hemos sido los mejores; las casas de apuestas, más o menos el equivalente a las empresas que no paran de meter la pata con las encuestas electorales, pronosticaban el triunfo de alguno de los tres favoritos: Alemania, Francia e Inglaterra; pues bien, precisamente por ese orden, han ido cayendo, uno tras otro, ante el mejor juego de los nuestros.

Parece lógico que no contáramos para los expertos: el fútbol es un deporte de equipo, en el que la unión hace la fuerza, en el que no puede ir cada Autonomía por su lado o estaríamos perdidos; no se trata de correr más, sino de correr mejor, o sea, de hacer más caso a los que tienen algo que ofrecernos y no a los que pintan a la burra más averiada con los mejores colorines… ¡y, para muchos, cuela!

Ya habrán notado que no quiero aprovechar este deportivo éxito para buscar metáforas políticas.

Pues bien, en nuestro once titular teníamos siete españoles de toda la vida; dos chavales hijos de personas que vinieron de visita a España y decidieron quedarse; lo cuál no sólo me parece bien, sino que lo encuentro lógico. Otros dos muchachos, nacidos en Francia, que también vinieron de visita; uno de ellos se ha marchado a jugar en no sé el país árabe;  pobre compensación: nos ganan todavía por unos cuántos miles a uno. El otro, también visitante, ya veremos si sigue con nosotros o regresa a su país de origen. Puede ser cualquier cosa: por ejemplo Toni Kroos, el fenómeno alemán, después de colgar las botas tras diez temporadas en el Madrid, ha decidido quedarse a vivir en España. Lo ha dicho muy claro: tiene miedo, porque en su país las cosas están cada vez más feas. Y eso lo dice un millonario que podría vivir en una urbanización más que vigilada; claro que, en cuanto saliera a dar un paseo, cualquiera sabe si regresaría entero.

Calculen cómo lo estará pasando la enorme cantidad de alemanes que no han dado una patada al balón en toda su vida.

Volviendo a lo de antes, los españoles, de visitas, entendemos mucho. Las más amables son las de los millones de turistas que, tras disfrutar, sobre todo, de nuestro sol y nuestra gastronomía, vuelven a sus casas tras dejarse aquí un buen dinerito.

El resto de visitas, ya es mala pata, todas terminaban quedándose; por lo menos, un buen rato

¡Y lo que costaba echar a algunos! Pueden creerme si les digo que, en cierta ocasión, lo conseguimos tras la friolera de ochocientos años.

Otros, como los romanos, por lo menos, nos dejaron algo de provecho.

De los franceses, ni les hablo. Nos fastidiaron bien el Siglo XIX, aunque tampoco venía con muy buena pinta, esa es la verdad.

Y los de ahora…

No sólo vienen para quedarse; en realidad su propósito es echarnos. O eso parece, al menos.

Cuentan con buenos aliados. Hay mucho  dirigente que, además de abrirles de par en par las puertas de nuestras casas, les invitan a llamar a amigos de su barrio, allá en África,  para que se animen a sumarse a la fiesta. No le veo la gracia; ellos sabrán.

Perdonen el rodeo; les aseguro que hoy pretendía hablarles nada más que de fútbol; y miren a dónde hemos ido a parar.

No querría dejarme en el tintero un comentario sobre el famoso gesto de Dani Carvajal en su visita a La Moncloa.

¡Qué torcidamente ha sido interpretado todo!

El muchacho lleva años siendo el mejor lateral derecho del mundo y como tal ha sido reconocido en la reciente Eurocopa.

Los que de fútbol no entienden mucho, es lógico que se líen un poco. Verán como en seguida lo cogen.

La labor fundamental de un defensa de ese lado, es tenérselas tiesas con el extremo izquierda adversario.

El bueno de Carvajal, pues, tiene la costumbre de marcar de cerca o, cuando menos, impedir que el tal extremo pueda hacer de las suyas.

Y, claro, cada vez que se tropieza con alguien con aspecto de extremo izquierdo, va derechito a por él, como es su obligación.

Estoy seguro de que al explicarle la visita,  algún despistado le previno de que se iba a ver ante un  señor de extrema izquierda.

Carvajal, pues, llegó dispuesto a la lucha; pero, cuando a pocos centímetros de su destino, descubrió quién le tendía la mano,  tengo la seguridad de que pensó para sí:  “¡Tú que vas a ser un tío de extrema izquierda! ¡Tú, a lo que más te pareces es a un aprendiz de Hitler, pero sin bigote!”

Y, claro, toda la energía que, como buen lateral derecho, tenía a punto para el encuentro, se le vino abajo de repente.

Y, ahora se enitende, le salió un gesto a la remanguillé; pero no de desprecio, quede eso claro, sino de decepción. Que no es lo mismo, ni mucho menos.

A ver si dejamos, de una vez, de sacar punta al fútbol con fines perversos.

Luis XIII… y medio

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