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Cuando el paisaje que se desgarra

Gaza, una venda en los ojos del mundo libre

La justicia, la dignidad y la humanidad no pueden ser negociables

A. Juan Mata (caballero templario) 16 Jun 2025 - 06:25 CET
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Desde los albores de la conciencia, el ser humano ha buscado un propósito. ¿Para qué estamos aquí, en esta efímera existencia, si no es para custodiar la vida, para salvaguardar no solo nuestro propio aliento, sino también la delicada armonía de cuanto nos rodea? Es una pregunta que resuena en las cumbres más elevadas de la filosofía y en el murmullo de cada criatura, en el esplendor de un paisaje inmemorial y en la fragilidad de una vida recién nacida. La naturaleza, en su sabiduría silenciosa, nos confía un mandato implícito: cuidar, proteger, preservar. Pero, ¿qué tipo de moral, qué perversión del alma, nos permite mirar para otro lado cuando los ecos de un genocidio resuenan desde Palestina, relatados día a día, hora a hora, por las voces que aún no han sido silenciadas?

Permítanme un desvío hacia un recuerdo reciente, quizás trivial en comparación con la magnitud del horror que hoy nos convoca. Hace no mucho, mi alma se conmovió ante la amenaza de una ‘mancilla’ en un paisaje que había llegado a amar: el inmenso olivar de Jaén, un tapiz verde que asciende por cerros y laderas, donde cada árbol milenario es un testamento de la resistencia de la tierra y sus gentes. Mi ‘fanatismo paisajístico’ me llevó a la acción, a la indignación ante la posibilidad de un ‘roto’ de mil hectáreas. Sin embargo, en aquel dilema local, emergieron las contradicciones humanas, la difícil tarea de discernir entre intereses, entre quienes alzaban la voz por el patrimonio y quienes vendían sus tierras por el precio de la comodidad, a menudo cegados por una miopía que ponía el bolsillo por encima del legado. Fue un microcosmos de ambición y vulnerabilidad.

Pero, ¿qué sucede cuando el paisaje que se desgarra no es solo de tierra y olivos, sino de carne, sangre y futuro? Cuando la sinfonía de la vida es interrumpida por el estruendo de las bombas y el lamento de los inocentes. En Gaza, no solo se destruyen hogares y cuerpos; se aniquila una historia, una cultura, un futuro. El «mundo libre», esa construcción idealizada sobre cimientos de derechos humanos y justicia, parece haberse colocado una venda en los ojos, un ‘anillo de Giges’ global que le permite obrar con una invisibilidad moral ante la masacre sistemática.

La información fluye, los datos son abrumadores, los testimonios desgarradores, y sin embargo, la inacción y la justificación se perpetúan. Es como si una parte de la humanidad hubiera decidido que este dolor, esta aniquilación, puede ser ocultada, minimizada o distorsionada por una narrativa conveniente. Los voceros y medios de comunicación, en ocasiones, parecen prestar ese anillo mágico, no para hacer invisible al poseedor, sino para hacer invisible el sufrimiento de aquellos que más lo necesitan. Asistimos a una selectividad en la indignación, a una complicidad pasiva que niega la esencia misma de nuestra existencia: la empatía y la protección del prójimo.

Esta ceguera no es solo una omisión; es una reescritura de los principios éticos que supuestamente nos definen. Cuando la humanidad se abstiene de proteger lo más fundamental, cuando la autodeterminación y la vida misma son negadas con impunidad, ¿qué mensaje estamos enviando a las generaciones futuras? ¿Qué legado de indiferencia forjamos en su memoria? La historia, ese gran archivo de la existencia humana, registrará esta «duración perceptible» de horror. Y, como aquel gusano nematodo que permaneció 46.000 años sin incorporar información, ¿podremos decir que hemos «vivido» este tiempo si nuestra memoria moral ha estado en criptobiosis?

La justicia, la dignidad y la humanidad no pueden ser negociables. No pueden ser sacrificadas en el altar de intereses geopolíticos o narrativas sesgadas. La «demolición silenciosa y minuciosa» que se cierne sobre Gaza es un espejo que nos interpela a todos. Es tiempo de que el «mundo libre» se quite la venda, rompa el hechizo de su invisibilidad moral y reconozca, sin ambages, que este “rey de Israel” también está desnudo, y su vergüenza, a la vista de todos, es también nuestra.

Fco. A. Juan Mata (caballero templario)

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