Cada mes, el «universo queer» nos regala una nueva etiqueta sexual con la que pretende “reeducarnos”. Lo que ayer era sentido común hoy se convierte en una identidad extravagante con bandera incluida. Y mientras tanto, el adocenado rebaño cultural bala con fuerza como si estuvieran ante super prodigiosos y maravillosos eventos científicos.
¡Atención, señoras y señores… y lo que Uds. quieran o elijan ser hoy ! ¡Ya tenemos en el escaparate una nueva etiqueta sexual para coleccionar esta semana. Se llama “demisexual”. ¡Y no, no es un superhéroe de Marvel, ni un ultra detergente para lencería íntima y delicada ! Resulta que un “demisexual” es << alguien que solo puede sentir atracción sexual hacia una persona con la que tenga un vínculo emocional previo>>. Vamos, que se trata de lo que se ha llamado, toda la vida, «enamorarse antes de meterse en la cama». O sea, tus abuelos, tus tíos, tus padres y…más de media España –la de nuestra postguerra– eran todos unos “demisexuales” de tomo y lomo y… no lo sabían.
Esta es la estulta genialidad de los lobbies «woke» y «queer»: poder rebautizar lo normal con palabros en inglés, meterlo en un PowerPoint universitario y convertirlo en exclusivas identidades de género. Ya no basta con ser hombre, mujer, hetero, homo o bix. ¡Eso es demasiado simple! Ahora hay que ser “pansexual” (que suena a panadería, pero inclusiva); o bien, «grisexual» (¿amante de los tonos grises?); “sapiosexual” (¿el que se excita con los sudokus); o tal vez, “género fluido” (el que se levanta «cis», merienda como un «queer» y cena como «unicornio» (esas mujeres bisexuales siempre dispuestas a hacer un trío con parejas heterosexuales monógamas). La estulticia –de estos nuevos gurús de las variopintas y estimulantes identidades de genero– es inconmensurable y se parece a la carta de un gastro-bar de última generación –pero que en vez de tapas– nos ofrece en su carta oficial unas sofisticadas etiquetas de delicatessens post modernas.
Lo divertido es que cada mes sacan un sabor nuevo, como si fueran helados de «Ben & Jerry’s»: “Ahora con trozos de demisexual y topping de queer fluido”. Y siempre con el mismo objetivo de que la «basca»peñera se sienta especial y única, en su especie y género.
Porque claro, ser simplemente un «hombre» o una «mujer», ya no mola nada y es aburridísimo. Es mejor inventarse una neotribu de género, pintarse el pelo de azul, colgar su personal e identitaria bandera en el balcón y proclamar al mundo entero que eres un espécimen único e irrepetible.
¡El negocio es redondo! Hay merchandising, charlas TED,(Tecnología, Entretenimiento y Diseño), talleres en colegios, influencers que venden camisetas con esloganes de “orgullo pansexual” e, incluso, asociaciones que viven de las mamandurrias y subvenciones del Gobierno. Cada nuevo género es un «chiringuito inclusivo» más a inscribir — con su propia bandera identitaria y su día internacional de orgullo– ¿De verdad alguien cree que esta «feria del absurdo» busca respeto e igualdad? ¡No, por supuesto que no! Lo que busca es solo dinero, poder, confusión psicológica y extravagancia sexual.
Y mientras tanto –nuestros pobres jóvenes y adolescentes– van cayendo como chinches en la saducea trampa «queer», donde les bombardean con la idea de que su identidad está en crisis y, que si no encajas en la sopa de letras LGTBIQ+, es porque algo raro les pasa. Y claro, ¿qué hace un chaval de 15 años que aún no sabe ni qué quiere estudiar…? Pues apuntarse al último invento de género y declararse:»grisexual», «fluido”,»agosexual»,»alosexual», «ginesexual»,»fraysexual», etc, etc,…para asi sentirse alguien interesante en todas las redes sociales. Lo malo es que luego algunos terminan en peligrosos tratamientos hormonales, en complicadas operaciones quirúrgicas y en un «cacao mental» –y no maravillao– del que no salen en años. Todo eso, gracias a los iluminados adalides defensores del distópico y spocaliptico género «queer».
Lo más grotesco de todo es la pretensión científica. Nos dicen que el sexo es una “construcción cultural” y que el género «es infinito», como si estuviéramos en un videojuego multipantalla. Pero, curiosamente, cuando necesitan un trasplante de riñón o cuando la medicina solo distingue entre cuerpos masculinos y femeninos, el cuento paranoico –entre lo «woke» y «queer»– se acaba. Ahí sí que no hay “fluidez”: solo hay cromosomas, y pura biología, ciencia y realidad.
El truco es infantil: darle nombre rimbombante a lo obvio. Si te enamoras antes de tener sexo, eres «demisexual»; si no tienes ganas de nada, eres «asexual»; si te gusta el intelecto, eres «sapiosexual»; si cambias de idea cada semana, eres «fluido»…y así — como decía el superhéroe estelar y astronauta de Toy Story, «Buzz Lighyear»–:¡ ¡Hasta el infinitooo!. Vamos, que viene a ser lo mismo que decir que eres “cafeterosexual” –ya que solo ligas después de tomarte un café– o “dominguerosexual” –porque solo te apetece «eso» el fin de semana–. Esto es la ridiculez personificada y la estulticia elevada a categoría política.
Eso sí, no se te ocurra reírte de esto en público, porque serás tachado de facha, retrógrado y enemigo de la diversidad de género. La nueva religión de identidad «woke-queer» no admite ninguna broma. Cada etiqueta es un dogma y cada bandera un símbolo identitario. Lo que antes era sentido común, ahora es pura blasfemia, porque su identidad de género y su orientación sexual no se ajustan a las convencionales normas sociales.
Lo que se esconde detrás de esta «verbena de géneros» no es la libertad, sino el control. Un ciudadano con los pies en la tierra es difícil de manipular. En cambio, un joven inmaduro confundido, lleno de etiquetas y con la autoestima en crisis, es carne de cañón para el Estado, para las élites culturales y para los que hacen negocio de la intencionada confusión sexual.
Así que, «demisexual”, o bien “sapiosexual” y toda esa retahila de modernas sexualidades, no son más que puras «gilipolleces de género». Palabras vacías para mentes vaciadas. Una moda para pijosprogres con mucho tiempo libre y poca lectura seria. Y lo peor es que, mientras jugamos a inventar etiquetas, dejamos de lado lo que de verdad importa: la familia, la educación, la religión, el amor verdadero y la responsabilidad.
En resumen: más vale ser solo «hombre» o «mujer»–con todos los defectos y virtudes que les son propios– que convertirse en un inclasificable «Pokémon de género», esperando la próxima evolución del postmoderno binomio «woke&queer».
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