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Pedro Manuel Hernández: «Mentiras azules: ‘la estafa’ humanitaria de la ONU»

Pedro Manuel Hernández López 24 Ago 2025 - 13:05 CET
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Benjamin Netanyahu ha hecho lo que casi nadie se atreve: señalar a la ONU como lo que es, una «máquina de fabricar relatos falsos con apariencia de verdad». Su denuncia sobre la supuesta “hambruna en Gaza” no es un exabrupto, es una constatación: Naciones Unidas miente, manipula cifras, exagera realidades y convierte la guerra contra Hamás en un melodrama diseñado para demonizar a Israel y, de paso, lavar la imagen de los verdugos islamistas.

La ONU hace mucho que dejó de ser árbitro neutral para convertirse en un organismo hipertrofiado, politizado y con una única obsesión enfermiza: acusar a Israel de todos los males de Oriente Medio. Sus resoluciones contra Jerusalén son automáticas, rituales, casi litúrgicas, mientras sus silencios ante Siria, Irán o Venezuela son atronadores. En su seno, dictaduras sanguinarias se sientan en consejos de derechos humanos y reparten lecciones de democracia, sin que a nadie en Nueva York le tiemble la voz.

El caso de Gaza es el real y el  perfecto manual de una constatada manipulación. Sí, hay escasez de todo y en especial de alimentos –como en cualquier guerra– pero Hamás controla la ayuda, se apropia de los suministros y los revende, construye túneles en vez de panaderías y prioriza cohetes antes que medicinas. Esa parte nunca aparece en los informes de Naciones Unidas. Lo único que trasciende es el mantra de la “hambruna” y de los niños gazaties que mueren por su culpa, palabra que sirve para apelar a la emoción y presentar a Israel como verdugo de inocentes y de  indefensos niños. Una operación de marketing político disfrazada de falsa compasión humanitaria.

La gestión de António Guterres ha llevado este vicio a su máxima expresión. Lejos de ejercer de Secretario General –se comporta como un activista más en el club de las condenas automáticas– ha hecho de la Secretaría un púlpito para sus sermones morales vacíos y para difundir –sin contraste alguno– los partes de propaganda de las facciones islamistas. Bajo su batuta — la ONU ha perdido la poca credibilidad que aún le quedaba– pues ya no arbitra, milita partidistamente y, lo hace siempre en el mismo bando.

El doble rasero es clamoroso. La ONU no habla de hambruna en Ucrania, pese a que Rusia ha bloqueado corredores de grano y ha bombardeado la mayoría de las infraestructuras básicas para la subsistencia de millones de personas. Tampoco eleva la voz cuando en Venezuel –el pueblo  rebusca comida entre la basura– mientras Maduro engorda a su régimen con petrodólares e incluso le regala o cede lujosas mansiones al funesto y felón ex presidente Zapatero, en pago a sus múltiples y serviles servicios prestados.

De Irán –donde las mujeres son juzgadas, encarceladas y hasta asesinadas por no llevar velo– apenas nos llegan los  murmullos diplomáticos. Y en Cuba– donde la miseria crónica nunca alcanza la categoría de una “hambruna oficial”– es quizá porque el «comunismo castrista» ha sido siempre uno de los mimados del aparato internacional.

Solamente con el Estado de Israel —el lenguaje se transforma en un mediático estruendo humanitario–porque él es el enemigo favorito de toda la Asamblea General.

Ese es el termómetro de la ONU: medir a los aliados de dictadores con guantes de seda, y golpear a las demás democracias con martillo de hierro.

La trampa es evidente: mientras se agita el fantasma del hambre, a la vez, se alimenta una rica industria multimillonaria de ayuda internacional que vive de mantener eternamente la crisis palestina/israeli. Funcionarios, burócratas y ONG’s satélites prosperan con cada titular dramático. Los muertos de verdad, en cambio, nunca son los que importan, y mucho menos si son víctimas de regímenes amigos de la Asamblea General. Esa industria de la compasión es hoy una de las ramas más lucrativas del negocio internacional, y la ONU es su mayor agencia oficial de publicidad gratuita.

La ONU se ha convertido en un obstáculo para la paz. Bajo el mando de Guterres, ha dejado de ser un foro de encuentro para convertirse en el altavoz de dictadores y terroristas. Netanyahu ha levantado el velo, y no es casual que su voz resuene como una herejía política: porque la mentira azul de la ONU ya es un dogma para demasiados gobiernos que prefieren mantener la farsa antes que reconocer el fracaso. El verdadero escándalo no es que Guterres y su maquinaria mientan; el verdadero y el auténtico escándalo es que los países libres sigan pagando sus continuas y costosas facturas.

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