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La mendacidad progresista: de Carlos Marx a Pedro Sánchez, pasando por Goebbels y Stalin

Carolus Aurelius Cálidus Unionis 25 Ago 2025 - 08:45 CET
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Introducción: la mentira como esencia del progresismo

Si hubiera que condensar en una sola palabra la esencia del progresismo, esa palabra sería mentira. Desde Carlos Marx hasta los gobernantes de hoy, el discurso progresista se ha sostenido en el embuste, en el relato construido sobre falacias, en la manipulación emocional y en el desprecio por la realidad. Su mayor habilidad no ha sido generar riqueza, progreso o libertad, sino construir ficciones convincentes para las masas.

No es casualidad: en su raíz, el progresismo no cree en la verdad, sino en la utilidad política de la mentira. Marx jamás ofreció pruebas de sus leyes “científicas” de la historia; Stalin convirtió la propaganda en la base de su poder; Goebbels perfeccionó la técnica de repetir una mentira hasta hacerla verdad. Y hoy, los nuevos profetas de la Agenda 2030 hacen lo mismo, enarbolando el “gran embuste” del cambio climático antropogénico como dogma incuestionable.

La mendacidad no es un accidente del progresismo: es su condición de posibilidad.

De Marx a Stalin y Goebbels: los apóstoles de la mentira

Marx inauguró el polilogismo, esa idea delirante de que no existe una sola lógica común a la humanidad, sino que cada clase social tiene la suya. Así, cualquier refutación del marxismo podía ser desechada: “es la lógica burguesa”. La mentira quedaba blindada contra la crítica.

Stalin perfeccionó este método: el gulag no era terror, sino “reeducación”. El asesinato de opositores no era crimen, sino “defensa de la revolución”. Y Goebbels —hijo del mismo padre aunque con uniforme distinto— elevó la propaganda a sistema: “Una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”.

Los unos y los otros se presentaron como enemigos irreconciliables, pero fueron ramas del mismo tronco: el socialismo real, basado en la mentira como arma de poder.

El arsenal de falacias progresistas

El progresismo moderno sigue bebiendo de esas fuentes. Sus armas retóricas son siempre las mismas:

Todo esto constituye un sistema de inmunidad contra la razón. El progresista nunca debate: etiqueta, cancela y repite.

El gran embuste: el cambio climático antropogénico

Hoy el ejemplo más paradigmático de la mendacidad progresista es el relato climático. Se nos dice que hay un consenso absoluto, que el 99 % de los científicos lo afirman, que quien dude es un “negacionista”. Es el mismo mecanismo de siempre: convertir una hipótesis en dogma, blindarlo con estadísticas de consenso y utilizarlo como herramienta de control político y económico.

Que suban las temperaturas, que haya incendios o sequías, se interpreta de un único modo: prueba de la culpa humana. Todo se atribuye al dogma climático. Pero lo verdaderamente revelador no es la ciencia, sino el uso político del relato: más impuestos, más regulación, más burocracia, más poder del Estado y de las élites globales sobre la vida cotidiana.

El cambio climático antropogénico es, en definitiva, el último gran embuste progresista, tan útil como en su día lo fueron las leyes de la historia de Marx o las “verdades científicas” del realismo socialista.

La lógica del embuste: millones de moscas

Los progresistas de hoy no hacen más que repetir la vieja lógica del 68: “si todos lo creen, debe ser verdad”. Pero la realidad es terca. Las masas, como las moscas, pueden acostumbrarse a alimentarse de excremento; lo que no pueden hacer es transformarlo en alimento nutritivo.

El progresismo se sostiene sobre la capacidad de convertir la mentira en relato hegemónico, aunque en el fondo no sea más que mierda presentada como caviar.

Epílogo satírico: Manual del Dr. Sánchez para apagar un incendio

Y si alguien cree que esta lógica pertenece solo al pasado, que observe la España actual y a su máximo exponente: Pedro Sánchez. He aquí la muestra perfecta de cómo el progresismo convierte la tragedia en espectáculo, la incompetencia en relato, el desastre en oportunidad para posar ante las cámaras.

Manual del Dr. Sánchez para apagar un incendio:

Cuando el fuego se produce en algún lugar remoto de la España rural que estamos en vías de despoblar del todo, en primer lugar, no hay ninguna prisa. Material necesario: maquillaje, gotas de sudor, cara de acelga, un Falcon, una camisa ignífuga modelo batida de corzos, un médico, un helicóptero, medio centenar de asesores y dos huevos bien gordos.

Si el fuego es en La Moncloa, todos los recursos son movilizados. Si arde Extremadura, se retrasa todo lo posible: total, esa gente pobre no tiene nada que perder. Palabra de progre de salón.

Después llega el teatro: aterrizaje del Falcon, comparecencia maquillada, anuncio de observatorios del fuego, subcomisiones interministeriales, fondos millonarios que nunca existirán, tasas absurdas, burocracia infinita y, por supuesto, la culpa atribuida al cambio climático. El incendio se da por extinguido en el momento exacto en que desaparece de las portadas de los periódicos.

He aquí la esencia del progresismo: mentir con aplomo, posar con descaro, legislar con absurdo, y marcharse en Falcon antes de que alguien note que todo era humo.

Conclusión

De Marx a Sánchez, pasando por Stalin y Goebbels, la historia del progresismo es la historia de la mentira. La diferencia es de estilo, no de fondo: unos construyeron gulags, otros observatorios; unos usaron la propaganda de guerra, otros la propaganda climática. Pero todos compartieron el mismo credo: que la verdad no importa, lo único importante es el relato.

El progresismo no teme a la contradicción, porque se alimenta de ella; no teme a la mentira, porque vive de ella. Y, como las moscas del 68, nos invita a todos a comer mierda, convencidos de que la mayoría la encontrará sabrosa.

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