Hace ya un cuarto de siglo que me separé de la madre de mi hija. Y han pasado casi dos décadas desde que participé en el programa “Yo Soy Vecino”, emitido por la televisión regional de Extremadura, un monográfico sobre mi historia y mi lucha. Una lucha que, como tantas veces dije entonces, no era solo mía: era la de miles de padres expulsados de la vida de sus hijos por un sistema judicial construido sobre la ideología de género.
Fundé la Asociación de Padres y Madres Separados de Extremadura, participé en tertulias de radio y televisión —muchas de ellas nacionales—, y llegué a ser Secretario de Organización de la Federación de Asociaciones por la Custodia Compartida. Me senté frente a políticos de todos los colores, hablé ante jueces y magistrados del Tribunal Supremo, y debatí públicamente con fiscales, desmontando sus dogmas hasta el punto de que varios de ellos me juraron venganza eterna… y la cumplieron. En una ocasión, incluso, fui agredido por una feminista conocida en Extremadura, durante un debate televisado, fuera de micrófono y cámaras.
Mi protesta más recordada fue aquella que me llevó a permanecer durante un mes frente a los juzgados de Badajoz, con pancartas a favor de la custodia compartida y de la mediación familiar, repartiendo más de 10.000 hojas informativas sobre mi caso. El juez decano ordenó mi desalojo “en nombre de la junta de jueces”, a pesar de que tenía todos los permisos legales. Aquella jornada acabó conmigo en el hospital: dos guardias de seguridad me agredieron, me dislocaron un hombro y sufrí un ataque de ansiedad.
Como si no bastara, la juez de guardia, de la mano del juez decano, aceptó la denuncia contra mí: me multaron bajo la acusación surrealista de que había agredido yo a los guardias.
El juez decano, de nombre Luis Romualdo, acabaría haciéndose famoso por ser el primero, «el pionero» en dictar una sentencia de divorcio con CUSTODIA COMPARTIDA… ¡Pero de un perro!!! No es coña.
La gota que colmó el vaso fue cuando, en plena desesperación, anuncié a los jueces de la Audiencia Provincial que me pondría en huelga de hambre si no se daba prioridad al interés superior de mi hija, si no se me permitía seguir presente en su educación y crianza. Lo que pedía entonces, y que me negaban con arrogancia ideológica, años después se convirtió en jurisprudencia del Tribunal Supremo de España: la custodia compartida como norma general, salvo riesgo probado de maltrato o abandono. Lo que reclamaba era de puro sentido común: que no se condenara a mi hija a ser huérfana de padre por decisión judicial.
No tardaron en llegar las denuncias falsas por malos tratos, presentadas por la madre de mi hija. Jamás se probó nada. Jamás mi hija corroboró esas acusaciones. Aun así, me vi sentado en un juicio en el que el fiscal dictaba respuestas a mi ex mujer, y la abogada de la Casa de la Mujer hacía lo mismo. Yo interrumpía una y otra vez exigiendo que se ciñieran a los hechos. Aquella vez la juez me absolvió “por falta de pruebas”. Más tarde, la Audiencia Provincial repitió la absolución. Pero el daño ya estaba hecho: cada denuncia, aunque falsa, quedaba registrada, y servía como arma para excluirme de la vida cotidiana de mi hija.
Pero España, ya lo sabemos, no es un país de sentido común, sino de leyes improvisadas y de ideologías convertidas en dogma. La ley de divorcio exprés de 2005 convirtió el divorcio en un trámite administrativo, casi banal, cuando en cualquier país civilizado el divorcio sigue siendo un fracaso personal y social. Allá, antes de llegar a un juez, se obliga a los cónyuges a acudir a mediación familiar, y se aplica el principio del “progenitor más generoso”. Allá, en esos países donde aún se cree en la perdurabilidad, se practica también la orientación: ayudar a parejas que quieren separarse por nimiedades, disuadirlas de destruir la convivencia cuando todavía hay margen de reconciliación, por el bien de ellos mismos y, sobre todo, de sus hijos.
En España, en cambio, hemos sustituido la cultura del noviazgo, el enamoramiento, el esfuerzo por construir una vida juntos y superar las crisis, por una cultura de usar y tirar. La cultura del divorcio rápido, fácil y sin reflexión. Aquí se presenta el divorcio como síntoma de progreso, cuando en realidad es, casi siempre, un síntoma de fracaso personal y social. Lo deseable —y lo sabe cualquiera que no se engañe a sí mismo— son las relaciones duraderas y perdurables, esas que se construyen sobre el conocimiento y el amor mutuo, porque, como decía Leonardo da Vinci, “solo se ama lo que se conoce, y solo se conoce lo que se ama”.
España se ha convertido en el paraíso de la ruptura exprés, en el infierno de la perspectiva de género judicial y en el cementerio de la custodia compartida real. Los juzgados de familia siguen actuando desde el favor matris, colocando por encima de todo el supuesto “interés superior de la madre”, y relegando a un segundo plano el verdadero interés superior del menor.
Por otro lado, la Ley de Violencia de Género, aplicada como espada de Damocles, ha destruido familias, ha criminalizado a los hombres por el simple hecho de serlo y ha fomentado un ejército de denuncias falsas sin consecuencias para las denunciantes.
Hoy, más de veinte años después de aquella protesta en la puerta de los juzgados de Badajoz, vivo con una estupenda mujer con la que comparto mi vida desde hace casi tres lustros. Mi hija es adulta ya, aunque las heridas de la injusticia y la alienación parental siguen presentes. Y sigo convencido de que mi lucha no fue en vano: porque lo que entonces reclamaba y se me negaba, hoy es doctrina del Tribunal Supremo, aunque la mayoría de juzgados la ignoren con descaro.
Lo repito sin matices: solo los canallas, los ignorantes o quienes se lucran del dolor ajeno pueden seguir defendiendo que la Ley de Violencia de Género es útil y necesaria. 20 años de tragedias, falsedades y sufrimiento deberían bastar para reconocerlo.
Porque al final, de lo que se trata es de algo muy simple: de que los hijos no sean huérfanos de padre por decreto judicial, de que crezcan conociendo y amando a ambos progenitores. De que la justicia deje de servir a una ideología y sirva, por fin, a la verdad y a la vida.
Más en Columnistas
CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL
QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE
Buscamos personas comprometidas que nos apoyen
CONTRIBUYE
Home