El presidente de Dignidad y Justicia, Daniel Portero, lo ha resumído con una frase que debería retumbar en la conciencia de Europa: “Hamás siempre ha sido un aliado estratégico de ETA”. Una afirmación lapidaria, incómoda para quienes hoy día siguen blanqueando la violencia disfrazada de “causa política” y que cobra más vigencia tras los recientes episodios que han sacudido tanto a Oriente Medio como a España.
Todo empezó con el brutal ataque terrorista de Hamás contra Israel, el 7 de octubre de 2023, cerca del kibutz de Reim — durante el festival de música Nova– en el que un total de 1.400 judíos, de 19 distintas nacionalidades fueron cruelmente asesinadas. Además raptaron a 252 personas, de las que 105 han sido intercambiadas por presos palestinos y, según noticias fidedignas, 42 siguen como rehenes en poder de Hamás. Israel bautizo este luctuoso día como el «Sabbath Negro*. El asalto de las milicias de Hamás un ataque violento, premeditado, sangriento e indiscriminado, en el que ancianos, mujeres y niños fueron masacrados con la frialdad propia de quienes no buscan paz ni justicia, sino únicamente exterminio. Aquel baño de sangre no fue un accidente ni un exceso militar: fue un acto de terrorismo puro, del mismo molde que conocimos en España durante décadas bajo las siglas de ETA. La diferencia es el escenario, no el método. Hamás no dispara al aire; Hamás asesina. Y cuando asesina, además, lo celebra con vídeos, comunicados y una propaganda nauseabunda que pretende justificar lo injustificable.
Ese crimen contra la población civil israelí fue el origen de la actual ofensiva militar de Israel en Gaza. Una ofensiva que –guste o no guste– responde a un hecho básico: ningún Estado puede tolerar que su territorio sea convertido en un campo de caza humana a manos de una organización terrorista enquistada entre civiles y financiada con dinero manchado de sangre. La reacción de Israel– con sus excesos y errores– es la respuesta lógica y directa de un país que se niega a desaparecer bajo las balas y cohetes de quienes ni siquiera reconocen su derecho a existir.
Y sin embargo, en España, hay quienes siguen mirando a otro lado o, mucho peor aún, quienes aplauden y vitorean a Hamás bajo la coartada de la sufrida “resistencia del pueblo palestino». Aquellos, los mismos que, hace años, justificaban y aclamaban a ETA por “el eterno conflicto vasco”, son hoy los que blanquean al islamismo asesino bajo la cobertura del terrorista de Hamás . La izquierda radical abertzale , los antisistema de manual y la eterna comparsa batasuna ven en cada cadáver israelí un motivo de inmenso júbilo. Su coherencia ha sido y es, la del odio: ayer contra la democracia española, y hoy contra el Estado judío de Israel .
El ejemplo más patético de esta hermandad ideologica y binomio terrorista lo hemos visto en la Vuelta Ciclista a España a su paso por Cabezón de la Sal y Aviles. Un equipo profesional de ciclistas israelíes, con bandera israelí que osó competir en suelo español, fue atacado e insultado por el mero hecho de ser judios ¿La respuesta de los grupos autodenominados “antifascistas”…? Violencia, insultos, intentos de boicot y agresiones para tratar de impedir su participación. El ciclismo convertido en trinchera política y las bicicletas atacadas por matones disfrazados de activistas. Una demostración más de que el odio no entiende de fronteras ni de deportes: todo vale con tal de escupir y vejar a Israel y a sus ciudadanos.
No es casualidad. Los radicales vascos que intentaron reventar la carrera son los herederos directos de quella ETA que durante décadas sembró España de cadáveres. El vínculo ideológico con Hamás es muy evidente: rechazo absoluto a la democracia, culto a la violencia, victimismo permanente y la pretensión delirante de legitimar el asesinato como arma política. Como recordó Portero, no se trata de afinidad retórica, sino de colaboración real: Hamás y ETA compartieron estrategias, formación y contactos internacionales.
Que en 2025 todavía tengamos que ver en nuestras calles a los cachorros batasunos intentando agredir a ciclistas por el mero hecho de llevar una bandera israelí demuestra hasta qué punto España no ha cerrado en falso las heridas del terrorismo. La impunidad con la que actúan capitaneados por Ibón Meñika– ex miembro de Jarrai y sobre el que pesan tres condenas anteriores– junto a la institucional y pasiva permisividad y la cobardía política del Gobierno, han permitido que la ideología del odio siga viva, disfrazada de “memoria histórica” o de “solidaridad con Palestina”. Nada de eso es solidaridad: es puro antisemitismo y xenofobia camuflados en pancartas rojas y verdes.
La ironía es que quienes se autoproclaman defensores de la libertad, de los pueblos y de los derechos humanos, son los primeros en callar ante las ejecuciones sumarias de Hamás, ante la opresión a las mujeres en Gaza o ante el ideologico adoctrinamiento de niños que crecen aprendiendo a odiar antes que a leer. Aplauden al verdugo y desprecian a la víctima, como hicieron aquí durante décadas. Porque para ellos la vida humana nunca fue lo esencial: lo esencial es la causa, el mito, la bandera manchada de sangre.
La sociedad española debería preguntarse qué clase de democracia tenemos si seguimos tolerando que los mismos que no condenan a ETA se conviertan en portavoces de Hamás en nuestras calles y universidades. ¿Qué hemos aprendido de nuestros muertos si permitimos que se insulte a Israel por defenderse, mientras blanqueamos al terrorista que ataca guarderías, sinagogas o estaciones de tren? ¿Qué clase de dignidad tenemos si a los ciclistas israelíes se les acosa en España mientras los cachorros batasunos siguen cobrando subvenciones públicas?
Hamás y ETA son ramas de un mismo árbol podrido. Uno se enraíza en Gaza, el otro lo hizo en el País Vasco. Ambos se alimentan del odio, ambos justifican lo injustificable, ambos se sirven de la propaganda victimista para ocultar la barbarie que los define. Y ambos, no lo olvidemos, encontraron cómplices en la política, en la universidad, en la prensa y en la calle.
La frase de Daniel Portero debería grabarse en piedra: Hamás siempre ha sido un aliado estratégico de ETA. El problema es que demasiados siguen sin querer leerla, porque aceptar esa verdad implica reconocer que el terrorismo que sufrimos aquí tiene ecos internacionales, apoyos ideológicos y ramificaciones que todavía nos rodean. No basta con mirar a Oriente Medio y fingir neutralidad: hay que señalar a los cómplices internos, los mismos que ayer jaleaban a los asesinos de Hipercor y hoy jalean a los carniceros de Sderot.
En definitiva: el odio se recicla, cambia de bandera, muta de idioma y se adapta al siglo XXI, pero sigue siendo odio. Y el deber de una democracia es combatirlo sin matices ni ambigüedades. Israel lo entendió desde el primer día: quien mata a tus hijos no es un interlocutor, es un enemigo. España, en cambio, sigue atrapada entre la tibieza y la hipocresía.
Y mientras tanto y todo esto ocurre el pequeño Napoleonchu —ese caudillito acomplejado que como se le queda muy grande el ministerio de Exteriores, juega a presidente autonómico– se permite la chulería de exigir que se expulse al equipo de Israel de la Vuelta Ciclista a España,como si la competición deportiva estuviera a merced de sus delirios sectarios. Lo más grave, sin embargo, no es su pataleta provinciana, sino el silencio cómplice del Gobierno de Sánchez, que ni le afea la conducta ni lo cesa de inmediato. Callan, agachan la cabeza y toleran que se use el deporte como arma política, degradando a España ante el mundo y confirmando que aquí manda más el capricho de un satrapilla ministrillo que la dignidad de un Estado serio.
Si de verdad queremos honrar la memoria de todas las víctimas — aquí y allí– debemos dejar de blanquear al terrorismo. Porque cada vez que un batasuno agrede a un ciclista israelí en España, Hamás sonríe en Gaza. Y cada vez que Europa calla ante el antisemitismo disfrazado de pancarta solidaria, el terrorismo da un paso más en su eterna carrera contra la vida.
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