El 12 de octubre no es un día cualquiera. Es una fecha que marca el nacimiento de un mundo nuevo, el momento en que España, culminando su larga reconstrucción tras la invasión islámica y la unificación peninsular, se proyectó hacia el otro lado del océano con un propósito civilizador, religioso y político sin precedentes. Es el día de la Hispanidad, la conmemoración de un acontecimiento que cambió el rumbo de la humanidad, y que —pese a los intentos actuales de tergiversarlo bajo la leyenda negra, el indigenismo o la hispanofobia ideológica— representa una hazaña universal en la historia del hombre.
Si esta gesta hubiera sido protagonizada por otro pueblo, hoy no habría duda alguna sobre su carácter grandioso. Pocos hechos en la historia humana igualan su magnitud. España no solo descubrió un continente desconocido para el Viejo Mundo: lo incorporó jurídicamente, culturalmente y espiritualmente a una comunidad de derecho y de destino común. No fue una empresa de saqueo, sino un proyecto político, religioso y filosófico de integración que habría de dar lugar a una civilización mestiza, católica, universal y humanista.
I. España: de comunidad de reinos a nación histórica e imperial
España —como recordara Gustavo Bueno— no nace como una mera “nación étnica” o fruto de un contrato liberal moderno, sino como una nación histórica surgida de una “comunidad de reinos” que, desde el siglo VIII, comienza a concebirse a sí misma como heredera del orbe hispánico visigodo y cristiano. Ya Alfonso III de Asturias se intitulaba Adefonsus totius Hispaniae Imperator (867), expresión temprana de una autoconciencia imperial que más tarde se consolidaría en los monarcas leoneses y castellanos.
Según el materialismo filosófico de Gustavo Bueno (Filomat, 2021-22), España se constituye como nación histórica a finales del siglo XV, con la unión dinástica de Castilla y Aragón, la expulsión de los musulmanes, y el descubrimiento de América. Es entonces cuando las diversas “naciones étnicas” peninsulares se funden en una sola entidad histórica, dotada de una misión universal. Desde ese momento, España no será una nación política (en sentido moderno), sino una nación histórica e imperial, percibida como tal por otras potencias europeas y por los nuevos pueblos con los que entrará en contacto.
Esta condición imperial, como explica Bueno, no debe entenderse en el sentido depredador de los imperios modernos, sino como un conjunto de planes y programas que atraviesan siglos y generaciones, vinculados a una idea de unidad y proyección universal. El “ortograma imperial” de España se forja en la resistencia y victoria frente al Islam y se proyecta en la expansión ultramarina, alcanzando su plenitud en los siglos XVI y XVII bajo los Reyes Católicos, Carlos I y Felipe II.
II. El Imperio generador: civilización y ortograma histórico
España no impuso un imperio de dominación, sino un imperio generador, en palabras de Gustavo Bueno. Su fin no era la mera extracción de recursos ni la explotación mercantil, sino la transmisión de su fe, sus instituciones, su derecho y su lengua. El Imperio español creó universidades, cabildos, hospitales, ciudades planificadas, redes administrativas y un marco jurídico de protección para los pueblos incorporados.
En el siglo XVI, Carlos I funda el Consejo de Estado, órgano central del gobierno imperial que demuestra la existencia de una verdadera unidad política. Mientras el Sacro Imperio Romano Germánico se deshacía entre príncipes y dietas sin poder real —“un fantasma imperial”, como lo definió Pufendorf—, España poseía una estructura coherente, con autoridad, jerarquía y leyes comunes.
Este modelo de imperio, ético y jurídico, tiene raíces profundas en la filosofía política hispana. Desde la Escuela de Salamanca, con figuras como Francisco de Vitoria, Domingo de Soto y Juan de Mariana, se desarrollaron los principios del Derecho de Gentes y de la legitimidad política. Vitoria sostuvo que los pueblos americanos eran racionales y titulares de derechos naturales; Mariana, en su De rege et regis institutione (1599), defendió el derecho del pueblo a deponer a un rey tirano —una doctrina tan avanzada que escandalizó a París y fue quemada por subversiva.
Estos pensadores, desde el corazón del Imperio, fundaron el Derecho Internacional moderno, anticipando varios siglos antes las nociones de soberanía popular, límites del poder y dignidad humana.
III. América: provincias, no colonias
A diferencia de los imperios británico, francés o neerlandés, España no trató a los territorios americanos como colonias, sino como provincias de la misma Monarquía Hispánica. Los habitantes del Nuevo Mundo fueron considerados españoles de pleno derecho, y así lo reflejan las leyes, las cédulas reales y los organismos administrativos. La monarquía trasladó a América instituciones esenciales como los juicios de residencia, que garantizaban la rendición de cuentas de los funcionarios y sancionaban la corrupción y los abusos.
El mestizaje fue política y realidad, no anomalía. La Corona promovió el matrimonio entre españoles e indígenas; se fundaron universidades (Santo Domingo, México, Lima, Córdoba), hospitales, cabildos y centros culturales. En apenas un siglo, surgieron ciudades con imprentas, universidades y catedrales; se enseñaron el latín, la lógica y el derecho. Frente a las reservas indias del norte anglosajón, los pueblos hispanoamericanos fueron integrados en la vida cívica y religiosa de la comunidad imperial.
Las reducciones jesuíticas de Paraguay son un ejemplo sublime de esta orientación: comunidades indígenas libres, organizadas según los principios cristianos de trabajo y cooperación, bajo la protección directa de la Corona. Mientras Portugal esclavizaba brutalmente en Brasil —siendo uno de los últimos países del mundo en abolir la esclavitud—, España desarrollaba una experiencia social y moral sin precedentes en la historia universal.
IV. La leyenda negra y el odio a España
Pese a ello, desde el siglo XVI comenzó a propagarse la Leyenda Negra Antiespañola, una campaña de difamación sistemática contra España impulsada por potencias rivales —ingleses, neerlandeses, franceses—, que necesitaban justificar su propio colonialismo. La propaganda antiespañola, amplificada después por el romanticismo liberal y el marxismo, se convirtió en el relato dominante en la educación y la cultura contemporánea, y aún hoy se repite en universidades y medios occidentales.
A esa falsificación histórica se ha unido en tiempos recientes el indigenismo ideologizado, que pretende culpar a España de todos los males de América, olvidando que las grandes masacres y exterminios fueron obra de otras potencias. Este indigenismo —construido por élites progresistas y gobiernos populistas— no defiende a los indígenas, sino que instrumentaliza su memoria para destruir el legado hispánico y la unidad cultural del mundo iberoamericano.
V. La continuidad de la celebración y el espíritu de Maeztu
El 12 de octubre comenzó a celebrarse oficialmente ya durante la Restauración monárquica, se consolidó bajo el Directorio de Primo de Rivera y fue reconocido por la Segunda República como día de la Raza, símbolo de unión entre España y América. El régimen del General Franco lo consagró como Día de la Hispanidad, y tras su muerte se mantuvo como Fiesta Nacional de España, con plena continuidad simbólica.
Ramiro de Maeztu, en Defensa de la Hispanidad (1934), proclamó que España no fue metrópoli, sino patria común de todos los españoles, peninsulares y ultramarinos, unidos por una misma fe, lengua y destino. La Hispanidad, escribió, es “una unidad espiritual fundada en la idea católica del mundo y en la dignidad del hombre”. Esa idea sigue siendo una respuesta necesaria frente al nihilismo, el relativismo y la disgregación contemporánea.
VI. Celebrar el 12 de octubre
Celebrar el 12 de octubre no es nostalgia ni nacionalismo trasnochado. Es afirmar la verdad histórica de España, su aportación decisiva a la civilización y su misión universal. Es recordar que junto al los conquistadores viajaron las universidades y hospitales, la fe y el derecho. España fue la primera globalizadora del mundo, pero una globalización humanista, no mercantil; jurídica, no esclavista; espiritual, no depredadora.
España no destruyó civilizaciones: las transformó, las integró, las elevó. La obra de España en América fue imperfecta —como toda obra humana—, pero incomparablemente superior a cualquier otro proceso colonial. Fue una gesta civilizadora, jurídica y cultural que cambió para siempre el curso de la humanidad. Y por eso, el 12 de octubre debe celebrarse con orgullo, como el día en que España se convirtió en el puente entre dos mundos, y la lengua, la fe y la razón alumbraron una civilización nueva: la hispánica.
Bibliografía comentada
- Gustavo Bueno, España frente a Europa (2000-2022). Análisis del concepto de nación histórica española y de su proyecto imperial, incluyendo el “ortograma” como criterio de continuidad política e ideológica. Imprescindible para entender la España histórica y su proyección universal.
- Ramiro de Maeztu, Defensa de la Hispanidad (1934). Reflexión sobre la identidad española, la unidad espiritual y la idea de patria común para peninsulares y ultramarinos. Esencial para comprender la dimensión cultural y civilizadora del 12 de octubre.
- Francisco de Vitoria, Relectio de Indis (1532). Base de la Escuela de Salamanca, precursor del Derecho Internacional, reconocimiento de derechos de los pueblos americanos y limitación moral del poder imperial.
- Juan de Mariana, De rege et regis institutione (1599). Defensa de la resistencia legítima frente a la tiranía, contribución al pensamiento político moderno y a la ética del poder.
- Joaquín García Icazbalceta y José María González Jiménez. Estudios sobre la administración, el mestizaje y la integración de América en la Monarquía Hispánica. Documentan el carácter provincial de los territorios americanos y la importancia de los juicios de residencia.
- William Prescott y Hugh Thomas, History of the Conquest of Mexico y The Spanish Empire in America. Fuentes históricas clásicas que destacan la dimensión civilizadora de España frente a otros imperios coloniales.
- Richard H. K. Holmgren, Jesuit Reductions in Paraguay. Documenta las reducciones jesuíticas como ejemplo de integración indígena protegida y autónoma, en contraste con la esclavitud portuguesa y británica.
- John H. Elliott, Imperial Spain 1469–1716. Análisis del modelo de gobierno imperial, de la transmisión de instituciones y del Derecho de Gentes aplicado en América.
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