(Dedicado a mis padres, abuelos, familiares y a todos los vecinos de Laguarres que ya no están entre nosotros, pero que nos esperan en el Cielo).
En 2021 sufrí un ictus cerebral, que me mantuvo medio año hospitalizado.
Como sucedió el 15 de agosto, Día de la Virgen María, que creo ayudó a salvarme, pues a Ella me encomendé, bajo la advocación de la Virgen del Pilar, ese año no pude asistir, al estar hospitalizado.
Tampoco los tres años siguientes, 2022, 2023 y 2024, pero este quinto año sentía la necesidad imperiosa de visitar el cementerio, las tumbas de mis padres, abuelos, tíos, primos, y, en general, de todos los vecinos muertos de mi localidad natal, Laguarres, en la comarca de La Ribagorza, del Alto Aragón.
Y, de paso, a los todavía vivos, que allí nos reunimos para rezar a Dios por nuestros difuntos.
Así sucedió, gracias a la amabilidad de un matrimonio amigo, Ana y Javier, que nos dijeron el favor de llevarnos, de buen grado, pues son unas excelentes personas.
Y sentí el gozo, la dicha y, también, la tristeza, de estar con mis progenitores, que tanto se sacrificaron para que mi hermano Joaquín, y yo mismo, tuviéramos cubiertas todas nuestras necesidades, pudiéramos estudiar, etc., en unos tiempos duros, y en unos territorios de secano, dónde cada peseta costaba mucho ganarla.
Sufrí la ausencia, unos pocos días antes, de doña Carmen Solano Magallón, excelente profesora, y con la que hicimos la primera Comunión, conjuntamente con Jorge Borén, él vestido de Capitán General, en el centro, y nosotros a los lados, ella de monja, y yo de fraile.
(De allí debe venir mi interés por la religión católica, y por conocer las raíces cristianas de nuestra Patria, y de Europa, y conviene no olvidarlo).
¡Qué tiempos aquellos, en los que pensábamos que nunca seríamos mayores, incluso ancianos, y que siempre permaneceríamos en la infancia, o en la adolescencia!
Tras sufrir el día previo una oleada de películas satánicas, y de programaciones de Halloween, todas ignorando la religión católica, nuestras tradiciones, principios y costumbres, fue una bocanada de aire fresco acercarse a la realidad, a los ritos ancestrales que han marcado nuestra vida y que, sin duda, marcarán también nuestra muerte.
Y hemos visto, una vez más, que una persona sin raíces no es nada, solo una hoja que lleva el viento.
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