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A propósito del 25N: salud sexual y reproductiva… ¿o barra libre para abortar?

A propósito del artículo «Garantizar los derechos sexuales y reproductivos también es luchar contra la violencia machista», de Mercedes Guerrero, en Catalunya Plural

Carmelo Alvarez Fernandez de Gamarra (Enraizados) 02 Dic 2025 - 09:04 CET
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Hay palabras que, si uno las toma en serio, dan risa. El artículo de Mercedes Guerrero en Catalunya Plural, titulado «Garantizar los derechos sexuales y reproductivos también es luchar contra la violencia machista», es un ejemplo perfecto: mucho titular solemne, mucha consigna de 25N y, cuando rascas, la misma idea de siempre: sin aborto fácil, rápido y subvencionado, el sistema estaría ejerciendo “violencia machista institucional”.

Mercedes Guerrero es matrona y vicepresidenta del Col·legi Oficial d’Infermeres i Infermers de Barcelona (COIB), además de formar parte de su Comisión de Política y Género, y tiene un perfil claramente activista en favor de lo que llama “derechos sexuales y reproductivos” desde el ámbito sanitario y mediático.

“Salud sexual y reproductiva” suena a algo muy técnico, muy OMS, muy de informe con gráficos a color. Una mezcla de laboratorio, despacho de la consellera y póster en el centro de salud. Pero luego rascas un poco y descubres que, en la práctica, significa sobre todo una cosa: que el sistema tiene que funcionar como una cinta transportadora que lleva a la mujer, con la mayor rapidez posible, desde el test positivo hasta la camilla del aborto. Y todo lo que no sea eso, lo llamamos “violencia machista institucional”.

Si una mujer embarazada se asusta, llora, está agobiada, tiene un salario de miseria, una pareja ausente y un alquiler imposible, el mensaje es nítido: -Tranquila, tenemos “recursos”: píldora, DIU, pastilla del día después, y si ya es tarde… clínica concertada.
¿Ayuda económica, guardería, apoyo laboral, vivienda digna, alguien que se siente contigo a ver cómo sacamos esto adelante? Eso no entra en la partida de “salud sexual y reproductiva”. Eso es caro, complejo y no queda tan bien en el PowerPoint.

Y luego está el otro término mágico: “planificación familiar”. Uno imagina un matrimonio o una pareja sentados, hablando de cuándo tener hijos, cómo organizar la economía doméstica, qué necesitan para sacar adelante la familia. En la práctica, sin embargo, “planificación familiar” se traduce demasiadas veces como: “No planifiques nada, tú ven cuando tengas un problema y nosotros “lo solucionamos”. Y por “problema” entienden, naturalmente, el embarazo. Qué detalle que el único “miembro de la familia” cuya planificación consiste en hacerlo desaparecer sea el más pequeño y el más indefenso.

Luego le añadimos la capa moral definitiva: si alguien cuestiona este modelo, está “atacando los derechos sexuales y reproductivos” y, por tanto, fomentando la “violencia machista”. El truco es perfecto: se asocia aborto = derecho básico = antídoto contra la violencia. Quien discrepa, aunque sea mujer, madre, médica o víctima real de maltrato, pasa automáticamente al cajón de los sospechosos.

Porque aquí hay otra ironía que nadie se atreve a mirar de frente: ¿qué hacemos con las mujeres que defienden la vida y deploran el aborto? ¿Son también machistas internalizadas? ¿Violencia patriarcal con falda? Hay miles de mujeres que han abortado y siguen sufriendo por ello; miles que han decidido seguir adelante con un embarazo difícil a pesar de presión familiar, económica o de pareja; miles que acompañan a otras mujeres ofreciéndoles ayuda real: tiempo, dinero, escucha, casa, empleo. Esas no salen en los reportajes. No encajan en el relato: son un bug (algo que estropea el guion) en el sistema.

En el guion oficial solo hay dos papeles:

  1. Mujer “empoderada” que aborta con respaldo del sistema,
  2. Mujer “oprimida” a la que se le dificulta abortar.

La mujer que quiere continuar con su embarazo, que pide ayuda para tener y criar a su hijo, que no quiere que su problema “desparezca” a costa de la vida de otro, esa es incómoda. A esa se la reconduce suavemente: -Claro que te ayudamos… pero primero piensa bien, no estás obligada a seguir. Hay opciones “seguras”, “rápidas”, “gratuitas”. Gratis para ella, claro. Para el presupuesto público y para la conciencia de la sociedad, el coste es otro.

Vayamos a los famosos servicios de “salud sexual y reproductiva” y “planificación familiar” que tanto se ensalzan. ¿Qué ofrecen, de verdad, a una mujer embarazada que entra angustiada?

Y si esa misma mujer dice: “No quiero abortar, pero no sé cómo voy a sobrevivir con este niño”.  Ahí ya se acaban los folletos brillantes. Empiezan los silencios, las miradas raras, las derivaciones a servicios sociales que van desbordados, las listas de espera, las ayudas minúsculas. Si pides un carrito, una cuna, un trabajo estable, un horario flexible y una escuela infantil pública que funcione, eres un problema de política social. Si pides una aspiración endouterina, eres usuaria modelo del sistema.

Nos dicen que negar o dificultar el acceso al aborto “es violencia machista institucional”. Curioso. Cuando una empresa presiona a una empleada embarazada para que “no se complique la vida”, eso no recibe titulares. Cuando una pareja amenaza con irse si ella sigue adelante con el embarazo, eso no entra en las campañas. Cuando el mensaje del entorno es “embarazada ahora”, ¿tú estás loca?”, nadie sale en la tele hablando de coacción estructural.

La única violencia que reconocen es la que se opone a la solución que ya han decidido: que el embarazo es un problema y el aborto, la salida oficial. Todo lo demás se difumina. La mujer que quería tener a su hijo y se sintió empujada a abortar por presiones familiares, laborales o económicas… ésa no encaja en la pancarta del 25N.

Se habla de “derechos reproductivos” y, misteriosamente, el único derecho que se defiende con uñas y dientes es el de no reproducirse. No hay un “derecho a la maternidad protegida”, un “derecho a que el Estado y la sociedad te apoyen si quieres tener hijos”, un “derecho a que la pobreza no te obligue a elegir entre tu bolsillo y tu hijo”. Eso no. Derecho es lo que no perturba la agenda.

Y mientras tanto, se demoniza cualquier alternativa que cuestione este dogma. Quien ofrece ayuda para continuar con el embarazo, quien escucha, quien acompaña, quien dice “hay otra opción, no estás sola”, se convierte en sospechoso: “proselitismo religioso”, “culpabilización”, “violencia simbólica”. Si te presionan para abortar, silencio administrativo. Si te tienden una mano para seguir adelante con tu hijo, entonces sí tenemos problema.

En resumen: llaman “salud sexual y reproductiva” a una red que reacciona con rapidez cuando se trata de evitar que nazca un hijo, pero que es desesperadamente lenta e insuficiente cuando se trata de ayudar a una madre a tenerlo. Llaman “planificación familiar” a un sistema que no planifica cómo sostener familias reales, sino cómo asegurar que el embarazo no estorbe la maquinaria económica y cultural. Y se envuelve todo en la bandera de la “lucha contra la violencia machista”, como hace el artículo de Catalunya Plural, para que nadie se atreva a preguntar lo obvio:

Si tanto se preocupan por las mujeres, ¿por qué la respuesta más fácil y mejor financiada a un embarazo en apuros es eliminar al hijo y no fortalecer a la madre?

¿Dª MERCEDES? ¿NOS LO PODRÍA EXPLICAR?

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