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El 21-D prometía un terremoto político en Extremadura. Y, en efecto, hubo temblores… pero de risa amarga y cinismo. Sánchez lo ha logrado: propinar al PSOE un monumental “hostión”. Presentó como cabeza de cartel a Gallardo, un individuo que será juzgado por enchufar a su hermano, que intentó un aforamiento exprés para escapar de la justicia y que ya era considerado “candidato cadáver” por todos. El resultado fue devastador: la histórica marca socialista, antaño inexpugnable en Extremadura, ha quedado hecha trizas, con credibilidad pulverizada y relato desmoronado.
Pero si el PSOE se estrella estrepitosamente, el PP tampoco puede sacar pecho. Nunca un candidato popular había contado con un escenario tan favorable: un rival socialista acorralado por corrupción, informes de la UCO y la UDEF, casos de acoso sexual en las filas socialistas, cierre de Almaraz a la vista y un electorado dispuesto a castigarlo. Nunca tantos astros se habían alineado para dar al PP la mayoría absoluta más fácil de la historia electoral extremeña. Y, sin embargo, María Guardiola logró lo impensable: perder más de 9.000 votos respecto a 2023, mientras Vox recogía casi todo el descontento. Ni un solo voto de los 108.000 que perdió el PSOE recaló en el PP. Más de 55.000 se fueron a la abstención; el resto, principalmente, a Vox y a Podemos-IU-AV. Y aun así, Guardiola y Feijóo se felicitan ante las cámaras como si hubieran ganado algo.
La ironía es brutal: el PSOE se estrella por un candidato impuesto desde Moncloa, y el PP se estrella por un candidato que decidió hacer exactamente lo contrario a lo que exigía la lógica. Guardiola ignoró debates, escupió a Vox y habló de feminismo como adorno de escaparate. Resultado: fracaso histórico. Vox recoge el descontento, el PP agoniza, y el PSOE es un cadáver político. Y los electores han hablado: quieren menos Guardiola y más Vox.
Pero hay una verdad aún más incómoda: la vida sigue igual en Extremadura. Nada esencial ha cambiado. El 21-D fue un ritual democrático, un acto litúrgico para legitimar un sistema que ya no decide, que sólo se reproduce. Cambian los nombres y los discursos, pero el modelo de dependencia fiscal, despilfarro estructural, captura institucional y economía subsidiada sigue intacto.
Nadie presentó un proyecto de gobierno serio. No hubo objetivos claros, indicadores, ni rendición de cuentas. Nadie habló de la situación real: saqueo histórico, despilfarro sistemático, expolio indirecto vía fiscal, captura institucional, economía subsidiada y fracaso del modelo autonómico regional. Extremadura sigue siendo laboratorio del fracaso subvencionado: última en renta per cápita, con tasas de pobreza y exclusión social altísimas, menos industrializada de España, con empleo público como amortiguador social y herramienta de control político, fondos europeos diluidos en infraestructuras sobredimensionadas, polígonos industriales vacíos y proyectos concebidos solo para justificar gasto. Más del 70% de la obra pública presenta sobrecostes; la auditoría y la depuración de responsabilidades brillan por su ausencia.
La clase política extremeña, con contadas excepciones, carece de experiencia real en gestión, cultura económica y visión estratégica. Quien nunca ha gestionado recursos propios difícilmente administrará bien los ajenos. Después del 21-D, los que cortan el bacalao optarán por reparto interno, fidelidad partidista y promoción del aparato.
Extremadura también ha sido escenario de una guerra delegada: PP, PSOE, Vox y comunistas nacionales utilizando la región como campo de pruebas para sus agendas nacionales. Nada se decide localmente; todo se externaliza, se importa de Madrid y se acepta el bloqueo como resultado tolerable. Ninguno gobierna, nadie decide, todos bloquean. El sistema se ríe de los extremeños.
El gatopardismo institucional es patente: cambiar nombres y discursos para que todo siga igual. La región sigue caracterizada por dependencia fiscal, hipertrofia administrativa, economía subsidiada, despilfarro estructural y captura política de las instituciones. El gran tabú: la ausencia de segundas vueltas autonómicas, que permitirían a los ciudadanos elegir de manera clara entre proyectos alternativos. La ausencia de segundas vueltas garantiza impás permanente, parálisis y continuidad encubierta del modelo anterior.
El resultado final es demoledor: PSOE aplastado por su propia ineptitud, PP incapaz de aprovechar la ocasión histórica, Vox triunfando con lo que el PP desperdicia y un sistema regional que garantiza que nada cambie. Y aun así, los protagonistas brindan ante las cámaras, celebrando el fracaso disfrazado de victoria. Extremadura sigue siendo territorio sacrificado, laboratorio del gatopardismo, escenario de guerras ajenas y burbuja de supervivencia política.
El epílogo es claro: las obras quedan, las gentes se van y otros continuarán el mismo modelo. La vida sigue igual después del 21-D… pero no indefinidamente. Los sistemas que sobreviven sólo por inercia no se reforman: colapsan. Y mientras Feijóo y Guardiola sonríen, brindan y posan para la foto del “éxito”, todo el mundo sabe que en Extremadura han perdido antes de empezar a contar votos.
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