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En el 125 aniversario de la instalación de la estatua

La Libertad, cerrada por restauración

Fue un regalo de Francia, pero España fue la nación que más ayudó a los norteamericanos en su lucha por la independencia

Alfonso De la Vega 31 Oct 2011 - 12:41 CET
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Este año se cumple el 125 aniversario de la instalación de la estatua de la Libertad en la bahía de Nueva York. Parece ser que su iconología es relativamente semejante a la de una de las siete maravillas del mundo antiguo, la de Apolo en el puerto de Rodas. Hoy la Libertad, el Sol apolíneo y colosal, la Luz mayor más bien está restauración en nuestro mundo. Necesita reparaciones urgentes o al menos tal es buena excusa para cerrarla. De modo que la luz que vemos hoy acaso sea reflejo lunar de otras épocas, del siglo de las luces hoy declinantes sino apagadas.

La estatua neoyorkina fue un regalo de Francia, inspirada en la parisina y de algún modo pretende glosar la intervención francesa, con el general Lafayette al frente, en el proceso independentista americano.

Pero conviene recordar que no fue Francia sino España la nación que más ayudó a los antiguos masones y liberales norteamericanos en su audaz aventura de independizarse de la metrópoli británica.

Según el opúsculo Intervención de España en la guerra de independencia de los EEUU, escrito por José Antonio Vaca de Osma, secretario de embajada, don José Gálvez, ministro español de Marina, apoyó decididamente, vía La Habana al movimiento rebelde americano. Así: el tesorero del rey Carlos III en Paris libró para la compra de armas cuatro millones de reales de vellón. En 1777 salió precisamente del puerto de La Coruña hacia los futuros EEUU, vía La Habana, otro cargamento de armas, ropas, municiones y quinina.

España mantiene 113 navíos de guerra como obstáculo a las acciones inglesas y apoyo indirecto a los rebeldes.
Se facilitan letras de cambio a los rebeldes norteamericanos para que se aprovisionen en Holanda. Hay más operaciones de este tipo y relacionadas con Galicia como puertos de expedición de las remesas, de modo que se considera que la ayuda española desde puertos gallegos resultó decisiva.

Otra cosa, como siempre nos pasa, es que no se supiera aprovechar para obtener ventajas con la nueva nación.
Más tarde, el propio general Washington estuvo hospedado en la casa de nuestro agente de colonias, Sr. Miralles, y trató de convencer al sucesor de éste, Sr. Rendón para que Carlos III se declarase poderoso protector y defensor de la independencia de los EEUU (carta de Rendón a Gálvez, Filadelfia, 30 de julio de 1778).

Sin embargo, los vaivenes y falta de continuidad de nuestra política en la que unos ministros deshacían los logros anteriores ¿les suena?, la Revolución francesa atemorizó a las cortes europeas, incluida a la española y Carlos IV se desentendió del anterior apoyo de su padre al proceso. Influiría también la crisis de nuestra Hacienda, el traslado de nuestro activo encargado de negocios a Paris y algunas cuestiones relativas a la navegación del Mississipi.
Pero, la noticia era el cierre por obras de la Libertad.

Esperemos que cuando se abra nuevamente al sufrido público, si se abre, su icono no ya quedado tan desfigurado que no resulte irreconocible.

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