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Opinión / Desde mi escaño

Improvisación infumable

22 Oct 2010 - 10:42 CET
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Infumable. El Gobierno de España, al igual que otros asuntos, está jugando a la improvisación en el tema del tabaco. No sabe cómo arreglar el entuerto cometido por la entonces ministra de Sanidad, la prohibicionista y fundamentalista Elena Salgado, pero, desde luego, cada vez que a alguien en el gabinete de ZP se le ocurre una idea para paliar el desaguisado lo que hacen es enmierdar más la cosa hasta extremos insospechados.

Como diría mi amigo Lewis Rogers, sigamos la estrategia de Jack El Destripador, es decir, vayamos por partes. Parto de una base fundamental, que la ley aprobada a finales de 2005 debería de haber puesto los puntos sobre las íes desde el primer minuto. No fumar en locales cerrados, prohibido totalmente. Nada de zonas especiales ni zarandajas. En todo caso, aprobar y regular los llamados clubes de los fumadores donde, obviamente, se impediría la entrada a menores.

Pero claro, el Ejecutivo del talante llega y empieza a poner una serie de excepciones que sí con tantos metros hay que poner zonas separadas, que si tiene menos metros no hace falta, que si luego dejan cierta autonomía a las comunidades.¿Resultado? Una chapuza de tres al cuarto donde, al final, el empresario de un local de restauración que haya invertido sus miles de euros en construir un habitáculo para fumadores se lo puede ir comiendo con papas. No sólo es que no se pueda fumar ya, es que encima el Gobierno dice que no hay compensaciones económicas.

Evidentemente, nos hemos topado con un gabinete que es amigo de seguir la nada agradable metodología de la improvisación. Le estalla a la Salgado o a la Jiménez de turno una idea en una cabeza cargada de cubitos de hielo y alguien, muy diligente, la anota en una servilleta. Y claro, las propuestas que se gestan así, acaban pariendo auténticos disparates del gusto de Luces de Bohemia.

El esperpento de la reforma de la ley del tabaco aplica, por un lado, el prohibicionismo radical, pero por la otra parte incrementa el número de puntos de venta del nefasto producto. ¿En qué quedamos?

Todo fundamentalismo es malo porque, en este caso, si bien hay que proteger nuestra salud, lo que no parece de recibo es que quieran legislar dentro de nuestras propias casas, de nuestras propiedades y menos tolerable es que a quien se le conminó a hacer una reforma en su local, ahora, cinco años después, le digan que se tiene que aguantar. Y eso por no hablar de las nulas ayudas estatales para aquellos que quieren dejar el pernicioso vicio del cigarrillo, vicio del que, dicho sea de paso, se beneficia a espuertas el Estado.

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