Un día antes de perpetrar el más sangriento tiroteo en la historia de Estados Unidos, Omar Mateen acudió embutido en su chilaba a celebrar la última plegaria del día en el Centro Islámico de Fort Pierce, una pequeña ciudad al sureste de Florida donde vivía con su pareja y con su hijo de tres años. Era viernes por la noche y había comenzado el Ramadán. Mateen, que llevaba muy mal su condición de homosexual encubierto, se había «radicalizado» con propaganda radical islamista y escuchando soflamas como la de este iman de Orlando, que dos meses antes de la masacre, excitó a los musulmanes congregados para la plegaria del vienes afirmando a gritos que los homosexuales merecen la pena de muerte.
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