Fue el detalle cachondo de la noche electoral del 26-J. Los del PP, que acuideron en masa ante la sede de la calle Génova 13 de Madrid, tras una jornada en la que pasaron más miedo que espanto tras ver el negro panorama que vaticinaban las encuestas a pie de urna, corearon eufórico el ‘yo soy español, español’ y sobre todo, con recochineo, el ‘si se puede’ de Unidos Podemos.
Ha isdo una noche triste para los de la coleta. Como decía festivo algún militante popular, se ha visto más alegría en alguna sala de tanatorio que en el mítin que montaron los podemitas cerca de la estación de Atocha.
El propio Iñigo Errejón, con cara funeraria, comentó desde el estrado qye le parecía ofensivo que los de Mariano Rajoy se hubieran atrevido a conrear el «sí se puede».
Así se resume una noche electoral que enseñó el amargo sabor de la derrota a los populistas y que sirvió de bálsamo para unos votantes moderados necesitados de buenas noticias.
El presidente del PP ha conseguido casi 700.000 votos más y ha subido catorce escaños. Un baño de legitimidad apuntalado por tres claves, más allá de la rotundidad de los datos. La primera es que la distancia sobre el PSOE ha aumentado de 33 a 52 diputados, lo que hace imposible que Pedro Sánchez aspire a formar un gobierno del cambio y le condena a la oposición.
En segundo término, la posibilidad de un Gobierno sin Rajoy se presenta ya poco menos que imposible. Si el PP y Ciudadanos juntan hoy seis escaños más que el 20-D (De 163 a 169), la suma de PSOE y Podemos se ha dejado cinco en el camino (de 161 a 156).
Esos once escaños son el pequeño cambio que lo cambia todo. Por último, y muy importante: la suma de PSOE y Ciudadanos es inferior al resultado del PP (137 frente a 117).
Esa suma, ese acuerdo seudocentrista, es al que aspiraban los socialistas para arrebatar a Rajoy la iniciativa para formar Gobierno pese a no ser la lista más votada. Sueños de perdedores.
La victoria de Rajoy es aún más grande poque es el único de los cuatro que ha mejorado. Aunque el PSOE ha evitado el «sorpasso», y eso es un éxito en sí mismo, Pedro Sánchez añadió ayer otros cinco escaños a la sangría del postzapaterismo socialista.
Desde 2008, en ocho años, el PSOE se ha dejado la mitad de su apoyo electoral: de 167 a 85. En el país de los tuertos, el ciego es el rey, pero Sánchez y los socialistas se lo tienen que hacer mirar.
Tampoco pueden estar muy contentos en Ciudadanos, pues los votantes han evidenciado el error que fue pedir la cabeza de Rajoy. No era necesario llegar tan lejos y, aunque Rivera ayer culpaba a la ley electoral, el error fue su estrategia. Es la segunda campaña consecutiva en la que Ciudadanos se equivoca.
Aun así, las urnas han sido generosas con Rivera, que por mor de la arimética será necesario para Rajoy y podrá jugar un papel relevante en esta legislatura. Deberá jugar bien sus cartas y ser consciente de que su labor es contribuir a la regeneración del sistema y a la gobernabilidad. Los pies en el suelo.
La magnitud de la victoria de Rajoy es sólo comparable a la derrota de Pablo Iglesias: aunque ha conseguido los mismos escaños que el 20 de diciembre (71), Pablo Iglesias perdió ayer más de un millón de votos.
La decepción atravesaba ayer los rostros de unos dirigentes acostumbrados a crecer de elección en elección. Así, en su primera comparecencia pública tras el cierre de los colegios, reapareció el Iglesias seco, distante y poco amigo de dar explicaciones.
El auténtico Iglesias que tanto se han esforzado en esconder los estrategas de Podemos. Les salió mal.
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