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Mi vida y mi dieta como cheerleader

15 Nov 2016 - 06:22 CET
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Son espectaculares, bellas, macizas y tremendamente sexy, pero la procesión de la cheerleader va por dentro.

Semanalmente, deben presentarse a los llamados tests de meneo, que no son más que una prueba en la que la chica se sitúa frente a su entrenadora y se agita para que esta compruebe que sus pechos, nalgas y brazos están todo lo firmes que deben.

Una cheerleader puede ser expulsada del equipo por ganar dos kilos de peso, y lo peor de todo, explican las chicas, es que se les hace sentir culpables de ello: le han fallado al equipo.

Además del meneo, las porristas cuentan que debían pasearse en bikini por casinos, sentarse en la falda de señores con dinero en torneos de golf, participar como ganchos en atracciones de feria…

Las cheerleaders deben, al tiempo que seguir un régimen estricto, mantener unos estándares de higiene y belleza que se especifican en un manual que cada equipo -con sus variantes- les entrega al principio de la temporada. En él se recuerdan las veces en que deben hacerse la manicura y a qué establecimientos han de acudir (se lo pagan ellas), cómo mantener su higiene vaginal e incluso cómo y con qué frecuencia cambiarse los tampones.

Y mientras los jefes se preocupan por las uñas y los genitales de las porristas, un estudio publicado por la revista Pediatrics concluía que el de animadora es el deporte más peligroso para las jóvenes estadounidenses, con un número anual de lesiones cercano al de los jóvenes varones del fútbol americano.

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