Por José María Arévalo
(Dibujado el escudo en la piedra, el artista comienza a vaciar la piedra con todos los cinceles sobre la mesa)
Ciertamente Salamanca, Santiago de Compostela, Toledo y Sevilla son las ciudades más bonitas de España, sin duda por sus muchos monumentos, pero también por el especial color dela ciudad, sobre todo en las dos primeras, gris en Santiago y dorado en Salamanca.
Ese color dorado de Salamanca lo da el uso de la piedra de Villamayor, que, además de su precioso color dorado, tiene estupendas cualidades como son su blandura inicial para poder tallarla con facilidad, y la enorme dureza que va alcanzando con el tiempo. De ello hablaba hace unos meses un artículo de la Gaceta Regional de Salamanca que no me resistí a guardar.
“Un oficio vocacional – titulaba el 9 de abril pasado- con un futuro incierto. Horas y horas acompañadas de una infinita paciencia para, a base de golpes con maza y cincel, esculpir y darle vida a la piedra franca de Villamayor. Emblema de Salamanca sobre la que derrochan ingenio las expertas y prodigiosas manos los maestros artesanos”.
Más de media vida -continaba el artículo de Javier Lorenzo- lleva Tomás Maíllo, de Miranda del Castañar, dedicado a esculpir la piedra de Villamayor. Empezó con 18 años y hoy ronda los 70. Padre de dos hijas, una de sus nietas ya tiene la curiosidad por el dibujo. En una mesa de poco más de un metro y medio de alta y una superficie cuadrada, de ochenta por ochenta, bajo el poderoso foco de una luz blanca que cuelga de la lámpara del techo, trabaja Tomás la piedra franca de Villamayor en su pequeño taller, en el que se agolpan en dos de las cuatro paredes los trabajos realizados.
En las otras dos se apilan, en una, las piedras aún vírgenes a la espera de su turno; y en la otra, las más variadas herramientas. Una estufa templa el pequeño local y ayuda a quitar la humedad a las areniscas que previamente ha reblandecido para facilitar el trabajo. Un amasijo de herramientas se recogen en un pequeño cuenco, otras cuantas se reparten desordeandas por la mesa, que se convierte en el centro de operaciones. Al otro lado del mandil de artesano se resguarda el menudo cuerpo del artista, de poderosa y larga cabellera plateada. De mirada feliz. La felicidad y el temple que aporta el paso del tiempo.
Acariciando la piedra descumple años. En el pecho aparece grabado su segundo apellido, Maíllo, por el que se le conoce. A base de horas dedicadas a su pasión, le da vida y forma a las piedras que en su estado natural no la tienen. Allí, en la intimidad y en el silencio roto por una radio que sintoniza una emisora musical, con cada obra rejuvenece un poco la vida que roba el tiempo. Cada uno lo intenta frenar con un aliciente diferente. Tomás brega el paso de los días moldeando la arenisca charra, improvisando formas, ideando figuras. Arte en estado puro que brota de las prodigosas manos de quien se ha hecho a sí mismo. Ni escuela ni libros. Tampoco maestros aunque él lo sea. Tiene setenta años, disfruta de su pasión a la que ya le ha dedicado más de la mitad de una vida escrita a golpe de maza y cincel. Enfila esquinas, rebaja piedras, moldea formas, saca dibujos imposibles o pule bordes. De sus pequeñas manos brota el arte, las tiene cubiertas de una leve película de polvo que desprenden los minúsculos pedazos que dinamita con una concisión admirable. El impacto más sensible para moldear sin romper. El pulso preciso para ir quitándole las alturas a la piedra que irá descubriendo la filigrana.
Dice que la técnica que tiene la ha aprendido él solo… El aprendizaje más básico: “acierto-error”, puntualiza con una tímida sonrisa en la boca. “El oficio hace maestros, hay que tener mucha afición. Igual que un torero de los de antes, cuando no había escuelas y eran autodidactas. Podían ver a alguien, y a base de ver y hacer aprendían”, dice Tomás Maíllo. De fácil corte y talla, la arenisca la coge de la cantera de Villamayor, de donde dice salen las mejores piedras: “La arenisca la hay en todo el mundo, pero el grano es más grueso y no es tan bonita como esta, que se da solo aquí, la más fina. No toda la cantera es igual, depende de las corrientes, de las alturas, ahí salen los colores y las vetas que le dan los minerales. Si es toda del mismo color es más bonita”, comenta Tomás Maíllo antes de poner en valor el tamaño del grano de la piedra: “El mismo trabajo hecho en dos piedras diferentes queda mejor si tiene el grano más fino, luce mucho más”. Y ahí pone de manifiesto un secreto que no lo es: las horas y la paciencia elevada al cubo, que es la clave del éxito. Paciencia, paciencia y paciencia. Las horas dan la experiencia. Y está el tiempo. Antes del manejo de la maza y el cincel aparece otro requisito fundamental: “Te tiene que gustar mucho el dibujo y se te tiene que dar bien. Eso es primordial”, desvela Tomás Maíllo quien dibuja directamente sobre la piedra que trabaja las formas que luego va a esculpir.
Los dibujos no se pueden calcar, cada obra tiene un tamaño diferente, unas formas distintas: “Aquí los patrones no existen”, advierte. Las líneas iniciales van desapareciendo a medida que va metiendo el cincel en las entrañas de la piedra que vacía. Las diferentes al turas que va rebajando le aporta las dimensiones y el volumen. Desemboca en una obra de arte: “Lo más difícil es que tenga una expresión”, matiza el artista que, aunque trabaja las más variadas formas, se ha especializado en los escudos heráldicos. Previamente lo ha dibujado sobre la piedra y en el canto de la misma ha fijado con el mismo lapicero la altura máxima a la que va a llegar el vaciado cuando entren en acción las mazas y los cinceles, que irán interviniendo de mayor a menor tamaño en función de la minuciosidad del motivo que vaya esculpiendo.
Cada cincel tiene una “boca” diferente y perfectamente afilada para ir comiendo la piedra. Los más finos y estrechos los emplea para hacer las letras y detalles más pequeños. Es lo único que utiliza en una tarea en la que no hay margen de error. El fallo condena la obra y si llega no queda otra que empezar de nuevo. Los detalles “hay que sacarlos en seco”, concreta. Para el rebaje inicial y los dibujos más grandes, Maíllo humedece la piedra previamente para facilitar el desalojo del material sobrante. Las piedras con las que trabaja tienen entre ocho y doce centímetros de grosor. Con brochas y cepillos de finas y suaves cerdas aplica una ligera fricción para quitar el polvillo de la piedra rebajada y apreciar los fallos que irá puliendo: “El mayor problema es que se abra, suele pasar por un mal golpe o de meter y sacarla mucho del agua”.
Mantener la humedad
Para conservar la humedad mientras labora las mete en bolsas de plástico en lo que llega al remate definitivo. Vaciada la piedra y hecha la forma, le pega un baño para quitarle la arenilla antes de barnizar con una laca que la fijará y protegerá ya de por vida. La vida de la piedra como protagonista de un oficio artesanal y vocacional. ¿Con futuro? El artista lo ve con optimismo aunque sea consciente de los problemas de un mundo de prisas en el que se orilla y no se valora el trabajo artesanal: “Creo que no se perderá, si hay piedra siempre habrá gente que la trabaje…” Los puntos suspensivos ponen al arte contra las cuerdas y lo deja al albur de las nuevas generaciones.
Paso a paso
- DIBUJAR EL MOTIVO. De forma totalmente manual, sobre la piedra y con un lapicero, Tomás, con gran habilidad y destreza, dibuja la forma en la que va a trabajar, en este caso un escudo heráldico. Una vez conseguido, le dará una laca para que no se borren las líneas al sumergirla en agua antes de empezar a esculpirla.
- HUMEDECER LA PIEDRA. En un gran capazo de plástico sumerge la piedra en agua para que absoba la humedad y esta pierda su poder y dureza para clavar el cincel y comenzar a darle las diferentes alturas.
- MAZA Y CINCEL. Son los principales útiles que usa el artista para darle forma. De manera cuidadosa para no quebrar la piedra, irá rebajando, según las formas, las diferentes alturas, golpe a golpe.
- BARNIZADO Con la forma lograda, la piedra se mete de nuevo en agua para quitarle las arenillas de los recovecos que ya se cepillaron. Una vez listo y seco, se le aplica el barniz que le aportará la impermeabilidad necesaria y lo fija de manera definitiva.
La Piedra franca
La Piedra franca (denominada también como piedra franca de Villamayor o Arenisca de Villamayor) se denomina así a una piedra arenisca típica de las canteras de Villamayor (provincia de Salamanca). Es un tipo de piedra muy empleada en la escultura monumental de Salamanca, además de otros lugares de España, como material de construcción y artesanía. Se denomina Franca (o piedra de Caen) a las piedras de origen sedimentario sacadas de canteras y que poseían propiedades de fácil corte y talla.
Distintos autores, especialmente los de origen anglosajón, sostienen que esta designación proviene etimológicamente de la partícula free empleada en Inglaterra para poder distinguir a los maçons que eran trabajadores dedicados exclusivamente a la construcción de catedrales (es decir: freemasons o francmasones) y que su etimología se encuentra en la denominación de la piedra de fácil corte y talla. Es decir la freestone o piedra franca, a diferencia de la roughstone que era la piedra dura y de corte más difícil, que era trabajada por los obreros denominados “hard hewers” (“hacheros duros”) o “rough masons”.
Características
La piedra franca de Villamayor es un tipo de roca arenisca y arcillosa, empleada en la construcción y ornamentación de fachadas por su fácil manipulación. Suele cortarse en las canteras de la localidad de Villamayor y sale limpia de codones y gabarros. La piedra, recién salida de cantera es de color amarillo pálido y adquiere el color rosado característico con el tiempo, y se debe en la mayoría de las ocasiones a la presencia de hierro que se oxida en contacto con el aire.
Villamayor, integrado en la comarca de La Armuña, se sitúa a 5 kilómetros de la capital salmantina. El término municipal está atravesado por la autovía de Castilla A-62 en el pK 238, además de por la carretera provincial SA-300, que une Salamanca con Ledesma. El relieve del municipio es predominantemente llano, ocupando el extremo sur de la comarca que llega hasta el río Tormes, que hace de límite con Florida de Liébana, Carrascal de Barregas y Doñinos de Salamanca. La altitud del municipio oscila entre los 860 metros en el límite con Salamanca y los 760 metros a orillas del río Tormes. El pueblo se alza a 782 metros sobre el nivel del mar.
Una asociación dedicada a esta piedra
Y leo, también en La Gaceta, el 23 de julio pasado, que estamos ante “un elemento que ha dejado de ser solo el material idóneo para la construcción y se ha convertido en todo un sello de la ciudad. Tanto es así, que entre los salmantinos existe un cariño especial por ella. “En Salamanca hay una nostalgia y reivindicación por parte de la gente local por la piedra de Villamayor. Muchas personas le tienen un apego especial. Es una cosa maravillosa que yo no sé si pasa con otras piedras”, explica David De La Mano, integrante de la asociación La Pica, una organización dedicada a conservar el patrimonio de esta piedra. Con motivo de esta vinculación, el Ayuntamiento ha incluido en su programa ‘Salamanca, dorada, azul y verde’ una exhibición de talla de piedra de Villamayor. Una actividad que implica un viaje en el tiempo millones de años atrás, cuando la ciudad estaba todavía lejos de existir y el lugar solo era agua, pantano y un material viscoso y espeso en las orillas. Un material que, con el paso de los siglos, fue tomando forma hasta convertirse en esa piedra arenisca y moldeable que hoy envuelve a Salamanca.
Home