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LA BÚSQUEDA DE VIDA EXTRATERRESTRE DA UN SALTO HISTÓRICO

Universo: ¿Hemos encontrado por fin señales de vida en un planeta alienígena?

El telescopio James Webb detecta biofirmas en K2-18b, el exoplaneta que podría albergar vida microbiana y océanos calientes, y reabre el eterno debate sobre nuestra soledad cósmica

Miguel Pato Actualizado: 09 Nov 2025 - 07:27 CET
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Durante décadas, la humanidad ha levantado la mirada hacia el cosmos preguntándose si estamos solos.

La respuesta parecía tan lejana como las propias estrellas.

Sin embargo, este 2025 será recordado como el año en que la ciencia estuvo, literalmente, a un parpadeo cósmico de confirmar vida más allá de nuestro planeta.

El protagonista de esta historia no es un platillo volante ni un marciano verde, sino un planeta con nombre de matrícula de coche: K2-18b, situado a 124 años luz de la Tierra en la constelación de Leo.

El Telescopio Espacial James Webb (JWST), la joya tecnológica de la NASA y sus socios internacionales, ha detectado en la atmósfera de este exoplaneta señales químicas que en la Tierra solo tienen un origen conocido: organismos vivos.

Hablamos del sulfuro de dimetilo (DMS) y su primo el disulfuro de dimetilo (DMDS), compuestos orgánicos cuya existencia, hasta donde sabemos, está ligada al fitoplancton marino y otras formas de vida microbiana.

¿Qué hace tan especial a K2-18b?

Para entender el revuelo, hay que empezar por las peculiaridades del planeta. K2-18b es una “supertierra” o minineptuno, con una masa 8,6 veces mayor que la terrestre y un radio 2,6 veces superior. Orbita en la llamada “zona habitable” de una estrella enana roja —es decir, ni muy cerca ni demasiado lejos— lo que permite que haya agua líquida en su superficie. Y si algo sabemos los terrícolas es que el agua líquida es el caldo de cultivo para la vida.

Pero hay más: estudios previos ya habían detectado vapor de agua, metano y dióxido de carbono en su atmósfera. Estos ingredientes son esenciales para las reacciones químicas asociadas a la biología tal y como la conocemos. Lo verdaderamente revolucionario ha sido encontrar el DMS y DMDS en abundancia inesperada; en nuestro planeta, estas moléculas solo las producen los seres vivos.

¿Cómo se detectan estos gases a tantos años luz?

Aquí entra en acción el arsenal tecnológico del JWST. El telescopio capta cómo la luz estelar atraviesa las capas superiores del planeta durante su tránsito —cuando pasa por delante de su estrella desde nuestro punto de vista— y descompone esa luz como si fuera un arcoíris molecular. Cada compuesto deja una huella única; es como si los gases firmaran su presencia con rotulador fluorescente.

La detección del DMS se ha hecho con una confianza estadística del 99,7% (tres sigmas). Para que la comunidad científica declare “descubrimiento”, hace falta alcanzar cinco sigmas (99,99994%), así que aún queda camino para confirmar oficialmente que no estamos solos… pero nunca habíamos estado tan cerca.

¿Vida alienígena o química exótica?

Antes de poner a enfriar el champán galáctico, los propios científicos insisten en la cautela. Existen procesos químicos desconocidos que podrían generar estas moléculas sin ayuda biológica; aunque cuanto más se estudia K2-18b, más difícil resulta explicar esa abundancia sin recurrir a la vida.

A día de hoy, los modelos indican que para producir tanto DMS y DMDS haría falta una actividad microbiana veinte veces mayor que toda la vida marina terrestre junta. Pero hay matices: es posible que haya mecanismos aún no descubiertos —reacciones entre elementos bajo condiciones extremas— capaces de sintetizar estos compuestos sin necesidad de microbios.

El eterno debate: ¿por qué no hemos contactado con extraterrestres?

Llegados a este punto surge la pregunta filosófica (y algo frustrante): si hay vida ahí fuera… ¿por qué nadie nos ha llamado por teléfono interestelar? Es lo que se conoce como la paradoja de Fermi: con miles de millones de planetas potencialmente habitables solo en nuestra galaxia, sería lógico pensar que alguna civilización habría dejado ya señales claras o incluso nos habría visitado.

Las hipótesis para explicar este silencio son tan variadas como imaginativas:

Algunos estudios recientes especulan incluso con entidades inteligentes ocultas bajo tierra o los océanos —los llamados “criptoterrestres”— o con civilizaciones avanzadas que deliberadamente evitan el contacto (el conocido “zoológico galáctico”).

¿Cómo serían nuestros hipotéticos vecinos alienígenas?

La ciencia ficción nos ha regalado todo tipo de criaturas: desde marcianos cabezones hasta nubes pensantes o seres hechos de energía pura. Sin embargo, los biólogos son más prudentes. La vida basada en carbono parece lo más probable porque esta química es universal; cualquier E.T. tendría algún tipo de metabolismo eficiente, sentido del olfato (o equivalente), necesidad de expulsar residuos… Incluso podrían tener apéndices para manipular objetos si fueran inteligentes.

Eso sí, las condiciones extremas —como una gravedad mucho mayor o una atmósfera rica en hidrógeno— podrían dar lugar a formas completamente inesperadas: desde amebas gigantes hasta seres modulares parecidos a artrópodos terrestres. En mundos océano como K2-18b, lo más plausible serían microorganismos marinos o tal vez criaturas similares a medusas flotando en aguas calientes.

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Aunque aún faltan observaciones adicionales —y toneladas métricas de prudencia científica— todo indica que estamos viviendo el inicio real de la era astrobiológica observacional. Por primera vez tenemos instrumentos capaces de analizar atmósferas planetarias lejanas con precisión suficiente para detectar posibles biofirmas.

Quizá dentro de unos años miremos atrás y digamos: “Ahí empezó todo”. Mientras tanto, toca esperar nuevos datos… y alimentar nuestra imaginación mientras soñamos con quién podría estar mirando al cielo nocturno desde algún océano remoto del universo.

¿Quién sabe? Tal vez ahora mismo haya alguien escribiendo sobre nosotros desde K2-18b. Aunque seguro que todavía no han inventado el café.

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