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En la bulliciosa Inglaterra del siglo XVIII, donde la Revolución Industrial avanzaba al compás de fábricas y cervecerías, un personaje curioso llamado Joseph Priestley se erigió como el inesperado creador de las bebidas gaseosas.
Su historia es una mezcla efervescente de ciencia, azar y un toque de ironía: él fue quien ideó el agua con gas, pero nunca disfrutó de la fortuna que otros cosecharon gracias a su descubrimiento. Sin embargo, su legado sigue presente en nuestros días, trascendiendo el ámbito de la química.
Priestley vio la luz en 1733 en Birstall, en una familia humilde y profundamente religiosa.
Aunque sus primeros pasos fueron en teología y filosofía, pronto se sintió atraído por el fascinante mundo científico. Lo que para muchos era solo el aroma de fermentación proveniente de una cervecería vecina, para él era una invitación a experimentar.
Observó cómo las velas se apagaban y los pequeños animales no sobrevivían cerca de los toneles. Impulsado por su curiosidad, buscó entender qué gas misterioso era responsable de aquello. Ideó un método para capturarlo utilizando botellas recicladas, tazas y tubos; y en un acto audaz de valentía científica, lo probó en su propia lengua.
El resultado fue un sabor ácido y punzante que confirmaba que se trataba de algo diferente al aire habitual. Así identificó el dióxido de carbono, lo que revolucionaría nuestra comprensión sobre la atmósfera y sentaría las bases para la química moderna. Pero su inquietud no terminó allí: se preguntó si ese gas podría disolverse en agua para replicar las populares aguas minerales, vistas como saludables en su época. Con una bomba manual y botellas, logró crear el primer vaso de agua con gas conocido en la historia, publicando su método en 1772 sin buscar lucro personal; su motivación era mejorar la salud pública entre marineros y pacientes hospitalarios.
Del laboratorio casero a la industria de las burbujas
La generosidad intelectual de Priestley inspiró a otros menos altruistas. Johann Jacob Schweppe, un joyero y emprendedor suizo, perfeccionó el proceso y fundó la primera empresa dedicada a la producción industrial de agua carbonatada: Schweppes, hoy un nombre icónico en el mundo de los refrescos. Así, lo que comenzó como un descubrimiento desinteresado se convirtió en un negocio multimillonario, mientras que el verdadero creador nunca vio ni un céntimo por su hallazgo.
Las bebidas gaseosas florecieron como un fenómeno social global, dando origen a marcas emblemáticas. El dióxido de carbono —ese gas que alguna vez asfixió a un ratón durante un experimento casero— es ahora esencial no solo en refrescos, sino también en la elaboración de pan, cerveza e incluso aplicaciones médicas y ambientales. Al mismo tiempo, el CO₂ juega un papel crucial en los debates sobre el cambio climático, lo que otorga a los descubrimientos de Priestley una relevancia inesperada en pleno siglo XXI.
Más allá del agua con gas: el oxígeno y el aire “deflogisticado”
El talento innovador de Priestley iba mucho más allá de las burbujas. En 1774, al calentar óxido de mercurio con una lente, logró aislar un gas que hacía que las velas ardieran con mayor intensidad y permitía que los animales respiraran mejor. Lo denominó “aire desflogisticado”, interpretando sus resultados bajo la teoría del flogisto vigente entonces; esta sostenía que las sustancias liberaban un principio invisible al arder. No fue hasta que Antoine Lavoisier reinterpretara sus hallazgos que se identificara ese gas como oxígeno; elemento vital para la existencia humana y esencial en procesos combustibles.
Además, Priestley llevó a cabo experimentos pioneros con plantas y animales; descubrió así que estas podían “restaurar” el aire viciado por respiración o combustión. Con una simple rama de menta demostró cómo la vegetación podía devolver al aire su “calidad”, estableciendo así las bases para lo que más tarde sería conocido como fotosíntesis —concepto ampliado por Jan Ingenhousz. Estos experimentos no solo transformaron nuestra visión sobre biología sino que también dieron inicio a la idea fundamental sobre interdependencia entre seres vivos.
Un radical en ciencia, religión y política
Priestley fue mucho más que un mero científico. Defensor ferviente de la libertad religiosa, abogando por educación accesible para todos y promoviendo valores democráticos se enfrentó a los sectores más conservadores de su época. Su apoyo incondicional a la Revolución Francesa y al movimiento independentista estadounidense le granjeó numerosos enemigos. En 1791, tras los disturbios conocidos como los Priestley Riots, incendiaron su hogar y laboratorio. Forzado al exilio continuó su labor científica en Estados Unidos hasta su fallecimiento en 1804.
Su enfoque empírico —utilizando incluso su propio cuerpo como herramienta experimental— sentó bases radicales para lo que hoy conocemos como ciencia moderna. La vida y obra de Priestley ilustran perfectamente cómo la curiosidad intelectual puede desafiar paradigmas establecidos.
Anécdotas y curiosidades científicas
- Priestley experimentó con el gas directamente aplicándolo sobre su lengua para identificar el dióxido de carbono; una práctica arriesgada pero reveladora del audaz espíritu científico del siglo XVIII.
- El “gas hilarante” o óxido nitroso fue otro hallazgo suyo realizado en 1772. Aunque inicialmente considerado tóxico, Humphry Davy lo probó consigo mismo en 1799 descubriendo sus propiedades para provocar risa y aliviar dolor; este hecho dio origen a lo que conocemos hoy como anestesia moderna.
- El agua con gas surgió parcialmente como remedio contra el escorbuto entre marineros mucho antes de convertirse en una bebida popular.
- Priestley fue uno de los primeros científicos en demostrar que el aire no es una sustancia homogénea sino una mezcla compleja; esto revolucionaría conceptos fundamentales abiertos camino hacia la química contemporánea.
- A pesar del impacto significativo de sus descubrimientos nunca patentó ni comercializó su método para producir agua con gas; convencido siempre del valor del conocimiento compartido para beneficio colectivo.
- Su legado perdura hoy: el “espíritu Priestley” sigue inspirando tanto a científicos como divulgadores; mientras tanto sus burbujas continúan chisporroteando alegremente en vasos alrededor del mundo.
El legado perdurable de Joseph Priestley nos recuerda cómo los grandes avances muchas veces surgen del cruce entre casualidad e ingenio audaz. Y aunque quizás no acumuló riquezas materiales durante su vida, dejó huellas imborrables… llenas de burbujas.
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