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La extroversión se opone a la timidez y no es una cualidad de todo o nada, sino un continuo.
Normalmente no somos totalmente introvertidos o extrovertidos sino que nos situamos en algún lugar entre esos dos polos en función del contexto.
Aunque nacemos con una tendencia, el aprendizaje, y especialmente el derivado del contacto social desde el nacimiento, nos conduce a modificar sensiblemente el lugar que ocupamos en el continuo introversión-extroversión.
Por añadidura, y como sabemos que en general la extroversión correlaciona con la felicidad, debemos facilitar a los niños la adquisición de esta característica.
Aprovecharemos las circunstancias que se presenten para que el pequeño se vaya soltando en el trato con extraños; en la familia, con los vecinos, en el par- que, en el comercio, con los parientes y otros.
Cuanto antes mejor y con personas de diferentes edades.
Cuando el niño ha adquirido el lenguaje de forma productiva (normalmente alrededor de los tres años), hay que hacerle pequeños y progresivos encargos de comunicación con otros, desde luego supervisados, como por ejemplo solicitar un vaso de agua a un camarero o preguntar a una vecina por su perro.
La utilidad de estos ejercicios radica en exponerle a iniciar conversaciones con personas ajenas al entorno familiar.
Cuando el niño va avanzando en edad hay que hacerle encargos más complejos y vigilar estrechamente si en el colegio pregunta las dudas en clase.
En caso de que esto no sea así o lo haga pero le cueste en exceso, tenemos que buscar ayuda profesional para que el psicólogo establezca un programa de trabajo en función de sus características y su entorno.
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