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FELINOS DOMÉSTICOS: UN VIAJE MILENARIO

Los gatos llegaron a Europa mucho más tarde de lo que pensábamos y todos descienden de una única especie africana

Nuevas investigaciones genómicas indican que los gatos domésticos no arribaron a Europa hasta hace 2.000 años, desafiando creencias arraigadas sobre su domesticación

Periodista Digital 02 Dic 2025 - 11:09 CET
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Durante siglos, se ha creído que los gatos domésticos llegaron a Europa en la antigüedad clásica, acompañando a comerciantes y legionarios romanos. Sin embargo, esta idea no se ajusta a la realidad. Un hallazgo reciente ha sacudido el ámbito de la arqueología genética, revelando que la llegada de estos felinos al viejo continente fue considerablemente más tardía de lo que los expertos habían imaginado. Además, todos los gatos domésticos actuales comparten un ancestro común originario del norte de África. Lo realmente asombroso es que durante milenios, Europa estuvo habitada únicamente por gatos salvajes europeos, mientras que el linaje que daría lugar a nuestras queridas mascotas permanecía en el continente africano.

El análisis genómico más reciente, publicado en Science Magazine, ha proporcionado respuestas definitivas a preguntas que han intrigado a los arqueólogos durante décadas. Los investigadores estudiaron el ADN de gatos antiguos encontrados en yacimientos europeos y descubrieron algo insólito: todos los felinos europeos anteriores al siglo II d.C. pertenecían genéticamente al gato montés europeo, una especie completamente diferente. El primer ejemplar claramente relacionado con el linaje africano que dio origen al gato doméstico moderno fue hallado en Cerdeña y data de alrededor del 200 a.C., pero el resto de Europa no mostró signos de gatos domésticos hasta entre el año 0 y el 200 d.C. Esto implica que durante milenios, mientras los gatos africanos domesticados coexistían con humanos en Oriente Próximo y Egipto, los europeos solo tenían contacto con sus propios felinos salvajes.

Cuando todo comenzó: la verdadera historia de la domesticación

La historia de la domesticación del gato es una de las narrativas más cautivadoras sobre la relación entre humanos y animales, aunque durante mucho tiempo fue malinterpretada. Investigaciones recientes han demostrado que este proceso no comenzó en el antiguo Egipto como se creía tradicionalmente, sino mucho antes, en el Creciente Fértil hace aproximadamente 10.000 años, coincidiendo con los primeros asentamientos agrícolas de la humanidad. El descubrimiento en Chipre de una tumba datada hace 9.500 años donde un humano fue enterrado junto a un gato refuerza la teoría de que ya existía un vínculo especial entre los felinos y las personas en esa época.

Lo fascinante de la domesticación felina es que, a diferencia de otros animales como los perros, los gatos se domesticaron gradualmente mediante selección natural. La relación entre gatos y humanos se desarrolló naturalmente, impulsada por la aparición de comunidades agrícolas que atraían roedores, lo cual a su vez atrajo a gatos salvajes hacia estas poblaciones humanas. Con los graneros llenos llegó también una abundancia de ratones; cuando esos primeros felinos salvajes llegaron a las aldeas humanas, se sentó la base para lo que algunos científicos consideran «uno de los experimentos biológicos más exitosos jamás realizados». A los gatos les encantaba cazar presas en esos almacenes; mientras tanto, las personas disfrutaban del control sobre plagas. Todos nuestros gatos domésticos actuales descienden de Felis silvestris lybica, una subespecie africana cuyo nombre significa literalmente «gato de los bosques».

El análisis genético ha permitido identificar eventos antiguos de mestizaje y distinguir entre gatos domésticos auténticos y poblaciones salvajes originadas por cruces históricos. Los genes obtenidos de gatos encontrados en excavaciones arqueológicas en Oriente Próximo, Europa y África indican que hace unos 10.000 años en lo que hoy es Turquía, estos felinos comenzaron a relacionarse con seres humanos y se separaron así de sus parientes salvajes. A pesar de tener un área natural relativamente pequeña, estos felinos africanos empezaron a aparecer en Europa oriental alrededor del 4400 a.C., según el ADN hallado en excavaciones arqueológicas, sugiriendo que viajaban junto a comerciantes marítimos que valoraban su capacidad para mantener alejadas a las ratas.

El papel crucial de Egipto en la elevación del gato

En el antiguo Egipto es donde los gatos alcanzaron un estatus sin precedentes entre los animales domésticos. Mientras otras civilizaciones solo reconocían su utilidad como cazadores de roedores, allí fueron considerados seres divinos y protegidos por leyes específicas. Los egipcios veneraban a sus gatos e incluso momificaban algunos ejemplares o les colocaban joyas doradas para denotar el estatus social de sus dueños. Este comportamiento fue fundamental para marcar la influencia egipcia sobre la domesticación felina y sentó las bases para el desarrollo intencionado —aunque no sistemático— de razas naturales.

No obstante, lo que realmente propulsó la expansión global del gato fue el comercio romano. Una vez establecidos en esta región del norte africano, los felinos domésticos comenzaron rápidamente su dispersión por Europa siguiendo muchas veces las rutas militares romanas; incluso llegaron hasta Gran Bretaña durante el siglo I d.C. Este periodo estuvo marcado por un intenso comercio marítimo en el Mediterráneo; es probable que estos animales fueran transportados dentro de barcos cargados con grano como eficaces cazadores contra las ratas que amenazaban valiosas provisiones alimentarias. Una vez asentados en puertos romanos estratégicos, su dispersión por rutas terrestres era bastante sencilla. El ejército romano jugó un papel crucial al transportar grandes cantidades de grano hacia campamentos fronterizos donde estos gatitos habrían sido muy apreciados para controlar almacenes.

Los viajes largos no eran extraños para estos felinos: se han encontrado trazas genéticas hasta en un sitio vikingo del norte alemán datado entre 700 y 1000 d.C., demostrando así su amplia movilidad. Desde Europa también cruzaron océanos hacia América con Cristóbal Colón o junto a colonos como aquellos del Mayflower. A lo largo del tiempo continuaron desempeñando su función como cazadores incansables; incluso llegaron a ser empleados oficiales del Servicio Postal estadounidense hasta finales del siglo XIX y principios del XX.

Una relación compleja con la salud humana

A pesar de ser consideradas mascotas ideales en muchos hogares occidentales, tener un gato puede implicar ciertos riesgos para la salud si no se toman medidas adecuadas. La transmisión zoonótica —de animales a humanos— es una realidad que los expertos advierten que no debe pasarse por alto. Un hábito común entre propietarios es compartir la cama con sus mascotas; muchos consideran este gesto como una muestra cariñosa. Los suaves ronroneos y el calor corporal pueden resultar reconfortantes; hay estudios que sugieren, además, que esto fortalece el vínculo emocional entre dueño y mascota. Sin embargo, los especialistas advierten sobre posibles consecuencias negativas para la salud derivadas de esta práctica aparentemente inofensiva.

Lea Schmitz, experta asociada a la Asociación Alemana de Protección Animal, ha señalado riesgos asociados al hecho de compartir el lecho con gatos: este contacto cercano durante la noche incrementa notablemente las probabilidades de transmisión zoonótica. Entre los peligros más destacados están los parásitos externos como pulgas o garrapatas, capaces de migrar del gato al humano; hongos peligrosos, especialmente para individuos inmunodeprimidos; enfermedades bacterianas como la enfermedad por arañazo; así como alergias provocadas por pelo o caspa que pueden agravar problemas respiratorios existentes. Un estudio reciente publicado en el Journal of Veterinary Behavior analizó durante un año a 500 dueños felinos y reveló cifras alarmantes: un 62% dormía regularmente con sus gatos; un 28% desarrolló reacciones alérgicas; un 15% padeció enfermedades parasitarias; mientras que un 8% sufrió infecciones bacterianas relacionadas.

La experta enfatiza especialmente ciertos grupos que deberían evitar esta práctica: personas inmunodeprimidas, mujeres embarazadas, niños pequeños y ancianos frágiles. Para ellos, contraer una zoonosis puede acarrear consecuencias graves. Ejemplos incluyen la toxoplasmosis, provocada por Toxoplasma gondii —un parásito presente en heces contaminadas o carne cruda infectada—. Aunque muchas personas infectadas no presentan síntomas evidentes, esta enfermedad puede provocar aborto espontáneo o defectos congénitos si afecta durante el embarazo.

Otra enfermedad notable es la enfermedad por arañazo, transmitida mediante arañazos o mordeduras e incluso al lamer heridas abiertas. Según datos proporcionados por los CDC (Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades), aproximadamente un 40% de los gatos puede portar dicha bacteria alguna vez durante su vida. En humanos, puede provocar inflamación ganglionar persistente o fiebre; en casos graves, incluso infecciones oculares o cerebrales. La larva migrans visceral proviene también con frecuencia de nematodos intestinales presentes en nuestros amigos peludos y puede transmitirse mediante heces infectadas; quienes limpian cajas sanitarias corren un riesgo elevado. Cuando ocurre, las larvas pueden migrar hacia el hígado o los pulmones, provocando fiebre persistente u otros síntomas graves.

La tiña, causada por hongos dermatofitos como Microsporum canis, también representa un riesgo: se transmite mediante el contacto directo con pelo o piel afectada, generando lesiones circulares rojas e irritantes. Estos hongos pueden liberar esporas infecciosas durante meses si no reciben tratamiento adecuado. Recientemente se ha detectado presencia de gripe aviar entre algunos gatos domésticos tras consumir alimentos crudos o leche sin pasteurizar. Aunque actualmente esta cepa no parece haber desarrollado capacidad efectiva de propagación humana ni existen casos documentados de transmisión directa desde el gato hacia el humano durante el brote actual, siempre existe un potencial riesgo dada la naturaleza semidomesticada de algunos gatos que podrían traer enfermedades inesperadas tras sus incursiones nocturnas.

El impacto ambiental de los gatos domésticos

Más allá del impacto sobre nuestra salud individual, permitirles vagar libremente representa un desafío significativo para los ecosistemas naturales donde habitan. Los gatos domésticos son considerados una de las principales causas de mortalidad de aves y pequeños mamíferos a nivel global debido a su habilidad innata para la caza indiscriminada. Esta depredación afecta a poblaciones de especies nativas, contribuyendo a desequilibrios ecológicos locales que pueden llevar a la disminución de especies vulnerables.

Dejarles salir libremente también expone al propio animal a peligros considerables. Los veterinarios aconsejan evitar permitirles estar solos al aire libre dado el riesgo de contraer enfermedades tales como el H5N1 tras interactuar con otros animales portadores potenciales. Además, están expuestos a lesiones graves o fatales en peleas con otros animales, intoxicaciones por pesticidas, anticongelantes o venenos para roedores, parásitos, enfermedades como pulgas, garrapatas, gusanos intestinales, moquillo, leucemia o inmunodeficiencia felina, así como al riesgo de extravío o robo.

El estado de conservación de los gatos salvajes

Mientras que nuestros queridos compañeros peludos prosperan en millones de hogares alrededor del mundo, la situación real de sus antepasados salvajes es bastante diferente. El gato salvaje africano (Felis silvestris lybica), antepasado común de todos los gatitos modernos, actualmente no está clasificado en peligro de extinción según evaluaciones internacionales de conservación. Sin embargo, enfrenta amenazas vinculadas a la pérdida de hábitat, la persecución humana y la hibridación con ejemplares asilvestrados. En algunas regiones de Norte de África y Oriente Próximo, las poblaciones han experimentado declives locales debido a estos factores.

Por otro lado, el gato montés europeo (Felis silvestris), que ha habitado Europa durante milenios, sí está clasificado como vulnerable en varias regiones europeas. La pérdida de hábitat forestal, las persecuciones históricas y la competencia frente a ejemplares asilvestrados han reducido considerablemente sus poblaciones. Se han implementado programas de conservación en algunos países europeos para proteger la especie, aunque con resultados mixtos. La hibridación entre monteses europeos y gatos domésticos representa una amenaza adicional para la pureza genética de la especie salvaje.

Curiosidades sobre nuestros felinos domésticos

La historia relacionada con estos maravillosos animales está llena de episodios sorprendentes que reflejan la compleja relación entre humanidad y gatos. Durante la Edad Media, muchos asociaron estos seres adorables con el diablo, lo que llevó a brutales persecuciones. En Inglaterra, Francia y Alemania, en el Día de Todos los Santos comenzaba la quema de cajas y sacos llenos de gatitos vivos. En el siglo XVII, tras la implacable caza, apenas quedaban felinos en Europa, lo que tuvo consecuencias inesperadas: la multiplicación descontrolada de roedores que originó la peste bubónica. Fue el mismo Napoleón, conocido enemigo de los peludos, quien se vio obligado a reconocer sus virtudes públicas, animando a su cría para protegerse de la plaga de ratas que asolaba Francia.

Los gatos llegaron a China ya en el 500 a. C., inicialmente perteneciendo a la nobleza y luego convirtiéndose en compañía común del pueblo. La raza persa, originaria de Irán, y la siamesa, de Tailandia, fueron desarrollándose con características distintivas de sus respectivas regiones de origen. El gato se popularizó rápidamente, convirtiéndose en un animal casero querido en todos los rincones del mundo desde el siglo XVIII, asegurando su posición como una de las mascotas más entrañables de la humanidad contemporánea. Hoy, millones comparten hogares, ignorando que su presencia en Europa es un fenómeno relativamente reciente en términos históricos, llevando consigo el legado de sus antiguos ancestros africanos que decidieron acompañar a los humanos hacia los almacenes de grano hace ya diez mil años

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