Cada vez más evidencias apuntan a una relación directa entre lo que comemos y cómo nos sentimos. Más allá del impacto físico, nuestra dieta puede influir en el estado de ánimo, el nivel de energía y, en algunos casos, en la aparición o prevención de trastornos como la ansiedad o la depresión.
Nutrientes que alimentan el cerebro
El cerebro representa solo un pequeño porcentaje del peso corporal, pero consume una gran parte de la energía diaria. Para mantenerse en equilibrio, necesita más que calorías: requiere vitaminas, minerales, ácidos grasos y aminoácidos que influyen en su funcionamiento.
“El sistema nervioso reacciona muy rápido a los desequilibrios nutricionales”, explica la doctora Irene Morales, neuróloga y profesora en la Universidad Autónoma de Madrid. “Cuando faltan ciertos nutrientes, lo primero que se resiente es la estabilidad emocional”.
Micronutrientes clave para el bienestar mental
A menudo, no relacionamos la falta de energía, el mal humor o la irritabilidad con la dieta. Sin embargo, estas señales pueden tener mucho que ver con lo que comemos (o dejamos de comer).
Magnesio
Conocido por su efecto calmante, el magnesio participa en cientos de procesos biológicos. Una carencia puede provocar nerviosismo, problemas de sueño o fatiga.
“El magnesio interviene en la regulación del sistema de respuesta al estrés y favorece la acción del GABA, un neurotransmisor asociado a la relajación”, detalla la doctora Morales.
Omega 3
Estos ácidos grasos esenciales, presentes sobre todo en pescados azules, ayudan a mantener la estructura de las neuronas. Algunos estudios los vinculan a una menor incidencia de trastornos depresivos.
Vitaminas del complejo B
Son fundamentales para la producción de serotonina y dopamina, neurotransmisores que regulan el estado de ánimo. Una ingesta insuficiente puede traducirse en desmotivación, tristeza o apatía.
Zinc y hierro
El zinc participa en numerosos procesos neurológicos. El hierro, por su parte, garantiza el aporte de oxígeno al cerebro. Cuando faltan, es común sentir fatiga mental y dificultad para concentrarse.
¿Qué dice la investigación?
En los últimos años se ha investigado mucho sobre el vínculo entre dieta y salud mental. Una revisión publicada en Psychiatry Research concluyó que las dietas ricas en frutas, verduras, legumbres, cereales integrales y pescado se asocian a un menor riesgo de depresión.
Además, un estudio de la Universidad Deakin, en Australia, demostró que mejorar la alimentación durante unas pocas semanas tuvo un efecto positivo en pacientes con depresión leve o moderada.
La alimentación como aliada terapéutica
Una dieta equilibrada no reemplaza un tratamiento médico o psicológico, pero sí puede reforzarlo. Así lo asegura la psicóloga Pilar Saavedra, del Hospital Quirónsalud Valencia: “La nutrición por sí sola no cura, pero sí puede marcar una gran diferencia en el proceso de recuperación”.
Intestino y cerebro: una conexión poco conocida
La relación entre el aparato digestivo y el cerebro —conocida como eje intestino-cerebro— está en el punto de mira de la investigación actual. El equilibrio de la flora intestinal influye no solo en la digestión, sino también en el estado de ánimo.
Un microbioma diverso y saludable favorece la producción de serotonina y otras sustancias que regulan nuestras emociones. Por eso, una dieta rica en fibra, fermentados naturales y prebióticos también puede ser una herramienta de prevención.
El papel de los probióticos
Cada vez más estudios destacan que ciertos probióticos (bacterias beneficiosas presentes en alimentos fermentados o en suplementos) pueden ayudar a modular el estrés y la ansiedad. Al reforzar la barrera intestinal y reducir la inflamación, algunos lactobacilos y bifidobacterias parecen influir en la producción de neurotransmisores como la serotonina.
Aunque aún falta investigación, incorporar alimentos como yogur natural, kéfir o chucrut podría ser un paso sencillo para apoyar tanto la salud digestiva como la emocional.
Pequeños cambios con gran impacto
Mejorar la alimentación no siempre implica grandes sacrificios. A veces, basta con introducir cambios sencillos y sostenibles:
- Dar prioridad a alimentos frescos, de temporada y poco procesados.
- Comer pescado azul al menos dos veces por semana. En caso de no poder hacerlo, puede ser útil recurrir a un suplemento de omega 3 en cápsulas (de buena calidad).
- Añadir frutos secos, legumbres y semillas a tu dieta.
- Aumentar el consumo de vegetales de hoja verde.
- Reducir azúcares añadidos, ultraprocesados y alcohol.
- Beber suficiente agua y mantener horarios regulares.
Señales de alarma: ¿está tu alimentación afectando tu ánimo?
Hay signos que podrían estar indicando una relación entre dieta y salud emocional:
- Cambios frecuentes de humor
- Sensación de cansancio constante
- Problemas de concentración
- Irritabilidad o insomnio
- Ganas repentinas de dulces o snacks salados
- Falta de motivación sin causa aparente
Si experimentas varios de estos síntomas, tal vez sea momento de revisar tus hábitos nutricionales.
Cuidar tu mente también empieza por el plato
Pensar en salud mental es ir más allá del diagnóstico. Es prevenir, observarse, escucharse… y también alimentarse mejor. Lo que comemos puede influir directamente en cómo pensamos, cómo sentimos y cómo enfrentamos el día a día.
“Una buena alimentación no lo es todo”, reconoce la doctora Morales, “pero sí es una de las bases para construir un equilibrio emocional más sólido. Y eso, en estos tiempos, es algo que no deberíamos pasar por alto”.
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