La verdad es que canta el tipo como una gallina afónica.
Con entusiasmo, pero poco mas.
El reciente 50 aniversario de la muerte de Francisco Franco, anunciado por el Ejecutivo de Pedro Sánchez como un hito en la memoria democrática, ha terminado envuelto en mucha polémica y nula repercusión social.
A pesar de los recursos destinados y los nombres propios involucrados, los actos han sido señalados tanto por su elevado coste como por el nulo eco ciudadano y mediático.
El caso más comentado ha sido el pago de generosos cachés a figuras vinculadas al humor y la música, entre ellas el fofiblando Máximo Pradera.
Este se enfant terrible de la izquieda cavai, amamantado a los pechos de la sectaria Cadena SER, que ya ha cumplido los 67 años y sigue igual de bobo, se ha erigido en una suerte de bufón ilustrado.
Su devoción por el sanchismo, esa corriente que defiende con fervor casi místico, parece nublarle el juicio, llevándole a tropezar con una torpeza que roza lo caricaturesco.
No contento con sus columnas incendiarias, como aquella donde deseó cáncer a figuras como Aznar u Olona, el tipo patina en Twitter cada día y vive del sanchismo corrupto, aprovechando ahora su condición de musicólogo.
Cachés elevados para una asistencia mínima
Uno de los eventos centrales fue Conquistas del pasado, derechos del presente, celebrado en el Teatro Monumental de Madrid. La apuesta institucional era clara: visibilizar la memoria histórica con un formato multidisciplinar en el que participaron conocidos presentadores y artistas. Sin embargo, las cifras han sido objeto de controversia:
- Héctor de Miguel (Quequé) y Marina Lobo cobraron 18.148,79 euros por conducir el acto, lo que equivale a 134 euros por minuto en un evento que apenas superó las dos horas.
- La cantante Zahara recibió 16.940 euros por una actuación de solo cuatro minutos.
- El dúo cómico ALPILPIL cobró 4.235 euros por una intervención humorística de cinco minutos y medio.
- El total destinado a la producción ascendió a 138.617,42 euros, incluyendo alquiler del teatro, gastos técnicos, campañas promocionales y cátering.
A pesar del despliegue económico, la asistencia fue limitada: solo 546 personas ocuparon las butacas del teatro y el vídeo del evento apenas superó las 1.900 visualizaciones en YouTube días después.
El papel de Máximo Pradera y el debate sobre la memoria
La participación de Máximo Pradera, cuya presencia se vincula a un caché cercano a los 4.500 euros por concierto según algunas informaciones, ha reabierto el debate sobre el uso de fondos públicos en actos memoriales que apenas despiertan interés ciudadano.
Pradera, conocido por su humor ácido y su trayectoria radiofónica, ha ironizado en redes sociales sobre su rol en estos homenajes, aunque no ha negado su vinculación con las contrataciones oficiales.
Esta situación ha alimentado las críticas sobre lo que algunos sectores califican como “montaje guerracivilista”, con acusaciones directas hacia quienes consideran que se benefician económicamente del relato antifranquista sin aportar verdadero contenido cultural o social al debate público.
Un aniversario sin eco ni consenso
Más allá de las cifras y nombres propios, el 50 aniversario del final del franquismo ha evidenciado varias tensiones:
- El escaso interés popular contrasta con la inversión institucional.
- Los sindicatos mayoritarios (CCOO y UGT) participaron sin compensación económica pero tampoco lograron movilizar a sus bases.
- La campaña comunicativa apenas tuvo impacto fuera del círculo político y mediático afín al Gobierno.
En este contexto, algunos analistas subrayan que la instrumentalización de la memoria histórica no ha conseguido articular un relato compartido ni sumar nuevas voces al debate democrático sobre el pasado reciente.
Desmemoria e instrumentalización política
La crítica más repetida apunta a la ausencia de reflexión real sobre lo ocurrido durante la dictadura franquista y la transición democrática. Se señala que el enfoque oficial priorizó el espectáculo y la visibilidad mediática frente a un trabajo serio de divulgación o reparación.
En palabras recogidas durante el evento: “No se trata solo de mirar al pasado, sino de hacerlo útil para entender nuestro presente”. Sin embargo, para muchos asistentes –y sobre todo para los grandes ausentes– el aniversario ha pasado sin pena ni gloria.
Claves del fracaso
Para entender este desenlace destacan varios factores:
- Falta de conexión emocional con nuevas generaciones.
- Saturación del discurso memorialista en clave partidista.
- Sensación creciente entre parte de la ciudadanía de que estos actos responden más a intereses internos que a una verdadera demanda social.
La paradoja es evidente: mientras algunos aprovechan para reivindicar la vigencia del antifranquismo institucionalizado, otros perciben estos actos como un intento fallido de reabrir viejas heridas sin ofrecer propuestas para una memoria inclusiva y plural.
En definitiva, el homenaje impulsado por el Ejecutivo se ha saldado con un balance desigual: mucho gasto público, poca repercusión social y una controversia renovada sobre cómo gestionar desde lo público los relatos sobre nuestro pasado reciente.
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