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Pissarro, el patriarca reivindicado

Esta retrospectiva en el Thyssen descubre al menos conocido de los impresionistas

José Catalán Deus 05 Jun 2013 - 16:53 CET
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Inmediatamente después de clausurada ‘Impresionismo y aire libre’, la pintura de caballete y naturaleza entre Corot y Van Gogh, el Museo Thyssen-Bornemisza insiste en la misma veta, la de sus mejores fondos y la que siempre aprecia el público. En las mismas salas se abre la primera exposición monográfica en España de Camille Pissarro (1830-1903), presentado ‘seguramente’ como la figura fundamental en el movimiento impresionista y también la menos reconocida. Paisajes, paisajes y paisajes. Campestres sobre todo, aunque el gran descubrimiento, lo más deslumbrante, sean sus vistas urbanas en la última década de su vida. De Pissarro siempre aparece aquí y allá algún estupendo cuadro suyo. Pero estas 80 obras juntas por primera vez  sin duda aportan una dimensión nueva, atractiva y convincente de su legado.

La muestra avanza en sentido cronológico en función de los lugares donde el pintor residió y trabajó. La mayor parte de su vida transcurrió en pequeñas localidades agrícolas -Louveciennes, Pontoise y Éragny- pero las dos últimas salas están dedicadas a los paisajes urbanos que pintó en la década final de su vida: sus numerosas vistas de París y Londres, Ruán, Dieppe y Le Havre. «Humilde y colosal», -le juzgó su amigo Cézanne-, todos venimos quizá de Pissarro’. Sólo tuvo un problema en su carrera, el inmenso éxito de su amigo y compañero Claude Monet, que eclipsaría su trabajo en vida y en la posteridad.

Era conocido como el «decano» o el «patriarca» del Impresionismo debido a que era el de mayor edad del grupo. Cézanne y Gauguin, fueron en alguna medida discípulos suyos. También se beneficiaron de su protección Seurat, Signac y los jóvenes pintores neoimpresionistas. Tras conocer a Seurat en 1885, Pissarro se convirtió a la fe neoimpresionista, siendo el único de los fundadores del grupo que adoptaría el
nuevo método, conocido popularmente como “puntillista”. Hasta 1890 persistiría la
influencia del puntillismo en su obra; después, regresaría a la obediencia impresionista donde ya permanecería toda su vida sin la menor tentación de arriesgarse un milímetro fuera de sus parámetros.

Fue un rústico penitente que terminó captado por la gran urbe. Desde las primeras apariciones públicas del grupo impresionista, la crítica consideró a Pissarro como un paisajista rural, oponiéndolo al refinamiento parisiense de Monet y otros. El crítico
Théodore Duret le soltó a la cara: ‘Usted no tiene el sentimiento decorativo de Sisley, ni el ojo fantástico de Monet; pero tiene lo que ellos no tienen, un sentimiento
íntimo y profundo de la naturaleza, marche por su lado, siga su camino de la
naturaleza rústica. Llegará usted, en una vena nueva, tan lejos y tan alto como cualquier otro maestro’. Otros menos educados, le tildaban como ‘el pintor de las coles’, por las muchas veces que pintó sembrados con esta modesta hortaliza. Otros dirán que su pincel parece una azada que remueve penosamente la tierra.

Y algunos como el director del Thyssen y comisario de la muestra resaltarán que si hay un motivo dominante en la pintura de Pissarro, es el del camino. Carreteras, calles de pueblos y modestos senderos que cruzan los campos, invitan a adentrarnos en el espacio del cuadro. A veces el camino nos conduce recto al horizonte, otras, cruza ante nosotros; pero a menudo y más emotivamente es una senda que zizaguea entre huertos, o que asciende la colina, o que bordea el bosque. Es cuando conmueve, como en ‘La rouelle des Poules’ o en ‘El camino de Ennery’, cuando convence de que en el camino estamos, nosotros también. Hay también ríos en sus obras, pero el agua, sus reflejos y su impronta en la retina humana importarán menos a Pissarro que a Monet. Y es cuando el paisaje incluye un camino y todo queda bajo la niebla cuando ocurre el milagro más potente de su pintura entera, como en ‘La sente de la Ravinière’.

Reconocemos el especial impacto de sus paisajes urbanos, y la aportación de su correcto despliegue y ubicación en las salas, juntas a menudos dos vistas en diferentes momentos del mismo lugar, con lluvia o soleado, entre la niebla o al atardecer. Tras décadas de entrega al paisaje rural y semirrural, en los años 1880 Pissarro comienza a explorar el mundo del paisaje urbano y el último tramo de su carrera (1893-1903) está dominado por las vistas de ciudades. Su vasto trabajo sobre ellas se organiza, como el de Monet, por series; como las de la estación Saint Lazare y su entorno, el Boulevard Montmartre, la Avenida de la Ópera y aledaños, los
jardines de las Tullerías, el Pont-Neuf, el Louvre. En una carta se entusiasma con «estas calles de París que se tiene la costumbre de llamar feas, pero que son tan plateadas, tan luminosas y tan vivas». En 1896 y 1898 se instala en Rúan y pinta sus puentes y los nuevos aspectos industriales de una ciudad de la era gótica. Piensa en una serie de la catedral -vista desde la ventana de su hotel y entre los tejados que la rodean- con la que responder a la famosísima de Monet que acaba de ser presentada, pero abandona el proyecto dolido porque no le pagan lo que quiere. En julio de 1903, su última serie estuvo dedicada al puerto de Le Havre, el mismo al que había arribado casi medio siglo antes en un vapor que venía de América.

Nació en las Antillas danesas. Se llamaba Pizarro antes de afrancesar su nombre, lo que permite sospechar un origen ibérico, quizás sefardí. En el catálogo se publican textos de los dos mayores especialistas en la obra del pintor: Richard R. Brettell y Joachim Pissarro, su bisnieto, los artífices de su retorno triunfal a partir de los años 80 del siglo XX. Ambos textos sin embargo resultan decepcionantes por su limitada temática. Falta un buen abordaje del conjunto de su vida y de su obra, aunque lo suple en parte la extensa cronología que cierra la edición.

El Thyssen posee seis ‘pissarro’ que cubren toda su carrera, motivo por el que hacía años que su director Guillermo Solana maquinaba la exposición que hoy ofrecen de este pintor de raza y de secano, de trabajo silencioso y vida recoleta, de mucho hacer y poco presumir, cuya cotización era una cuarta parte que la del astuto Monet. De un burgués corriente que fue simpatizante del anarquismo y vivió 73 años: todo él está en el autorretrato que nos dejó el mismo año de su muerte yu que ya cuelga de las farolas del Paseo del Prado de Madrid.

Aproximación a la exposición (del 1 al 10)
Interés: 8
Despliegue: 8
Comisariado: 7
Catálogo: 7
Folleto explicativo: 9
Actividades complementarias: n/e

Museo Thyssen-Bornemisza
‘Pissarro’
Del 4 de junio al 15 de septiembre de 2013
En Barcelona, CaixaForum, del 15 de octubre de 2013 al 13 de enero de 2014.
Comisario: Guillermo Solana, director artístico del Museo Thyssen-Bornemisza.
Comisaria técnica: Paula Luengo, Área de Conservación del Museo.

Paseo del Prado 8. 28014, Madrid.
De martes a sábado, de 10.00 a 22.00 horas; lunes y domingos, de 10.00 a 19.00.
Tarifa Exposición temporal: 10 € (Entrada reducida: 6 € para mayores de 65 años, pensionistas, estudiantes previa
acreditación y familias numerosas. Entrada gratuita: Menores de 12 años y ciudadanos en situación legal de desempleo). Venta anticipada de entradas en taquillas, en la web del Museo y en el 902 760 511.
Más información: www.museothyssen.org.

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