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El jardín de las mixturas y otras tentativas

José Catalán Deus 04 May 2022 - 11:44 CET
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Alejandra Riera (Buenos Aires, 1965) vive y trabaja en París. Es una artista que combina fotografías con leyendas, textos y videos, lo que llama “modelos sin propiedades”. El Museo Reina Sofía presenta una serie de sus trabajos que retoma parte del que ya realizó aquí mismo en 2013. No existe recorrido lineal programado, ni principio ni final, sino que la muestra se concibe como un conjunto de lugares singulares, vinculados a través de una trama narrativa abierta con libertad de circulación, en la que subyace la idea de entretejer, entrecruzar líneas e ideas, imágenes y textos, trenzar poéticas, todo con un hilo conductor a intuir durante el recorrido.

Se intuye o no se intuye, según cada uno. El hilo conductor puede ser una serie de instalaciones en mesas y en el suelo que mezclan restos vegetales y objetos desechados con memoriales de distintas acciones colectivas dirigidas por la artista en los últimos años, a través de reportajes fotográficos, videográficos y reseñas escritas. El hilo va acompañado de obras pictóricas y escultóricas propias, pero también ajenas y bien diversas. El proyecto jalona distintos espacios del Museo, comenzando por los impresionantes sótanos a modo de mazmorras, denominados salas de bóvedas, del edificio Sabatini, donde se recupera la acción iniciada en 2013 con el proyecto ‘Poética(s) de lo inacabado’, en la que se abrió un hueco en uno de los muros que permite desde entonces el paso de aire y luz desde el exterior hasta el subsuelo.

En la planta baja, también del edificio Sabatini, ese mismo gesto de apertura se traslada al jardín del antiguo hospital donde, desde 2017 impulsa el colectivo Jardín de las mixturas, que ha revitalizado dos de los parterres del jardín, antes vallados y plantados únicamente de césped, y ahora convertidos en modestos vergeles, con plantas medicinales, bebederos para pájaros y bancos para sentarse, y por el que se puede pasear a través de discretos senderos. Un trabajo realizado durante cinco años por personas de dentro y fuera del Museo, una ‘tentativa de hacer lugar’ que alude a la importancia de construir un espacio nuestro pero compartido; que busca romper con el individualismo y la segregación de todo tipo, y en el que han formado equipo conservadores, vigilantes, artistas y gente del barrio sin jerarquías ni distinción de funciones. Lo que se hace en este espacio tiene que ver con mirar a otras presencias, no necesariamente humanas: la vegetación en este caso. ‘¿Cómo hacer sitio a conjuntos que deshacen el imaginario de separación convenida entre lo llamado «humano» y lo considerado «no humano», entre lo que tiene derecho a la palabra y lo considerado sin voz?, ¿cómo se hablan y apoyan?, ¿qué aprendemos de la atención al lugar en el que estamos?, ¿cómo se transforma y transformamos?”, quiere responderse la artista.

La tercera planta de Sabatini alberga también, a lo largo de diez espacios, un conjunto de obras de Riera, donde de nuevo retoma trabajos anteriores. Esta parte se plantea como un tejido en el que hay obras de otros artistas y no artistas con los que Alejandra Riera ha realizado proyectos, a modo de cuadro colectivo, de poesía de conjunto; son evocaciones, con obras o sin obras. En este hacer lugar no hay una voz superior que represente al otro. Tampoco hay una jerarquía de medios. Así, en uno de los trabajos situados al final del recorrido, centrado en un área de la población francesa de Valence, textos e imágenes dialogan sin que unos sirvan de explicación a las otras, ni viceversa. Las fotografías proceden de archivos o han sido tomadas por la propia Alejandra, los textos son intercambios con los habitantes de la zona. Ante la imagen conflictiva y devastada del lugar, estas historias inacabadas e imperfectas son la esperanza que surge de lo mínimo.

Tal y como señala el ilustrador comentario proporcionado a los medios, más que lo discursivo, lo importante en esta muestra es el gesto. El gesto de tejer y destejer, reflejado en las obras de Lanceta y en las de la misma Riera. Pero, también el gesto de filmar. De ahí que Alejandra haya construido diversos objetos, que se reparten a lo largo de toda la muestra y que para ella constituyen cámaras de cine, no tanto porque graben nada, sino porque con su ruedas y movimientos repiten el gesto de las cámaras del cine mudo. Su práctica artística es siempre relacional y colectiva. Se trata de un proceso en el que colaboran muchas personas y en el que el intercambio es continuo. Existe un aspecto crítico, pero lo importante es el aprendizaje mutuo, descubrir lo que no conocemos a partir de aquello que es en apariencia menor y frágil. De ahí la importancia de los dibujos infantiles, de la artesanía, de objetos encontrados o de fotografías involuntarias, es decir, de aquello que nos habla porque es mudo o incluso intraducible. Las relaciones entre seres y cosas son subterráneas y tejen lazos profundos, como esos objetos en forma de raíz que la artista ha realizado en los últimos años.

Riera hace instalaciones, no solo inmóviles e individuales, como viene siendo al uso y abuso del arte actual, sino introduciendo el tiempo y la interrelación personal, una especie de performance sin personajes en la que sus rastros dejan huellas que se mezclan con otras. No estamos ni ante una muestra individual ni ante una artista que trabaja con la obra de los demás, aunque incluye medio centenar de voces y obras de otros agentes creativos entre los que figuran Guy Debord y Ludwig Wittgenstein, y hasta un cuadro de la surrealista española Remedios Varo; una polifonía colaborativa, una manera menos personalista de entender la práctica artística, en la que sin embargo no se habla por los demás y en la que dice aprender enseñando (algunos de los artistas de la muestra han sido alumnos de la propia artista). ‘No sé trabajar en solitario, seguro que se puede, pero yo no sé’, dijo ayer a los medios presentando su trabajo, algo que le cuesta resumir: ‘Siempre empezamos por nombrar las cosas, eso a la vez es preciso e impreciso’.

La propuesta de Riera resultas algo confusa tanto conceptual como espacialmente, con elementos tan diversos como hacer un jardín, hablarle a unas bóvedas, o desplegar documentación redundante y poco atractiva de otras iniciativas anteriores, pero contiene piezas interesantes propias y ajenas, es entretenida y dinamiza al Museo. Para su director, Manuel Borja-Villel, vendría a ser una respuesta a la necesidad de plantearse nuevas iniciativas museísticas tras la pandemia. Un museo vivito y coleando, un parque de atracciones artísticas parece ser que es lo que están buscando los exmuseos de arte actual.

Aproximación a la propuesta (del 1 al 10)
Interés: 6
Despliegue: 6
Comisariado: n/h
Catálogo: no disponible
Documentación a los medios: 6

Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía
Jardín, bóvedas y salas 3ª planta. Edif. Sabatini
Alejandra Riera – Jardín de las mixturas. Tentativas de hacer lugar, 1995 -…
4 de mayo de 2022 – 5 de septiembre de 2022
Coordinación: Tamara Díaz Bringas, Íñigo Gómez, Fernanda Dávila, Fernando López.

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