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(Semana andaluza de Teología).- Somos y nos sentimos un espacio cristiano, vivo y comunitario, en el que compartimos la fe en Jesús de Nazaret y donde se refuerzan con entusiasmo nuestras esperanzas y compromisos por otra sociedad más justa y otra Iglesia más evangélica. Hemos sentido presentes a los pueblos y gentes que sufren a diario el ataque directo del modelo capitalista de vivir y de regir.
Ante la cruel realidad de las víctimas de la sinrazón del lucro insaciable de unas minorías, seguimos creyendo en la razón y justicia de los derechos de los últimos. Primero no es el negocio y la riqueza de unos pocos. Primero son los pobres, siempre. Y todo lo que ayude a que dejen de serlo, será lo mejor para todos, siempre.
Nos hemos comunicado compromisos personales o locales, pequeños pero transformadores, germen de un modelo alternativo de vivir, de creer en Dios y de seguir a Jesús. Compromisos que ponen en su eje la compasión solidaria con los prójimos heridos, expoliados y excluidos, pues asumimos las consecuencias ético-políticas de la parábola del buen samaritano.
Estamos indignados y preocupados por los «recortes» de los gobiernos que -fieles servidores de los intereses de grupos financieros- castigan injustamente a los colectivos más desprotegidos y a la ciudadanía en general, salvan a los bancos y al sistema financiero especulador, al tiempo que manipulan la deuda pública trasvasando la riqueza de todos a los ricos. Aumentan los niveles de pobreza y de exclusión, paro, empleos muy precarios, desahucios, cierres de empresas pequeñas y medianas, ERES continuos, deterioro de los recursos sociales, sanitarios y educativos, desatención a las personas dependientes, políticas migratorias a la deriva, etc.
Atacan a los servicios y empresas públicas, han abierto un futuro incierto para los jóvenes y están devaluando los mejores principios democráticos. Sin olvidar la situación de los países más empobrecidos de nuestro planeta. Lo que aquí empezamos a sufrir ahora es lo que está sucediendo allí desde hace décadas, donde la deuda externa se ha cobrado millones de vidas, abocando al hambre y la esclavitud a miles de personas, familias y países.
También nos indigna, duele y escandaliza el silencio cómplice de la cúpula eclesiástica, que ni habla ni está en la defensa de los derechos y de la justicia social con las víctimas. Nosotros/as mismos/as hemos de reconocer y depurar las propias contradicciones de nuestra vida y ser más coherentes con la propuesta de Jesús: «No podéis servir a Dios y a la Riqueza».
Nos alegra participar en la irrupción reivindicativa en las calles y en la opinión general de jóvenes generaciones y de movimientos sociales que, con nuevos medios y estrategias, extienden una rebelión disidente y alternativa a la «barbarie civilizada» instalada en la política y en la economía, que nos oprime aquí y en todo el mundo. Nos alegran las movilizaciones y la resistencia de aquellos colectivos sindicales y políticos que se oponen a la reforma laboral y a muchas otras medidas inmorales e injustas que reducen o eliminan derechos adquiridos.
Nos alegra constatar día a día la solidaridad de tantas familias que comparten sus escasos recursos o sus modestas pensiones para amortiguar la caída en el paro de sus familiares o de otras personas. Nos alegra ver y colaboramos con el esfuerzo de tantas entidades que, casi sin recursos, sacan agua hasta de las piedras y saben ayudar a los más caídos, a la vez que no olvidan la lucha por la justicia, la igualdad y la dignidad. Nos alegra ver y estar con tantas iniciativas de grupos, voluntariados de todo tipo, organizaciones y entidades, cristianas y ciudadanas, que inventan día a día nuevos caminos de solidaridad y de disidencia, buscando siempre una ciudadanía inclusiva.
Todo esto y mucho más nos está indicando que hay ilusión y alternativas y que, por tanto, sigue en pie la esperanza de que otro mundo es posible y que otra Iglesia sensible, fraterna y samaritana también es posible, puesto que ya son realidades concretas por doquier.
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