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Carta de Sor Lucía Caram a su compatriota el Papa Francisco

«Necesitamos que tu reforma vaya adelante y que nos ayudes a despertarnos»

"Aun queremos estar bien con el poder y nos creemos que podemos servir a dos señores"

16 Ago 2014 - 08:36 CET
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(Sor Lucía Caram).- Estimado Francisco: Hoy quiero abrirte mi corazón como compatriota, como seguidora de Jesús y como mujer enamorada de la humanidad, dispuesta a construir, junto a otros hermanos y hermanas el Reino querido por Jesús, proclamado en las bienaventuranzas y vivido hasta el extremo de dar la vida para que todos la tengan en abundancia.

Cuando el Espíritu sopló y el humo blanco anunciaba que ya había «sucesor de Pedro», tuvimos un impulso de esperanza y una gran expectación, incluso los más escépticos, aquellos que sufríamos «por los lobos» que asechaban a Benedicto, tal como se decía unas semanas antes en las páginas de l’Observatore Romano: «Un pastor en medio de lobos», y que llevábamos años sintiéndonos incómodos en una Iglesia demasiado institucional, lejos de la vida de la gente, una Iglesia llena de aduaneros de la fe -como te gusta llamar- que no tienen otro deporte más propicio en el que ocuparse, que dedicarse a hacer la vida imposible a sus hermanos en la fe. En esas filas hay laicos, religiosos y también algunas púrpuras.

Tengo casi 48 años; llevo 30 años viviendo con pasión y compromiso la causa de Jesús. Yo me creí sus palabras y su vida, y el Evangelio pasó a ser, hace ya tiempo mi norma de referencia y mi vida. Puedo decir que desde que nací he vivido en Comunidad. Primero con siete hermanos con los que de verdad vivíamos sanamente una Iglesia doméstica. Luego en la vida religiosa luchando por hacer comunidad y soñando con el sueño de Jesús, el amigo de los pobres, el profeta del Reino, el cantor del perdón y la misericordia. Me dediqué al mundo de la enseñanza, al mundo de los más pobres. Luego urgida por una llamada interior, entendí que debía retirarme y orar. Estuve varios años, en lo hondo del surco, aguardando la hora de Dios, dedicada al estudio y a la oración en el monasterio; auscultando en el corazón de la Palabra del Dios, e intentando dilucidar cuál era su proyecto para la humanidad.

Para leer la carta entera, pinche aquí

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