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Elevó la tauromaquia a la categoría de arte

Muere Rafael de Paula, leyenda del toreo

El torero jerezano, nacido como Rafael Soto Moreno, deja tras de sí una huella eterna en la historia de la tauromaquia y en la sensibilidad del arte español

Paul Monzón 02 Nov 2025 - 20:15 CET
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En Jerez de la Frontera, su cuna y su refugio, ha muerto a los 85 años Rafael de Paula, el torero que elevó la tauromaquia a la categoría de arte. Nacido en 1940 como Rafael Soto Moreno, fue mucho más que un matador: fue un artista de la emoción, un intérprete de los silencios y un poeta del capote.

Criado en el barrio de Santiago y de raíz gitana, Paula creció entre el cante, el compás y el duende. Aquella infancia marcada por el flamenco moldeó su manera de sentir el toreo, donde cada movimiento era más plegaría que gesto técnico. Se decía de él que no toreaba para agradar, sino para sentir; que su arte no cirugía del método, sino de la inspiración.

Tomó la alternativa en Ronda en 1960, con Julio Aparicio como padrino y Antonio Ordóñez como testigo; la confirmada en Madrid en 1974. Desde entonces, su nombre quedó grabado junto al de los grandes, vinculado para siempre a la emoción, al temple ya ese instante irrepetible en el que el capote parecía flotar.

En 2002 recibió la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, un reconocimiento que vendió su lugar en la historia del arte español. Pero su vida fue tan intensa como turbulenta, marcada por la genialidad y el silencio, la gloria y la soledad. Su última faena fue en su tierra, Jerez, el 18 de mayo del 2000, poniendo fin a una trayectoria guiada por la autenticidad.

Consejero artístico y apoderado de Morante de la Puebla, Paula dejó una impronta permanente en quienes comprendieron que el toreo podía ser también un acto estético. Morante siempre lo definió como “un espejo de pureza y verdad”.

Rafael de Paula toreó en Sevilla, Madrid, Barcelona y, sobre todo, en su amada Jerez, donde cada tarde su nombre despertaba expectación. Antonio Gala escribió sobre él, y Félix Grande lo describió como “un torero que toreaba como si rezara”. Su arte trascendió la ruedo e inspiró a pintores, poetas y músicos; fue símbolo de la identidad andaluza, de una espiritualidad hecha gesto y arena.

Con su muerte se apaga un modo de entender la fiesta: aquella donde el valor no se medía en trofeos, sino en verdad. Rafael de Paula fue un torero de alma mística, un hombre que unió el silencio del toreo con la pureza del arte. Su nombre, inseparable del sentimiento, permanecerá en la memoria del toreo eterno.

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