Este lunes, en París y al menos en dos ocasiones la llama olímpica se apagó. Según la policía, por un problema técnico. Tras los primeros enfrentamientos, las autoridades optaron por apagar durante un tiempo la antorcha, no el fuego olímpico que viaja en otro lugar y se mantiene siempre encendido. El primer apagón tuvo lugar en torno a mediodía, y se repitió un poco más tarde.
La antorcha olímpica pasa por 135 ciudades y recorre 137.000 kilómetros durante 130 días. ¿Cómo es posible que la llama no se extinga nunca, ni en un avión?
Según las estrictas tradiciones del movimiento olímpico, y para seguir con los antiguos rituales de las olimpiadas, la llama tendrá que mantenerse encendida hasta la ceremonia de clausura de los juegos de Pekín, en agosto.
Esto es muy fácil de ver cuando las cámaras están grabando, y está a salvo la antorcha en manos de algún doble medallista de oro. ¿Pero qué pasa durante el resto del viaje?
Durante su viaje, un equipo de más o menos 10 guardias se encarga de mantener la llama a salvo las 24 horas.
La antorcha, alimentada por gas propano, se usa para transportar la llama durante las carreras diarias, cuando la llevan los corredores por las ciudades del relevo.
Sin embargo, al mismo tiempo que se enciende, se inflaman también varios faroles para mantener la llama viva durante la noche o en los aviones, cuando está extinguida la antorcha.
Para los viajes aéreos, en los cuales no es permitido tener llamas encendidas, la llama olímpica sigue ardiendo en los faroles cerrados, que funcionan como lámparas de mineros.
La antorcha, los faroles y el equipo de guardias, además de otros personales de seguridad, vuelan en un avión Air China especialmente fletado, que ostenta un dibujo de la llama.
Siempre ardiendo
Los faroles pasan todas las noches en la habitación de un hotel con tres guardias. Siempre tiene que estar despierto uno de ellos.
«Los guardias hacen todo lo posible para mantener la llama a salvo», explicó una portavoz del Comité organizador de Pekín.
«Siempre está ardiendo: en el avión, durante el relevo y por la noche. La guardamos en el hotel donde se queda el equipo operacional principal.»
La mayor parte de su viaje se hace caminando, aunque ya se han experimentado otros modos de transporte, como trineo con perros, caballo, canoa y camello.
Antes de las olimpiadas del año 2000, se diseñó una antorcha especial que podía arder debajo del agua, para pasar la Gran Barrera de Coral, en Australia.
La llama realizó su primer vuelo en el 1952, y también viajó en el Concorde. La antorcha – no la llama – viajó dos veces al espacio.
La antorcha puede resistir a unos vientos de hasta 65 kilómetros por hora y seguir ardiendo bajo una lluvia de hasta 50 milímetros por hora. En caso de que se extinga, se volverá a encender con uno de los faroles.
Momentos de angustia
Este recurso se necesitó en el 2004, cuando se extinguió la llama en el Estadio Panathinaiko de Atenas al comenzar el relevo de la antorcha.
También se extinguió en el 1976, durante las olimpiadas de Montreal. Un funcionario la volvió a encender, pero con un mechero. Esta llama fue apagada y la antorcha fue encendida otra vez con la llama de un farol.
Mantener la llama viva es una tradición que empezó en la ciudad griega de Olimpia donde se organizaban las antiguas olimpiadas. En aquel entonces, el fuego estaba asociado con las divinidades, ya que se creía que Prometeo lo había robado a los dioses.
Aunque no se organizaban relevos de antorcha en la antigüedad, una llama ardía a lo largo de los Juegos en el altar de la diosa Hestia, ubicado en el Prytaneum, el edificio usado para hacer banquetes después de los juegos.
El fuego se encendía con los rayos del Sol y se usaba para prender otros fuegos del santuario, como los altares de Hera y Zeus, en honor de quien se organizaban los Juegos.
Para seguir con esta tradición, el relevo de la antorcha empieza en el templo de Hera, varios meses antes de las olimpiadas. Una mujer vestida de una toga de ceremonia la enciende con un espejo y los rayos del Sol.
La llama recibe una pureza que se mantiene hasta que entre en el estadio olímpico para la ceremonia inaugural.
El último portador de la antorcha, que no se conoce hasta el último momento, ilumina el enorme pebetero olímpico del estadio, que arde hasta la ceremonia de clausura.
La llama olímpica reapareció en las olimpiadas modernas en Ámsterdam en el 1928. El primer relevo se organizó ocho años después en Berlín. Desde entonces, simboliza el ideal olímpico de armonía entre las naciones.
El relevo de la antorcha se convirtió en un evento global en el 2004, para las olimpiadas de Atenas, lo que supuso más planificación para mantener la llama viva.
Este año, aunque sea capaz de resistir a los elementos naturales, la llama tendrá que enfrentar una amenaza nueva: los ataques de los defensores de los derechos humanos.
Diez personas custodian el fuego de los Juegos
Los Juegos Olímpicos modernos han sido históricamente objeto de boicoteos y escenarios de protestas. Ya en 1908 los atletas irlandeses no acudieron a la edición londinense de los Juegos reclamando la independencia de Irlanda. Otros boicoteos y gestos clamorosos han entrado de pleno derecho en la historia contemporánea.
“Ésta, sin embargo, es la primera vez que las protestas se producen durante y contra el recorrido de la antorcha olímpica hacia la sede de los Juegos”, dice Anthony Bijkerk, secretario general de la Sociedad Internacional de Historiadores de los JJ OO.
“No es la primera vez que la antorcha se apaga”, dice Bijkerk —en conversación telefónica desde Holan-da— en referencia a los desórdenes de ayer en París. “De hecho, lo hizo muchas veces. Yo la llevé en su paso por Ámsterdam en 2004, bajo una fuerte lluvia, ¡y se me apagó dos veces!”. En alguna ocasión la antorcha se ha apagado en momentos significativos, —“por ejemplo, en su llegada al Estadio de Atenas, también en 2004”, recuerda Bijkerk— pero siempre lo hizo a causa de motivos meteorológicos, nunca por protestas.
Que se apague la antorcha no significa, sin embargo, la extinción de la llama olímpica original, ya que ésta es custodiada también en varias linternas encendidas con la misma fuente, las primeras centellas alumbradas en el templo de Hera en Olimpia con rayos solares reflejados por un espejo. En 1976, un miembro del personal de seguridad reencendió con un mechero la antorcha extinguida: hubo que volver a apagarla, y realumbrarla con las llamas originales.
En su recorrido hacia Pekín —135 ciudades, 20 países, 137.000 kilómetros en 130 días—, las llamas viajan protegidas de manera permanente por un equipo de 10 personas, independientemente de los despliegues policiales ulteriores. La antorcha, alimentada con gas propano, es habitualmente apagada para los transportes en aviones o en otros medios incompatibles con el fuego.
La llama olímpica acompañó los Juegos modernos por primera vez en 1928, en Ámsterdam, y en 1936 se instauró la tradición de llevarla con antorchas de Olimpia a la sede actual, que en esa edición fue Berlín.
“Entiendo que los Juegos representen un escenario ideal para protestas”, dice Bijkerk, “pero la llama es un símbolo de paz y mutuo entendimiento. Deberían haberla dejado pasar, y utilizar los propios Juegos para las protestas”. Queda por ver qué posibilidades de protesta dejarán abiertas los servicios de seguridad del régimen de Pekín.
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