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El regreso de Donald Trump a la presidencia ha reconfigurado el tablero comercial mundial.
Su política arancelaria, que en los últimos meses ha escalado hasta niveles no vistos en casi un siglo, ha puesto a prueba la capacidad de resistencia de grandes socios comerciales.
La Unión Europea ha cedido ante la presión, eliminando aranceles clave y abriendo su mercado a productos estadounidenses.
Sin embargo, la realidad con China es muy diferente: las amenazas de Trump han topado con una estrategia mucho más calculada y una respuesta firme desde Pekín.
La fórmula de Trump es conocida: anuncios de subidas de aranceles, negociaciones bajo presión y, si los acuerdos no llegan, ejecución de tarifas punitivas. Solo este año, Estados Unidos ha implementado incrementos que afectan a productos de casi todos sus socios comerciales, desde Canadá y México hasta la propia UE y China. El resultado inmediato ha sido una recaudación arancelaria histórica: más de 136.000 millones de dólares en pocos meses, alimentando la narrativa de fortaleza económica en Washington.
Pero el impacto va más allá de las cifras. El sector industrial estadounidense se ha visto beneficiado por la reducción de competencia externa en algunos nichos, mientras que los consumidores apenas han sentido el golpe inflacionario, al menos en el corto plazo. Empresas importadoras anticiparon la subida y acumularon inventario, lo que ha suavizado la traslación de costes. Además, el sentimiento del consumidor ha mejorado ligeramente en los últimos dos meses, un dato que la administración Trump utiliza para reforzar su estrategia.
Europa: concesiones rápidas para evitar una guerra total
La UE ha optado por la vía pragmática. Ante la amenaza de aranceles del 25% a sus automóviles y otros productos emblemáticos, Bruselas ha eliminado tarifas a los coches estadounidenses y ha abierto la puerta a importaciones agrícolas, logrando evitar una escalada. Estas concesiones, aunque dolorosas para sectores sensibles europeos, han permitido mantener la estabilidad en los mercados y evitar represalias a gran escala.
En contraste, los acuerdos con países asiáticos como Japón han avanzado también, aunque de forma más matizada: Tokio ha aceptado importar más arroz estadounidense y adaptar sus estándares a los vehículos norteamericanos. Incluso Indonesia y Filipinas han realizado concesiones, eliminando barreras a productos clave de Estados Unidos.
China: un pulso de titanes sin vencedores claros
Donde la táctica de Trump encuentra su mayor desafío es en China. Desde febrero, Estados Unidos ha impuesto aranceles adicionales del 10% a todos los productos chinos, una medida que ha ido acompañada de amenazas de nuevas subidas hasta el 20%. Pekín ha respondido con una batería de contramedidas: aranceles del 10% y 15% a productos agrícolas y energéticos estadounidenses, suspensión de importaciones selectas y controles de exportación sobre minerales estratégicos.
Este tira y afloja se traduce en un entorno de incertidumbre para las empresas y mercados globales. A diferencia de la UE, China cuenta con herramientas para resistir la presión:
- Un vasto mercado interno capaz de absorber parte del impacto.
- Diversificación de proveedores y clientes fuera del eje estadounidense.
- Control estatal sobre sectores estratégicos y capacidad para implementar subsidios selectivos.
- Exportaciones de materias primas críticas, como tierras raras, que han sido objeto de restricciones selectivas.
La administración Trump justifica estas medidas en la necesidad de frenar el tráfico de fentanilo y otros productos ilegales, así como de proteger la seguridad nacional frente a la supuesta inacción china para contener la salida de precursores químicos y dinero ilícito. Sin embargo, el pulso comercial está lejos de resolverse: Pekín parece dispuesto a resistir a largo plazo, consciente de que una cesión rápida podría debilitar su posición global.
Impactos y riesgos para la economía global
El endurecimiento de la guerra comercial entre Estados Unidos y China tiene efectos de arrastre en todo el planeta:
- Ralentización del comercio internacional: Las cadenas de suministro se ven obligadas a rediseñarse, lo que afecta a empresas en todo el mundo.
- Volatilidad en mercados financieros: Los anuncios de tarifas y represalias provocan movimientos bruscos en bolsas y divisas.
- Incertidumbre para inversores y multinacionales: La planificación a largo plazo se complica en un entorno donde las reglas cambian de forma abrupta.
- Posibles efectos inflacionarios: Aunque hasta ahora la inflación se ha mantenido contenida en Estados Unidos, el agotamiento de inventarios y la persistencia de aranceles podrían trasladarse a precios finales.
En Europa, el alivio es palpable tras evitar una guerra comercial abierta, pero la sensación de vulnerabilidad ante el poder negociador estadounidense persiste. En China, el discurso oficial es de resistencia y autosuficiencia, mientras que las empresas buscan alternativas para sortear las barreras.
¿Qué puede venir ahora?
El escenario actual plantea varias incógnitas:
- ¿Hasta dónde llegará la escalada arancelaria si ninguno de los dos gigantes cede?
- ¿Podrá Trump mantener la estabilidad de precios y el apoyo de los consumidores si los efectos de los aranceles se hacen más visibles?
- ¿Responderá China con restricciones más severas a exportaciones clave, como tierras raras, o buscará acuerdos selectivos para relajar la tensión?
Mientras tanto, el resto del mundo observa con inquietud. Las economías emergentes, especialmente en Asia y África, pueden verse atrapadas en el fuego cruzado, obligadas a tomar partido o ajustar sus propias políticas comerciales.
Lo que está claro es que la era de la globalización sin trabas ha dado paso a un periodo de incertidumbre y negociación dura, en el que cada movimiento se analiza con lupa por sus repercusiones en la economía global. El pulso entre Washington y Pekín marcará, una vez más, el ritmo de los mercados y la agenda política internacional en los próximos meses.
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