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El bullicio de Changsha en la medianoche es testigo de una paradoja que late en el núcleo de la economía china.
Mientras que los líderes comunistas abogan por un mayor gasto entre los jóvenes para reactivar el consumo interno, estos últimos optan por el ahorro y la prudencia. La discrepancia entre las expectativas del poder y la realidad generacional se ha convertido en un desafío significativo para la China contemporánea.
Mientras la élite política busca soluciones para reactivar el consumo y mantener su modelo económico vigente, los jóvenes chinos están reconfigurando sus prioridades. Prefieren seguridad, flexibilidad y autonomía antes que seguir ciegamente un modelo basado en crecimientos rápidos. La brecha generacional va más allá de lo económico; también abarca aspectos culturales y políticos.
La pregunta ahora es si China podrá ajustar su sistema a las aspiraciones de una nueva generación que desea algo más sustancial que simplemente gastar porque así se lo ordenan. El tiempo avanza rápidamente, y como ha sucedido tantas veces en su historia reciente, esta respuesta marcará no solo su rumbo inmediato sino también toda una era futura.
El espejismo del consumo juvenil
En años recientes, Pekín ha lanzado una serie de medidas para estimular el gasto doméstico. Desde fomentar el ocio nocturno y abrir museos y comercios hasta altas horas, hasta ofrecer incentivos fiscales y campañas que promueven el “consumo patriótico”. El mensaje es claro: la segunda economía mundial necesita que su juventud consuma para mantener el crecimiento del PIB, especialmente tras el parón pospandémico y la crisis estructural en el sector inmobiliario.
Sin embargo, los datos no respaldan este optimismo oficial. Durante el último gran puente nacional, el gasto medio de los turistas chinos alcanzó niveles mínimos en tres años, a pesar de un récord en desplazamientos internos. La tendencia hacia el ahorro prevalece. Aunque actualmente se registra un 60% del consumo durante la noche, los jóvenes no se lanzan a un frenesí consumista; en cambio, optan por experiencias más asequibles y muestran una notable resistencia ante grandes gastos.
¿Por qué resisten los jóvenes?
Detrás de esta contención hay razones profundas:
- Desempleo juvenil elevado: la tasa oficial alcanzó casi el 19% en agosto, uno de los niveles más altos en tiempos recientes, generando incertidumbre sobre su futuro.
- Mercado laboral saturado: con un exceso de graduados universitarios, una feroz competencia y precariedad en sectores tecnológicos, las expectativas de prosperidad rápida se han desvanecido.
- Crisis inmobiliaria: el acceso a viviendas se ha vuelto prohibitivamente caro en grandes ciudades como Shanghái o Pekín, lo que lleva a muchos jóvenes a posponer decisiones cruciales como casarse o formar una familia.
- Coste de vida y crianza: criar a un hijo puede costar más de 75.000 dólares, una cifra inalcanzable para muchos.
- Cambio de valores: la generación Z china prioriza la autonomía personal, busca flexibilidad laboral y anhela una vida menos sacrificada que la de sus padres.
La conjunción de estos factores explica por qué, a pesar de los estímulos oficiales, los jóvenes chinos prefieren ahorrar e invertir en educación o buscar experiencias enriquecedoras antes que embarcarse en un consumismo desmedido.
Estrategias oficiales y desconfianza social
Los dirigentes comunistas, muchos educados en la cultura del sacrificio y la obediencia colectiva, observan con preocupación la inclinación individualista y escéptica de las nuevas generaciones. Las medidas implementadas hasta ahora incluyen:
- Subvenciones para familias jóvenes.
- Bonificaciones fiscales y cupones en restaurantes, museos y locales nocturnos.
- Campañas para promover el matrimonio y la natalidad; incluso han llegado a ofrecer cursos universitarios sobre “cómo ligar”.
- Reapertura de mercados callejeros y flexibilización de horarios comerciales.
A pesar de todo ello, crece entre los jóvenes una desconfianza hacia estas iniciativas; muchos perciben las ayudas como meramente simbólicas y poco alineadas con sus necesidades reales. La percepción generalizada es que el Estado prioriza la estabilidad macroeconómica y la disciplina social por encima del bienestar individual.
El dilema demográfico y el futuro del modelo chino
Detrás de este pulso por el consumo se encuentra una crisis demográfica. El envejecimiento acelerado junto con una baja natalidad anticipa un futuro donde disminuirá drásticamente la población activa. Esto presionará tanto al sistema de pensiones como a los servicios públicos. Los expertos advierten sobre un círculo vicioso: menos jóvenes significa menos consumo, menos nacimientos y una sociedad cada vez más envejecida y menos dinámica.
En este escenario, las apuestas por la “prosperidad común” y redistribución estatal chocan con las limitaciones propias de una planificación centralizada. Mientras que los viejos líderes insisten en mantener control e intervención, los jóvenes exigen mayor libertad y oportunidades reales; no solo consignas vacías ni incentivos puntuales.
El pulso internacional: tensión con Japón por Taiwán
Este panorama interno se complica aún más por las crecientes tensiones con Japón respecto a Taiwán. En las últimas semanas, las fricciones diplomáticas junto con maniobras militares han elevado significativamente las tensiones entre ambos países. Pekín reclama soberanía sobre Taiwán mientras que Tokio refuerza su apoyo hacia la autonomía taiwanesa. Esta situación añade incertidumbre a la economía china e intensifica el mensaje oficialista sobre unidad nacional y disciplina, contrastando con las aspiraciones más abiertas y cosmopolitas que tienen muchos jóvenes urbanos.
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