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TECNOLOGÍA CONTROVERTIDA EN EL SECTOR AUTOMOTRIZ

La razón de ‘vida o muerte’ por la que debes apagar el sistema Start&Stop en tu coche

El sistema Start&Stop, concebido para disminuir emisiones y ahorrar combustible, se convierte en un enemigo de la durabilidad del motor y la economía de los propietarios

Periodista Digital 02 Dic 2025 - 10:04 CET
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El choque entre la sostenibilidad ambiental y la realidad económica del dueño de un vehículo es innegable.

Hace diez años, los fabricantes de automóviles presentaban el sistema Start&Stop como la solución ideal para cumplir con las normativas europeas sobre emisiones y atraer a un consumidor cada vez más consciente del medio ambiente.

Hoy en día, talleres de toda España y el resto del mundo lanzan una advertencia incómoda: esta tecnología, que apaga automáticamente el motor en semáforos y atascos, está provocando daños prematuros en componentes vitales del vehículo. Esto conlleva reparaciones costosas que desvanecen cualquier ahorro en combustible.

La tecnología parece funcionar con una simplicidad aparente.

Cuando el coche se detiene por completo, sensores de movimiento, temperatura y batería detectan esta parada y apagan el motor al instante.

Elementos eléctricos como la radio, el aire acondicionado y las luces permanecen activos mientras que la batería y el motor de arranque se preparan para reactivar el propulsor tan pronto como el conductor acciona el embrague o freno.

En teoría, sobre todo en paradas prolongadas que superan los siete segundos, el ahorro es real. Sin embargo, esos ciclos constantes de encendido y apagado generan un desgaste acumulativo que los fabricantes no mencionan en sus folletos publicitarios.

El precio oculto de la sostenibilidad

La realidad mecánica es dura: cada arranque del motor representa un pico de estrés para componentes diseñados para operar bajo ciclos normales. El motor de arranque, la batería y los cojinetes del cigüeñal sufren un desgaste acelerado cuando deben responder decenas de veces durante trayectos urbanos cortos. Mecánicos de talleres independientes informan sobre fallos en motores de arranque entre los tres y cinco años de uso intensivo en ciudad, cuando lo habitual sería esperar entre ocho y diez años.

Las baterías específicas requeridas por este sistema —tecnología EFB o AGM— tienen un coste que oscila entre 200 y 400 euros, cifra que se eleva considerablemente si hay que sustituir el motor de arranque, alcanzando fácilmente los 600 euros incluyendo mano de obra y piezas.

El problema se agrava aún más si se instala una batería convencional en un coche equipado con Start&Stop.

Los fabricantes son conscientes de esta situación y han desarrollado baterías específicamente reforzadas para soportar estos ciclos. Utilizar una batería estándar no solo anula la garantía del vehículo; también puede provocar pérdida de confort durante la conducción, una drástica reducción de la vida útil de la batería, limitaciones severas en la funcionalidad del sistema e incluso derrames de ácido por sobrecarga en casos extremos. El sistema intenta compensar desactivando funciones confortables como la calefacción de asientos, pero esta solución es superficial.

La paradoja del ahorro

Aquí es donde reside la frustrante paradoja para muchos propietarios: el ahorro en combustible resulta marginal en la mayoría de escenarios reales. Estudios técnicos indican reducciones del 3 al 5 por ciento en consumo, cifra que desaparece cuando se consideran los mayores costes de mantenimiento. Un propietario que conduce frecuentemente por ciudad podría ahorrar unos 100 euros anuales en combustible; sin embargo, podría enfrentarse a reparaciones que ascienden a 800 euros cada cinco o seis años. La ecuación económica es devastadora: termina perdiendo dinero.

Los fabricantes justifican la implementación del sistema argumentando que es necesario para homologar los motores conforme a las regulaciones Euro actuales. Estas normativas europeas establecen límites a las emisiones de CO₂ que las marcas deben cumplir durante sus ciclos de prueba; así, el Start&Stop se convierte en una herramienta que artificialmente mejora esos números en laboratorio. No obstante, al conducir realmente, los beneficios ambientales son cuestionables si se toma en cuenta el ciclo completo de vida tanto de la batería como del motor de arranque, cuya fabricación genera emisiones significativas.

El movimiento de rechazo gana momentum

La frustración ha trascendido las discusiones online hasta llegar a instancias políticas. Lee Zeldin, director de la Agencia de Protección Ambiental estadounidense, ha calificado recientemente al Start&Stop como «irritante» y un «trofeo simbólico» utilizado por los fabricantes para obtener beneficios regulatorios sin proporcionar ventajas reales al usuario. Su administración ha comenzado a revisar los incentivos fiscales relacionados con esta tecnología, reconociendo que es ampliamente rechazada y genera más problemas que soluciones.

En Europa, las posturas son más ambiguas. Mientras algunos países mantienen exigencias regulatorias firmes, conductores y mecánicos están organizando campañas para presionar a los fabricantes a permitir desactivar permanentemente el sistema desde el menú configurativo del vehículo; no solo mediante un botón temporal ubicado en el salpicadero. Algunas marcas como Volvo ya permiten esa opción; sin embargo, muchos siguen manteniendo la activación predeterminada, obligando al usuario a desactivar manualmente el sistema cada vez que inicia su coche.

Desactivar es la solución práctica

La recomendación unánime entre mecánicos experimentados es clara: desactiva permanentemente el Start&Stop una vez finalizada la garantía del vehículo. El botón para apagarlo ubicado en el salpicadero existe precisamente para ello. Algunos conductores han reportado que tras desactivar este sistema, sus vehículos funcionan con mayor suavidad, presentan un menor consumo real de combustible y carecen de las vibraciones propias del apagado forzado. La experiencia al volante mejora notablemente; además, se reduce el estrés sobre el motor y aumenta su durabilidad.

Este dilema ilustra una tensión más amplia dentro de la industria automotriz: la presión regulatoria por reducir emisiones está impulsando soluciones que benefician más a las estadísticas que a la fiabilidad real del automóvil. Los conductores quedan atrapados entre regulaciones ambientales bien intencionadas y tecnologías que generan más costes que beneficios tangibles. Mientras los fabricantes cumplen con las normas establecidas y los gobiernos alcanzan objetivos sobre emisiones contaminantes, son los propietarios quienes acaban pagando el precio real: reparaciones elevadas por un sistema al cual nunca dieron su consentimiento.

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