Pasé la semana pasada dos días fantásticos en Mallorca y no quiero que pase una jornada más sin reflejarlo. Dios sabe la cantidad de cosas que llegué a hacer en esas 48 horas, consciente de lo limitado de mi estancia.
Mallorca me trae muy buenos recuerdos. Nunca olvidaré los 12 años en que viví allí. Ardo en deseos de un día volver y aprobar algunas asignaturas pendientes: conocimiento en profundidad del dialecto mallorquín, paseos minuciosos por los pueblos del interior y auditoría de nuevos establecimientos y «Sehewürdigkeiten» (en alemán, «cosas dignas de ser vistas») en la capital palmesana.
(Una nota triste: ha desaparecido mi dilecto restaurante-pizzeria «Giorgio» del Paseo Marítimo; y una experiencia nueva: dos noches de pernoctación en el Arenal profundo en el hotel Costa Mediterránea en la marabunda de estudiantes en viaje de fin de curso).