Es ni más ni menos que el número de la taquilla de vestuario de mi difunto padre en el Club Natación Barcelona: el 387. Cuántas veces dejé yo también mi ropa en él, entre bañadores deshilachados de mi progenitor, quien todo lo guardaba. Viene a mí el olor perfumado pero plebeyo de la lavandería colectiva del club. Los slips numerados que eran solícitamente devueltos a la taquilla del socio, servicio que tanto apreciaba mi padre…
(Durante unas horas no conseguía yo acordarme del dichoso número. Son las malas pasadas de la memoria. Pero de repente pude visualizar la cifra. Qué misteriosos los caminos de la mente, el baile caprichoso de las neuronas en ese diminuto pero proverbial órgano que llamamos cerebro…)