El centro de Barcelona está repleto de visitantes. La Ramblas ee llena de almas andariegas. Es un no parar. Qué lejos aquella masacre de hace 10 meses en que un vehículo criminal arrolló a diestro y siniestro. El calor impregna la ciudad y un murmullo de maletas rodantes campea sobre el asfalto. Es el signo de los tiempos en la ciudad layetana, que se deja poseer las cuatro estaciones por un ejército de merodeadores popularmente llamados «guiris».